De muertos ilustres y políticos mendaces

Durante esta semana nos han dejado figuras importantes: Nuccio Ordine, Cormac McCarthy y Silvio Berlusconi

“Hay que zambullirse directamente en el mar de la gran cultura para refrescar nuestra humanidad”.
“Hay que zambullirse directamente en el mar de la gran cultura para refrescar nuestra humanidad”.

Es tanta la cantidad de información que recibimos a diario que a menudo cuesta sobremanera centrarse. Quizá eso convenga al analista superficial y twittero porque nunca cesa así de tener material que abordar. Pero para quienes son más dados a la reflexión, la situación puede ser asfixiante. No me extraña que aumente cada vez más la necesidad de desconexión.

Pasemos revista a acontecimientos importantes de los últimos días. Repentinamente, justo ahora hace una semana, murió Nuccio Ordine, el humanista italiano que vino a recordar que además de cosas con precio y útiles, hay bienes más altos e importantes.

Ordine tuvo suerte: supo convertir una pasión -su amor infinito por los clásicos- en objetivo profesional. Ya solo por esa razón merecería ser recordado. Pero aún hay más: no solo indicó que las razones para cultivar nuestra naturaleza cultural son poderosas y perentorias, sino que lo hizo de una forma seductora, estimulante. Fresca, al tiempo que profunda.

Quizá no existe mayor forma de reconocer el trabajo de un escritor que convertir su legado en imperecedero, buscando, tras la muerte, seguir conversando con él a través de los libros. Por eso, hay que hacer con Ordine lo que él hizo con sus amigos los clásicos, leerlo y releerlo porque todavía tiene mucho que contarnos. Además, escribió ensayos que nos ayudan a encaminarnos por la senda de la cultura -de la alta cultura- y nos ponen en contacto con autores y obras ricas e inabarcables.

Junto a todos esos regalos, con Ordine se puede aprender a leer. Desconfío mucho de los libros de recomendaciones literarias, de las guías de lectura, de las fichas que pautan o resumen los puntos principales de una buena novela o de un ensayo filosófico insondable. Hay que zambullirse directamente en el mar de la gran cultura para refrescar nuestra humanidad, suelo comentar a mis alumnos.

Quizá no existe mayor forma de reconocer el trabajo de un escritor que convertir su legado en imperecedero, buscando, tras la muerte, seguir conversando con él a través de los libros

Ordine no resume ni sintetiza los argumentos ni se propuso jamás sustituir el contacto directo con sus autores de cabecera. Lo que pretendía más que nada era desbaratar los prejuicios, explicar lo divertido que puede ser conocer un texto del pasado y, más que nada, advertir que no ha perdido ni un ápice de su valor.

También esta semana nos ha dejado Cormac McCarthy, uno de los pocos clásicos que vivían entre nosotros. Intentó innovar, acunó como muy pocos el lenguaje y pensó sus novelas como magníficas y acabadas obras de arte. Su prosa es dura, pétrea, casi tan rigurosa y sobria como una noche en el lejano oeste. Su vanguardismo y su premeditación estilística no le convierte en una golosina para todos los paladares. Pero, por ejemplo, Meridiano de sangre está considerada como una de las cumbres de la literatura americana.

En La carretera -una distopía muy enjundiosa- recoge el viaje que emprende un hombre con su hijo por un mundo devastado, lleno de ceniza y donde la cultura y la técnica son meros escombros. ¿Hay posibilidad de resucitar la civilización tras la completa aniquilación de todo? La novela -corta y estremecedora- tiene como protagonista al niño, quien supuestamente ha de cargar sobre sus hombros con la tarea de poner de nuevo nombre a las cosas después del apocalipsis.

 

¿No tiene la narración una costura o trasfondo nietzscheano? Nietzsche pensaba que solo el postureo nihilista era deprimente, pesimista y taciturno; por el contrario, él abogaba por el nihilismo positivo y consideró que el niño es quien mejor encarnaba al superhombre.

Ha muerto también Il cavaliere, Berlusconi, quien en las últimas décadas se había convertido casi en un fantoche de sí mismo. Se reconozca o no, fue uno de los principales artífices de la sociedad del espectáculo. Manejó a la perfección los medios y tomó conciencia muy pronto de dos cosas: en primer lugar, sabía que era más fácil engatusar a las masas si se les anestesiaba antes con “pan y circo” -sobre todo cierto-; en segundo término, captó que el poder -en todos los sentidos- tiene una entraña mediática. En comparación con él, los populistas de hoy son meros aficionados.

Por último, un apunte más sobre algo ocurrido esta misma semana. Por seguir con el populismo, la comisión parlamentaria en el Reino Unido ha concluido que Boris Johnson mintió a sabiendas en el asunto de las fiestas organizadas durante la pandemia. Nos hemos acostumbrado a un clima de mendacidad política que resulta lamentable. Falta en nuestra clase dirigente lo que Max Weber llamaba personalidad, es decir, la integridad que uno demuestra no solo siendo dueño de sus actos, sino reconociéndose responsable de los errores, ya sean suyos o de quienes se encuentran a su cargo.

En comparación con él, los populistas de hoy son meros aficionados

Lo de menos, en realidad, es el hecho sobre el que se miente Ya sea la relación con una becaria en la Casa Blanca, como con Clinton, o los cócteles prohibidos, la sociedad no debe acostumbrarse a la falta de altura moral. Las consecuencias de la mentira en política no las paga, por desgracia, quien miente, sino la población en su conjunto. 

Video del día

Feijóo confirma a Dolors Monserrat, que repetirá como
candidata del Partido Popular a las elecciones europeas
Comentarios