La maleta de libros

Hay que llenar el verano de sol y descanso, pero también de buenos libros que merezcan una lectura reposada

"Hacer la maleta de libros para el verano es uno de los momentos más especiales del año".
"Hacer la maleta de libros para el verano es uno de los momentos más especiales del año".

Algunos creen que el verano se reduce a cerveza y tumbona. Otros se alejan de la playa y pasan los días de asueto subiendo montañas o haciendo excursiones agotadoras. Los urbanitas más pudientes seguramente decidan recorrer alguna ciudad europea para tachar uno de los museos que les falta por visitar. Quienes buscan juerga estarán pensando en Ibiza o, mejor, Berlín, ciudad a la que acuden en masas quienes visten a lo hípster.

Aunque uno entonces se quejaba de la falta de aire acondicionado, del fastidio de compartir habitación o de lo engorroso que era bajar a la compra, las típicas vacaciones en un cuatro latas sepultado bajo maletas, sombrillas y paellero tienen desde la distancia su encanto. Veranear en familia era eso, precisamente: ir con los abuelos, reencontrarse con los primos, volver a ver a pandillas y novietes de estío…

¿Piensan que esa forma de pasar la canícula tiene costuras de paletada? ¿Se abochornan recordando lo parecidos que era aquellos veranos con la famosa serie de Chanquete? No hay que comparar porque a cada generación le corresponde, como no puede ser de otro modo, su verano. Pero, a diferencia de los de ahora, recuerdo mis veranos largos y eternos, llenos de experiencias y amigos, plagados de descubrimientos.

“Hacer la maleta de libros para el verano es uno de los momentos más especiales del año. Y bonitos. Es como llenar un baúl de esperanza, de gozo y dicha futura, para cuando nos haga falta”.

Y también de libros. Por ejemplo, antes de meterse en el coche, uno iba a la biblioteca -o a la librería, si había conseguido apurar algunas pesetas- a hacerse con el arsenal para dos meses. Casi siempre se llevaban más libros de los que daba tiempo a leer, eso es cierto; además, algunos de los seleccionados pasaban a segundo plano, debido a la urgencia de una recomendación, un nuevo interés o una necesidad.

Hacer la maleta de libros para el verano es uno de los momentos más especiales del año. Y bonitos. Es como llenar un baúl de esperanza, de gozo y dicha futura, para cuando nos haga falta. Tal vez sea un poco pronto hacerlo hoy, pero verano no empieza cuando decretan quienes planifican los horarios y los turnos en el trabajo, sino cuando hace calor y los días se estiran insospechadamente. Por eso, podemos empezar a leer incluso antes de que apaguemos por fin el ordenador o cojamos el vuelo a una isla.

Yo lo tengo decidido: el primer libro que voy a meter es, sin duda alguna, Descripción de China de Matteo Ricci (Trotta), el ingenioso jesuita que ideó una estrategia muy sutil para evangelizar el continente chino. Lo hizo reconociendo tanto el valor de la cultura del país como buscando la armonía entre la fe cristiana y las costumbres asiáticas. Ricci aprendió chino cuando no había cursillos exprés ni diccionarios en línea. Y explicó muchas partes del evangelio, pero sobre todo se vistió a la manera de los mandarines, ganándose el respeto de la corte de los Ming.

“Como las mañanas y las noches de verano tienen más minutos que las de invierno, es imprescindible decidirse por un buen novelón -largo, enjundioso- a modo de entretenimiento”.

Por ejemplo, como los sabios chinos se hacía llevar sobre parihuelas. Su objetiva era lograr acercar a las clases relevantes y, desde ahí, difundir la fe por el pueblo. Su descripción es importante, además, no solo para entender la idiosincrasia de una parte del mundo tan extraña para nosotros, sino porque su testimonio determinó las relaciones entre España, y Portugal, con el Imperio chino.

 

Como las mañanas y las noches de verano tienen más minutos que las de invierno, es imprescindible decidirse por un buen novelón -largo, enjundioso- a modo de entretenimiento. En esto sigo el consejo de un viejo amigo, que me descubrió algo que muy pocos saben: cuando más sesuda, más clásica, más honda sea una novela, mucho más gozo depara. Lo digo porque cuando paseo por la playa y reparo en lo que la gente lee -sí, algunos raros lo siguen haciendo- me doy cuenta de que apuestan por libros de saldo, de los que se adquieren en las estaciones, tan perentorios, tan fungibles, que se tiran nada más leerlos.

Les aseguro que una buena historia, una buena novela, engancha y su lectura deja un poso en el alma parecido al amor o al regusto de un buen vino. Yo he apuntado este año dos: Doctor Faustus, la novela de Mann sobre un músico que se acerca peligrosamente al diablo, una alegoría con lo que Alemania hizo con Hitler.

También releeré la que considero una de las grandes obras maestras de la historia: Middlemarch. El retrato de provincias, la compleja vida de las parejas, los recelos y la ambición de mujeres inteligentes son algunos de los ingredientes de la que no solo es el mejor trabajo de George Eliot, sino una de las cumbres novelísticas del XIX. He de confesar que la he recomendado y recomendado y todavía a nadie le ha defraudado la lectura.

También tengo sitio en la maleta para algunos ensayos, para filosofía sesuda. Para verano, nada más indicado que leer El ocio y la vida intelectual de J. Pieper, a fin de engrasar la maquinaria y tomar conciencia de que los momentos de asueto, cuando se emplean bien, cuando se cultiva el espíritu, nos constituyen como seres libres.

Yo no sé si me llevaré a Pieper, pero con toda seguridad me acompañarán los Pensamientos de Pascal (en la edición que Gabriel Albiac preparó para Tecnos). Quiero volver a acercarme a su figura aprovechando su cuarto centenario y la Carta Apostólica (Sublimitas et miseria hominis) que ha escrito Francisco para celebrarlo. Por último, una novedad: En busca de consuelo, de M. Ignatieff (Taurus), quien se ha propuesto recorrer la historia de la cultura a fin de adivinar lo que la sabiduría de los siglos nos ha dicho para protegernos ante la desdicha.

Buen verano.

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