La “maría” tiene también sus efectos secundarios

El movimiento por la legalización de la marihuana gana cada vez más adeptos, pero esquiva los estudios que muestran las desventajas del consumo

"El Congreso anda metido en el debate sobre la legalización de la marihuana medicinal y uno sospecha que antes o después abordará el uso recreativo, como ha sucedido en otras partes del mundo".
"El Congreso anda metido en el debate sobre la legalización de la marihuana medicinal y uno sospecha que antes o después abordará el uso recreativo, como ha sucedido en otras partes del mundo".

Uno sabe cómo son las cosas. Conocemos el efecto “bola de nieve” y entendemos que la expresión no se refiere solo a un evento climático. Empezamos dejando sin pasar la escoba por ese rincón relegado del dormitorio y al cabo de pocos días no alcanzamos a distinguir el color de la tarima. 

A este respecto, se tiende a olvidar una de las consecuencias más importantes de la aprobación de una ley, que justamente los filósofos clásicos no pasaban por alto: las normas que desembucha el parlamento no marcan únicamente la dimensión y el confín de nuestras libertades -en concreto, lo que podemos o no hacer como ciudadanos fieles de nuestras democracias-, sino que encauzan y articulan el sentir común y los hábitos sociales. 

O sea, la ley promueve conductas. Si dejamos que los estudiantes pasen de curso con suspensos, no estamos ayudando al remolón, sino trasladando el mensaje equivocado sobre el valor del esfuerzo o el conocimiento. 

Además, por mucho que lo pretenda, una norma nunca es neutral del todo. Eso del “observador imparcial” es un timo, como puede concluir quien repase someramente la historia cultural, en la que se observa que quienes han insistido en situarse en una óptica tan objetiva como la divina, han ideado siempre construcciones arbitrarias y escoradas.

Piensen en la discusión sobre la legalización de la prostitución. O en la eutanasia. Incluso en el aborto. En esas cuestiones, una ciudadanía madura no solo ha de procurar armonizar sensibilidades, sino también atender, como sugiere Michael Sandel, al bien de la sociedad, a saber, a la identidad o proyecto conjunto que se desea construir. 

“Dejamos de considerar la vida como algo sagrado, después la muerte y ahora estamos dinamitando los tabúes sobre sustancias peligrosas, como si la ley tuviera la obligación de derribar barreras aventajadas”

Es evidente que eso no significa imponer una forma de pensar o pasar por alto las diversas opciones y sensibilidades ideológicas; más bien apunta a una consideración de la vida en común distinta a la de vernos siempre como un haz de intereses particulares. 

El Congreso anda metido en el debate sobre la legalización de la marihuana medicinal y uno sospecha que antes o después abordará el uso recreativo, como ha sucedido en otras partes del mundo. Dejamos de considerar la vida como algo sagrado, después la muerte y ahora estamos dinamitando los tabúes sobre sustancias peligrosas, como si la ley tuviera la obligación de derribar barreras aventajadas. 

Confieso que no he seguido mucho la discusión en España, pero como los algoritmos son tan sabios y solícitos como una madre ante un hijo enfermo, me salta un artículo antiguo del City Journal, largo y trufado de datos, que pone negro sobre blanco la cuestión. Explica, entre otras cosas, que la ola de legalización de la sustancia en Estados Unidos ha pasado por alto estudios muy concluyentes acerca de las consecuencias de experimentar a la ligera con algo tan serio como los canutos.

 

El argumentario de los defensores de la legalización subraya el uso terapéutico de la marihuana, sin dejar de apelar a la injusticia que supone, por ejemplo, encarcelar a quien la consuma ocasionalmente, o la eficacia que tendría extirpar el mercado negro, tan peligroso y delicuescente. No piensen que soy malpensado, pero las ganancias fiscales para las arcas públicas que promete la venta legal quizá tengan algo que ver en todo ese movimiento tan ecológico de respeto hacia la hierba. 

Para poder formarse un juicio personal no está de más repasar el razonamiento de los detractores, que queden a menudo encubiertos bajo las alharacas antiprohibicionistas. Por ejemplo, se sabe menos que congresistas demócratas y expertos en la lucha contra la droga temen el perjuicio que puede causar la etiqueta terapéutica en los vecindarios más desfavorecidos. Tampoco se nos escapa que alcanzar el objetivo de acabar con el menudeo ilegal dependerá de los gravámenes.  

Menos a broma hay que tomarse los efectos contra la salud asociados al consumo. Y no nos engañemos: sorprende bastante que estemos batallando por el azúcar de las bebidas y soslayemos los informes especializados que alertan de la nocividad de la “maría”. 

“Menos a broma hay que tomarse los efectos contra la salud asociados al consumo. Y no nos engañemos: sorprende bastante que estemos batallando por el azúcar de las bebidas y soslayemos los informes especializados que alertan de la nocividad de la ‘maría’”

Hay un estudio extenso -más de 400 páginas- publicado hace unos años por la Academia Americana de Medicina sobre los “efectos de los cannabinoides” que, en su parte conclusiva, arrojan preocupantes corolarios. Apunto aquí, a vuelapluma, algunos: al parecer el consumo de marihuana afecta a la memoria y la atención, tanto en el corto como en el largo plazo; puede inducir el desarrollo de enfermedades psíquicas, como la esquizofrenia o el trastorno bipolar; con la adicción al cáñamo aumenta la probabilidad de consumir otras sustancias… Finalmente, se indica la correlación que existe entre su uso y el abandono escolar y la desestabilidad laboral y familiar. Como se ve, todo son ventajas.

La marihuana no es, por cierto, el único de los legados que ha tenido a bien transmitirnos la contracultura. Ni el peor, porque hemos de reconocer que, al menos, había mucho talento en aquella consigna que debió de aparecer en la América de Woodstock y que exhortaba a fumar la hierba, en lugar de a pisarla. El problema es que no hemos superado los impulsos rebeldes de adolescentes malcriados y compramos siempre la moto que nos venden sin manual de instrucciones. 

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