El hiperliberalismo y la exportación de ideas occidentales

Son ideas provenientes de Occidente las que inspiran el camino tomado por potencias como Rusia o China

“Lo que viene de China o Rusia no debe resultarnos lejano, chocante o desconocido ”.

Al igual que ocurre con los individuos, lo más pernicioso de una civilización o una cultura es que pierda confianza en sí misma. Que se vaya corroyendo en su interior, descomponiéndose, vaciándose por falta de seguridad en sus valores, por carecer de certidumbres, por el decrecimiento de su autoestima. Según John Gray, un pensador lúcido, es eso lo que está pasando entre nosotros, con la difusión de las ideas de una clase intelectual que considera nefasta y vergonzosa su propia cuna.

Pero una cosa es que estén en crisis los valores liberales y otra que lo esté Occidente, pues en el seno de este último han proliferado tantas corrientes como lenguas se hablaban en la torre de Babel. En este sentido, no es tan preocupante la pérdida del liderazgo económico o geoestratégico frente a otras potencias como el engaño que existe acerca de las ideas que triunfan en el mundo. Y estas últimos no nos son nada extrañas.

Dicho de otro modo, lo que viene de China o Rusia no debe resultarnos lejano, chocante o desconocido. Como acertadamente señala Gray en un artículo publicado por The New Statesman, los frutos ideológicos que arraigan en otros lugares los conocemos muy bien, porque tiene su denominación de origen en nuestras latitudes.

Al hablar de la pérdida de relevancia de lo occidental, Gray advierte que “considerar esta debacle como una derrota de las ideas y los valores de Occidente es un error muy grave. Las ideologías occidentales continúan dominando el mundo. Así, en China Xi Jinping ha adoptado una variante del nacionalismo integrista similar al surgido en la Europa de entreguerras, de la misma manera que Vladimir Putin ha decidido emplear hábilmente métodos de corte leninista con el fin de transformar a Rusia en una nueva potencia mundial”.

Si en otras partes del mundo emergen ideas nacidas en la nuestra, lo más inquietante es la coincidencia de este último hecho con formas y opiniones que el propio Gray, convencido liberal, denomina “hiperliberales”. El término está bien visto porque refleja la génesis o raíz de muchas de nuestras modas intelectuales más recientes.

Es cierto que liberal es un vocablo confuso y abierto, de modo que puede tener sentidos no solo distintos, sino contradictorios. Por ejemplo, en el último libro de José María Lasalle, El liberalismo herido (Arpa, 2021) se defiende su vertiente ilustrada, pero esa no es la única senda, como se sabe, que han tomado los partidarios de la libertad. De hecho, si se analiza con detalle la historia del pensamiento se puede relacionar el liberalismo más revolucionario con posturas intervencionistas y poco tolerantes.

Sin entrar a analizar la extensa variedad que agrupa el liberalismo, tema para otra ocasión, a Gray le preocupa sobre todo el humus “hiperliberal”, que impregna tanto la opinión pública como las universidades, empapando la mente de las élites culturales. Estas últimas consideran los valores liberales clásicos -la tolerancia o la libertad- como expresiones insoportables de dominación racial.

El hiperliberal es dogmáticamente relativista, cree que “la cultura occidental debe ser desmantelada” e interpreta el disenso como una forma de instigación represiva.

Este credo llama la atención por su simpleza, pues para él no existe el gris ni los grados.  En efecto, no hay matices para esta normalización del maniqueísmo que señala quiénes están en el lado correcto de la historia y los que, por estar en el equivocado, han de recibir la condenación eterna. Este “catecismo”, como lo llama Gray, sin embargo, no es únicamente lo que filtra el debate público y lo empobrece, sino que condiciona hasta el camino tomado por la ciencia.

 

“El hiperliberalismo -continúa Gray en su artículo- es la ideología de la clase dominante que tiene como objetivo acumular riquezas y mejorar su posición, mientras alardea de sus inmaculadas credenciales progresistas”. Sin duda se trata de una corriente importante e influyente; más discutible es si constituye el marco hegemónico. Para el pensador británico está clara su influencia en regiones de habla inglesa, pero cree que no condiciona la opinión dominante en otras, a pesar del ruido y el supuesto consenso público acerca de sus valores.

Es posible que el análisis de Gray peque de confianza en el liberalismo -tal y como él lo entiende- y sean cuestionables muchas de sus intuiciones. Pero es interesante porque pone en negro sobre blanco la configuración intelectual de nuestro mundo. A veces suponemos que las ideas no tienen consecuencias o que la raíz filosófica de muchos fenómenos es casual, accidental, insignificante. Pero comprender el origen intelectual de lo que ocurre, la trama de planteamientos y concepciones que contribuyen a conformar un estado de opinión, un clima ideológico o el entramado de valores y símbolos vigentes en un determinado momento es clave para encontrar, en caso necesario, una salida.

Para Gray es peligroso interpretar la pérdida de relevancia del liberalismo como un reflejo del declive occidental. Es indudable, explica, que hay una contracción de Occidente, pero subrayarlo puede hacer que perdamos de vista el rasgo más importante de la “escena contemporánea: el persistente predominio de las ideas occidentales modernas” en lugares insospechados del planeta.

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