El Papa de la razón

Hoy se conmemora el año de la muerte de Benedicto XVI, uno de los principales pensadores de lo que llevamos de siglo

El Papa emérito, Benedicto XVI.
El Papa Benedicto XVI.

Hace hoy un año, justamente, tras pasar varios retirado, nos dejaba Benedicto XVI. Durante estos últimos meses, junto con los zarandeos dados por la barca de Pedro, se han publicado varios libros sobre su figura y su obra -el de su secretario, envuelto en polémica- y su testamento espiritual. Además, se anuncia para el próximo año la aparición de sus últimas homilías, incluida aquellas que, ya de mayor, se esforzaba por preparar cada semana para la pequeña comunidad en que vivía.

Ratzinger fue el Papa de la razón e intentó poner claridad en la doctrina desde que, en 1981, fue elegido para estar al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El aniversario de su muerte coincide, por cierto, con una de las últimas controversias eclesiásticas originada en el mismo dicasterio: la declaración Fiducia suplicans, en la que, aunque no se modifica la doctrina sobre las parejas homosexuales, se hacen distinciones en lo relativo a las bendiciones que han suscitado bastante confusión.

“Benedicto XVI mostró que el Vaticano precisa de teólogos rigurosos, atentos sobre todo a la fidelidad y el sentido del dogma”

Quizá sea injusto comparar la claridad con que la Iglesia lidiaba con el mundo cuando su gobernalle lo dirigía la inteligencia de un Ratzinger con lo que sucede ahora, pues los tiempos y contextos cambian. Benedicto XVI mostró que el Vaticano precisa de teólogos rigurosos, atentos sobre todo a la fidelidad y el sentido del dogma. Benedicto XVI entendía que la tradición y el magisterio no eran antiguallas, del mismo modo que no suponía que el contenido de la fe fueran un constreñimiento. Todo lo contrario: definía los dogmas como ventanas, puestas ahí por Dios, para que el ser humano descubriera la verdad.

Su defensa de la razón estaba tan fuera de duda que hasta un ateo como Habermas no dudó en sentarse con él, en uno de los acontecimientos más importantes de principios del siglo XXI. El encuentro entre ambos dejó encendidos rescoldos importantes y ahora, pasado el tiempo, el viejo marxista de la Escuela de Frankfurt se ha vuelto a dar cuenta de que entre la razón y la fe hay más espacios en común que distancia.

A lo que se enfrentaron ambos fue a la persistencia con que los supuestos defensores de la racionalidad reducen la extensión de lo inteligible. La adhesión a un modelo cientificista deja fuera muchas regiones; de hecho, aparta de nuestra inteligencia aquellos continentes que más significativos resultan desde un punto de vista existencial. Ratzinger recordó la forma en que el cristianismo asimiló e hizo suyos los descubrimientos de los filósofos. Gracias a ello, la fe nacida en Palestina se universalizó y Cristo se convirtió en salvación de todos los hombres.

“Para el Papa emérito, era la fe el auténtico acicate de la Ilustración. O sea, creía que lo que la razón y el mundo contemporáneo necesitan eran más religión, no menos”

Para el Papa emérito, era la fe el auténtico acicate de la Ilustración. O sea, creía que lo que la razón y el mundo contemporáneo necesitan eran más religión, no menos. Porque al incidir en la apertura de la razón proponía que el secularista se sirviera de las bondades de la creencia a modo de terapia. La fe abre la razón, como si se tratara de un despertador que nos fuerza a abrir los ojos.

A Ratzinger le hubiera disgustado que se comparara su estilo con el de Francisco, entre otras cosas porque seguramente era de la opinión de que ningún sumo pontífice debe buscar convertir la sede de Pedro en un trampolín para su marca personal. Estaba tan convencido de que la tarea que le habían encomendado venía de arriba que buscó empequeñecer su ego. Por eso, no dudó en tomar decisiones arriesgadas y decir siempre lo que pensaba, a pesar de que en algunas ocasiones -quizá demasiadas para su edad- le ocasionara disgustos.

 

Indiscutiblemente esa es una de las lecciones que cabe extraer de sus obras: la necesidad de que todos nos guiemos con buena intención, que nos conduzcamos siempre guiados por lo verdadero. ¿Quién osaría ponerse la opinión pública por montera y cultivar esa independencia de criterio, tal y como hizo Benedicto XVI, si considerara que hay bienes más valiosos que la verdad? El que tiene miedo al juicio del mundo revela que otorga más importancia a lo profano que a lo trascendente.

Hace mucho bien volver al tesoro que nos dejó: sus libros. Pasearse por ellos no solo despierta la inteligencia; es todo un baño de belleza y paz. Junto a las predicaciones y su interesantísima vida de Jesús, Ratzinger ha dejado monumentos teológicos que son inagotables, que aguantan sesiones infinitas de estudios y relecturas, y que inauguran interrogantes e itinerarios enormemente fecundos desde un punto de vista intelectual. Sé cuál es el mecanismo vaticano para declarar a un cristiano santo, pero desconozco los vericuetos para nombrar a alguien doctor de la Iglesia. Si alguien en el siglo XX merece ese título es sin duda el anciano de pelo blanco la nieve, límpido y lustroso como la verdad.

Video del día

Feijóo confirma a Dolors Monserrat, que repetirá como
candidata del Partido Popular a las elecciones europeas
Comentarios