Kahneman, el psicólogo que aconsejó pensar despacio

Daniel Kahneman, autor de Pensar rápido, pensar despacio, falleció hace apenas una semana, legándonos grandes contribuciones

Chica pensando.
Chica pensando.

Lo más curioso de Kahneman no es que profundizara en la forma que tiene el ser humano de pensar acerca de sus acciones, sino que ganara el Premio Nobel de Economía sin ser, rigurosamente hablando, un economista. Se lo otorgaron por sus contribuciones a la ciencia del comportamiento, ya que sus investigaciones hicieron más clara la compleja selva de la decisión humana.

En realidad, el galardón lo tenía que haber compartido con A. Tversky, su compañero de fatigas, pero este había fallecido. Aunque nació en Tel Aviv por casualidad e hizo carrera académica en Israel, Kahneman más tarde ocupó el puesto de profesor en Estados Unidos. Y, concretamente, trabajó en Princeton hasta su muerte, ocurrida hace unos días.

Bien mirado, se puede decir que este psicólogo inteligente tiene otro mérito: ha conseguido convertir un libro -un mamotreto- en uno de los ensayos de psicología más vendidos de la historia. He ahí su sagacidad: tras estudiar, ardua y aburridamente, cómo nos comportamos a la hora de tomar un curso u otro de acción y, en especial, cómo nos guiamos en eso que se llama mercado, metió sus hallazgos en la licuadora de la divulgación y acumuló fama y dólares a partes iguales.

Según Kahneman, a la hora de actuar podemos activar una de las dos partes cerebrales con las que contamos, la A o la B. Una es intuitiva, rápida y nos permite sobrevivir; es como un salvavidas que, en caso de necesidad, hace posible que elijamos siempre la opción más expedita, con los datos -muchas veces insignificantes- que contamos.

“Kahneman explicó que lo disfuncional es emplear el sistema rápido cuando sería menester operar con el lento”

Como siempre digo: si uno está en la jungla y oye un rugido, quizá no sea muy prudente confirmar de qué se trata. El cerebro rápido es el que nace de nuestra naturaleza animal y lo compartimos con especies que son primas hermanas. Por eso, somos capaces de actuar, sin mucha reflexión, con éxito.

Pero ya dijo Aristóteles que el ser humano no era solo un animal: también era racional. Que tenía logos: capacidad de discernir y de hablar. Tendemos a la reflexión y, por eso, también desde una óptica cerebral venimos bien equipados. Somos capaces de confirmar nuestras hipótesis, de crear universos de sentidos, de averiguar las causas de los fenómenos... Para ello no es suficiente con dejarnos llevar por los instintos. Esta parte de nuestra corteza es la lenta.

¿Hay algo que objetar a esta distinción? La verdad es que la psicología tiene dos peligros. El primero, olvidar que es una ciencia que nace del tronco de la filosofía, desgajándose de ella y orientándose, tras tronchar esa rama del saber, por lo más empírico y superficial. El segundo es el riesgo, común a otros tipos de conocimiento, del exclusivismo: como si la psicología tuviera el poder de explicarlo todo.

Un filósofo como Husserl alertó de los peligros del psicologismo. Y, ante la muerte de Kahneman, no está de más recordar que la describir cómo pensamos -cuáles es la fragua y los itinerarios que seguimos- no es lo mismos que explicar por qué lo hacemos y si son válidas las conclusiones a las que llegamos.

 

El psicólogo de origen judío fue más allá; sin limitarse a explicar dónde arraiga nuestra conducta, lo que propuso es dar cuenta de nuestros errores. Así, indicó que lo que parece disfuncional es emplear el sistema rápido cuando sería menester operar con el lento. Eso es lo que ocurre en nuestros entornos consumistas, cuando nos espolean a tomar decisiones de forma vertiginosa.

“Los famosos sesgos son como autopistas que permiten a la parte rápida del cerebro procesar la información a velocidad de crucero”

Es en este contexto donde aparecen los famosos sesgos, que son como autopistas que permiten a la parte rápida del cerebro procesar la información a velocidad de crucero, es decir, en aquellos momentos en que nos jugamos el tipo. Según Kahneman, hemos llegado a estos atajos tras siglos y siglos de evolución, por lo que sedimentan la sabiduría de la especie.

Hay muchos sesgos: el sesgo de confirmación, el de arrastre, el de falso consenso, el efecto halo, el de anclaje… Es un error muy frecuente pensar que hay que desterrarlos, puesto que han permitido la supervivencia. El problemaes emplearlos cuando, en realidad, deberíamos apostar por la tranquilidad y la reflexión.

Periodistas, publicistas y estrategas políticos son unos genios a la hora de abusar de los sesgos para conseguir sus fines. Digamos que, desde este punto de vista, la contribución de Kahneman es insustituible, puesto que radiografía las increíbles formas de manipulación que existen. Si tenemos en cuenta que hay pocas amenazas a nuestra existencia -amenazas reales, riesgos de extinción-, sus ensayos pueden ser considerados como una vacuna para protegernos de los virus cognitivos.

Y es que no hay nada mejor para escapar de los sesgos y las celadas que conocer su funcionamiento secreto. Aunque parezca ridículo, la conclusión a la que llega el lector de ese bestseller que es Pensar rápido, pensar despacio es que conviene ser más reflexivo y tomarse tiempo a la hora de decidir, esté en juego nuestro futuro profesional o nuestros ahorros.

Kahneman intentó ayudarnos a sobrellevar las aflicciones del hombre de hoy, aconsejando prudencia y sosiego.

Descanse en paz.

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