Un movimiento olvidado: la Escuela de Salamanca

Aunque apenas se habla de sus aportaciones, Francisco de Vitoria y sus discípulos consiguieron la perfecta síntesis entre tradición y modernidad.

Foto artic Escuela de Salamanca
"La verdad no entiende de partidos, ni de religiones, ni de clases sociales. Pertenece, en fin, a todo hombre".

Nadie ha dicho que la historia sea justa. Por esta razón, aunque es verdad que a veces se han olvidado las heridas a ciertas víctimas, no es tan importante imponer la cultura de la cancelación como proponer una de la validación. En lugar de ver las fallas y los requiebros y, sobre todo, las laceraciones del poder, es mejor reivindicar las cumbres que hollaron otros seres humanos en otros tiempos.

Lo que quiero decir es que podemos volver la vista atrás para enorgullecernos y no solo para indicar cuándo y en qué lugar mundos lejanos al nuestro metieron, a nuestro juicio, la pata. Se puede decirque la cancelación del pasado es el colmo, la fase última, a la que ha llegado el dogma del progreso, el cual no solo apunta las utopías que en el futuro pueden hacerse realidad, sino que busca, especialmente, condenar -anular, al fin y al cabo- lo que pensaron quienes nos precedieron.

“Vitoria y sus discípulos fueron atentos observadores de su realidad, de modo que se inquietaron con mucha pasión por las condiciones de los indios, la inflación, el exceso de poder o la guerra justa”

Entre las desmemorias, hay una que siempre me ha llamado la atención: me refiero a la escasez de alusiones al pensamiento hispánico. Ha llegado la hora de analizar, nuevamente, lo que pensaron figuras de la talla de Vitoria o Soto en una Salamanca que no le iba a la zaga, en el XVI, a los centros académicos más señeros del mundo, como la Universidad de París.

Si se repasan los manuales que los estudiantes hoy ojean en las facultades de ciencias políticas o filosofía para pasar el trámite del examen, se puede uno dar cuenta de que todo está lleno de Maquiavelo, de Hobbes o de Rousseau, pero que Báñez o Azpilcueta brillan por su ausencia.

No hay duda de que en ese olvido de la larga tradición salmantina -y de otras de origen peninsular- ha tenido mucho que ver la llamada “leyenda negra”, esa empresa malévola de los del norte que, como han explicado desde Julián Juderías hasta Roca Barea- destila un exagerado odio hacia lo que muchos hicieron para construir un proyecto político y mejorarlo.

Mi querida amiga Consuelo, que sabe mucho de pensamiento político y de historia -en realidad, de todo, pues es una biblioteca andante-, siempre comenta lo señalado por un historiador de la Iglesia, que afirma que están muy mal aplicados los términos de Reforma y Contrarreforma. También lo que aquí hicieron muchos fue una verdadera revolución y fueron tan innovadores o más que Lutero y compañía.

Creemos, pues, que la semilla del pensamiento liberal se plantó en lugares menos meridionales, cuando, en realidad, lo que Vitoria o Melchor Cano dijeron tiene mucha luminosidad. Fueron, entre otras cosas, los que advirtieron de la necesidad de separar la autoridad política y religiosa; asimismo, estaban convencidos de que el poder político pertenece a la comunidad, quien lo transfiere al monarca.

“Además de su pensamiento en torno a la justicia o su radical idea de que el poder político nunca es ilimitado, abrieron una vía menos turbulenta hacia la modernidad”

 

Además de domesticar las relaciones internacionales y abogar por la existencia del derecho natural, que no es tanto una rémora medieval como la expresión más profunda de la dignidad de la persona, Vitoria y sus discípulos fueron preclaros consejeros y atentos observadores de su realidad, de modo que no solo se inquietaron por el movimiento de las estrellas, sino, con mucha más pasión, por las condiciones de los indios, la inflación, el exceso de poder o la guerra justa.

La Escuela de Salamanca -y muchos de los movimientos y corrientes de la época- entendió el proceso histórico y la transición a nuevas realidades de una manera que no exigía romper o cancelar el pasado. Además de su pensamiento en torno a la justicia o su radical idea de que el poder político nunca es ilimitado, abrieron una vía menos turbulenta hacia la modernidad. Su idea era actuar con las realidades de su tiempo como habían hecho los primeros cristianos con la cultura y la filosofía paganas, sabiendo que la verdad no entiende de partidos, ni de religiones, ni de clases sociales. Que pertenece, en fin, a todo hombre.

Humanismo y Escolástica: esta es la síntesis que consigue la Salamanca del siglo XVI, moderando tanto los aires renacentistas como la aridez de la dialéctica medieval y sus, muchas veces, inútiles abstracciones. Pero las corrientes de pensamiento libres son como los torbellinos de aire y amenazan con dar al traste con el mundo. Mientras en Europa el tren se paraba en el absolutismo y se disipaban -de nuevo, cancelaban- los valores de la cultura anterior, en España los reunidos en torno al magisterio de Vitoria pensaban por su cuenta. Esa es la razón por la que se recelaba de ellos y se quemaban públicamente sus textos.

A pesar de todo lo que vino después, por la época todo el mundo era consciente del prestigio de esos dominicos que se congregaron en el Convento de San Esteban para revitalizar el tomismo, sacarle brillo y explotar su potencia especulativa. Vitoria era considerado uno de los intelectuales más preparados de su tiempo. Así pensaba Erasmo. Por otro lado, si recomiendo volver a sus textos y los recuerdo aquí no es solo a fin de reparar una injusta indiferencia hacia su pensamiento, sino también porque todavía tienen mucho que decirnos.

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