Humanismo y antihumanismo

Un ensayo reciente narra la historia del humanismo y cómo el encumbramiento del hombre puede llevar a su destrucción

Escuela de Atenas de Rafael.
Escuela de Atenas de Rafael.

“Se ha podido leer el encumbramiento del hombre como el previo paso a la desaparición de lo divino”

Cuanto más nos desprendemos de nuestra naturaleza, creyendo que somos dioses, más inhumanos y crueles nos volvemos”

A pesar de lo que nos enseñaron en la escuela, es difícil precisar el momento en que irrumpe una corriente de pensamiento. Las ideas se van fraguando en el magma del tiempo, esculpiéndose, del mismo modo que los valores se modifican paulatinamente. El humanismo, que asociamos al Renacimiento, no nació en un año en concreto; comenzó mucho antes, cuando la Edad Media daba sus últimos estertores.

Tampoco es posible sintetizar lo que supone un movimiento en dos o tres líneas. ¿Acaso no se ha perdido el vínculo del romanticismo con la palabra francesa (roman, que significa novela) del que procede? Afirmar que el humanismo buscó únicamente la recuperación de la sabiduría clásica es la mitad de la historia. Junto a ello, brotó una nueva cosmovisión que situaba al ser humano en el centro del universo y se enfrentaba explícitamente a lo que era comíun en el orden medieval, enfrentándose al orden medieval.

Como cuenta Sarah Bakewell en Humanly Possible (Penguin, 2023), se pasa por alto lo que implica el concepto de humanidad. La atención principal de la filosofía hacia las cosas humanas se la debemos sobre todo a los sofistas y a Sócrates, aquel genio feo e incómodo que, según Cicerón, tuvo el mérito de bajar la filosofía del cielo. Uno tiene la sensación de que, como muestran los diálogos de Platón, fue el más sabio de los atenienses el que contribuyó como nadie a encumbrar al hombre.

Ni Sócrates ni Aristóteles, como tampoco otros egregios representantes de la historia de la cultura -Petrarca, Erasmo…- desconocían lo que separaba al ser humano de su humanidad, porque sabían que hay una noción de lo humano tan desarrollada que es la aspiración de quienes vestimos carne mortal. Lo humano o la humanidad no constituía el nombre de una especie, sino un criterio de medición, un horizonte, en el que los individuos se movían.  

No es momento para entrar en un dato muy interesante aportado por Bakewell, pero merece la pena mencionarlo. En un conocido discurso en el que Cicerón se pregunta si hay que reconocer como ciudadano al poeta griego Arquías se muestra favorable por su conocimiento de las humanidades y letras. Se descubre ya, en el mismísimo inicio de la era cristiana, la conexión entre lo humano y la cultura -cultura específicamente textual- que después los grandes humanistas del Renacimiento explotaron con tanto acierto.

En sus primeras fases, el humanismo no conlleva una postura explícitamente atea. Pero lo cierto es que posteriormente se ha podido leer el encumbramiento del hombre como el previo paso a la desaparición de lo divino. Al haber superado el politeísmo, resulta incomprensible que dos dioses habiten en el Olimpo. El deísmo ilustrado es el penúltimo momento en la historia de esa desaparición de lo sobrenatural a la que condena el humanismo y que para muchos autores termina con el asesinato de Dios.

Pero no paremos en este punto nuestro recorrido por las ideas. ¿Qué consecuencias tiene todo ello para el propio ser humano? La historia del humanismo pasa inexorablemente por Foucault. Como se sabe, fue este filósofo francés quien preanunció la muerte del hombre. Décadas después esta parece consumarse porque existen dos tendencias que oprimen nuestra dignidad, rebajando lo que somos.

 

Por un lado, se encuentran las corrientes animalistas, que insisten en negar la distinción entre las personas y los animales, como si olvidar las diferencias fuera lo mismo que toma de postura ética. Me cuesta pensar que existen sujetos para los que distinguir entre un gato y un ser humano equivalga a justificar el maltrato del primero. Todo lo contrario. De hecho, si algo demuestra la historia del humanismo es que endiosar a las criaturas se puede volver en su contra.

Pero no es esta la única amenaza a la dignidad del hombre. Lo que se llama poshumanismo también dinamita la idiosincrasia de nuestra especie. Si dejamos de cansarnos, de enfermar, de ser barro o mortales, no sé qué puede quedar de lo que nos hace en realidad humanos, es decir, personas, lisa y llanamente.

Conocer la historia del humanismo, como propone Bakewell, es necesario para detectar los caminos que hemos de evitar a fin de no despeñarnos y seguir siendo lo que somos. Precisamente esa es la lección más importante que cabe extraer del conocido Discurso sobre la dignidad del hombre de Pico, en el que se nos recuerda nuestro enclave ontológico, la posición que ocupamos, entre lo animal y lo más divino.

Con todo, recomiendo complementar la lectura de este ensayo no traducido aún con los magníficos y eruditos ensayos de Rémi Brague. Este pensador francés es fino y culto y no se le escapa la siniestra paradoja de los últimos siglos: cuanto más nos desprendemos de nuestra naturaleza, creyendo que somos dioses, más inhumanos y crueles nos volvemos. Se trata de una enseñanza que debería escribirse en el frontispicio de todo manual escolar. Solo así se pueden evitar males mayores en el futuro más próximo.

Video del día

Detenida en Madrid una kamikaze borracha y
con un kilo de cocaína en el maletero
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato