¡Arde París!

Los bomberos tratan de apagar un coche en llamas, en los disturbios en Nanterre (Foto: Zakaria Abdelkafi / Afp / Dpa).
Los bomberos tratan de apagar un coche en llamas, en los disturbios en Nanterre (Foto: Zakaria Abdelkafi / Afp / Dpa).

Hace medio siglo, en 1973, se publicaba "El campamento de los santos" de Jean Raspail y, viendo como hoy arden París y otras ciudades francesas, no parece que su premonitoria obra sea motivo de celebración salvo para el cadáver político de Macron que, paradójicamente, rige los torcidos designios de la vecina e incendiada Francia mientras se dedica a bailar las canciones de Elton John en el concierto parisino del Accor Arena. ¡Que sigan la fiesta y la barra libre de Europa! Como para el resto de las élites, abogados defensores de los planes de la Agenda 2030, el "populacho" y su bienestar pueden esperar. Porca miseria!

La novela de Raspail nos habla del fracaso de Europa, del ocaso de su civilización y el de sus valores, su cultura y su gente tras la llegada de embarcaciones que, finalmente, logran desembarcar en Francia después de una errática travesía hacia diversos puertos en Australia, Egipto y Sudáfrica, todos reacios a la acogida de esa "flota" de un millón de indigentes, que no es moco de pavo, de origen indio.

Como podemos intuir, en la novela, hay una mano progresista –como el actual woke–que dirige el cotarro y los hilos de esas marionetas víctimas del tráfico de humanos e intereses elitistas. Así, sus gestores llegan a catalogar a los migrantes como la "flota de la última esperanza" al mismo tiempo que se encargan de generar una corriente de opinión favorable para un complot perfectamente orquestado a nivel mundial. Aunque estemos en 2023, esa historia de hace la friolera de cincuenta años parece estar muy de moda en este convulso e incierto presente que vive nuestro devaluado y desesperado Occidente.

Con un pesimismo y resignación más que vigentes y evidentes en tantos y tan variados aspectos, la cuestión de la supervivencia empieza a no ser baladí. Los cantos de sirena que proceden del estado galo son un toque de atención, un "aviso a navegantes" en la travesía de vidas, las nuestras, que demasiado tienen con llegar a fin de mes, pagar la hipoteca o mantener una familia.

Los cada vez más habituales conflictos sociales con campañas de guerra callejera incluidas son ya el producto final de una manifiesta y creciente inseguridad ciudadana como consecuencia de la permisividad y laxitud legislativa para con una calaña tan "adaptada" a costumbres y estándares a los que, en la mayoría de los casos, sólo respetan por su buenista subvención y el mensual subsidio derivado del erario publico. 

En la Francia de aquel desembarco, la opinión pública se encarga de que la población siga con el cloroformo del buenismo y, somnolienta y pasiva, sucumbe al sometimiento, a la misma fábula moral y política retratada por Michel Houellebecq en "Sumisión" a principios de 2015 con la figura de François, profesor universitario, como máximo exponente de la capitulación ante Alá y su religión en el simbólico entorno de una Sorbona convertida al "todopoderoso" islamismo. Las "ventajas" académicas, el sueldo y un harén a su disposición gracias a la poligamia son incentivos irrefutables para un protagonista cuarentón que reniega de su trayectoria académica y estatus en pos de la supervivencia en su "nuevo" país, un estado islámico en toda regla enclavado en el corazón de una Europa "apuñalada".

Y si Raspail ya nos recreaba las corrientes migratorias con el consiguiente mercadeo de personas y la evidente desestabilización demográfica en sus puntos de destino con el paso de los años, su bíblica visión nos traslada al Apocalipsis 20:9: "Y subieron sobre la anchura de la tierra, rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada. Pero descendió fuego del cielo y los devoró".

Tal vez, el fuego de las recientes turbas francesas no es el esperado, ese regenerador incendio que, procedente del cielo, sea capaz de transformar la decrepitud de un mundo occidental abrasado por la desidia y dejadez de un continente sin alma ni almas capaces de extinguir las miserias morales, religiosas y espirituales que, sin tregua, nos asolan.

Sin solución de continuidad, la repetición de estas "gestas" se ha ido convirtiendo en una normalidad latente y candente, generadora del caos, la disensión y el conflicto social que no sólo se palpan en capitales como París, sino también en barrios y poblaciones británicas, belgas, suecas o, incluso, españolas. Como bien dice el rico refranero español, "cuando las barbas de tu vecino veas afeitar, pon las tuyas a remojar".

 

El reflejo de democracias fallidas y el fracaso de la multiculturalidad en sus puntos de origen no son más que el enésimo intento fallido de su invasiva proyección en el destino final, un Viejo Continente que tiene múltiples razones para exhalar su último aliento.

Video del día

Abascal: “Hemos asistido a un bochorno internacional de consecuencias incalculables”
Comentarios