Estatuas, hooligans e identidad

Hooligans ingleses.
Hooligans ingleses.

No es que me vaya a convertir en hooligan ahora que peino canas pero, tras los recientes acontecimientos, algunas de sus acciones me han resultado, cuando menos, loables. Sí, he dicho "loables". Lo digo como lo pienso, lo pienso como lo siento. 

Cuando se trata de reprender o castigar judicialmente, a saco con ellos. Sin embargo, si el orden y la ley sucumben ante imposiciones totalitarias disfrazadas de una idealizada e idílica igualdad y sus exigencias, alguien tendrá que erigirse en protector de símbolos, valores, cultura e historia de una nación. Esta vez, ante tal orfandad y ausencia de regularidad futbolística y opio para el pueblo, les ha tocado a ellos acudir al socorro en este lamentable y flagrante ejemplo de dejación de funciones.

Obviamente, no voy a referirme a "debilidades" varias como la excesiva ingesta de alcohol, la búsqueda de bronca en la previa del partido o una concentración etílica en Benidorm con la excusa de una despedida de solteros, el aniversario del club de tus amores o un partido de los Three Lions, el equipo nacional, con un brik de 1 litro de vodka de garrafón y el Whisky in the Jar de música de fondo como testigos del subidón. No se trata de eso. No te equivoques.

Hablo de otras cosas, de esos aspectos anteriormente citados, ahora en vías de extinción, que otorgan una identidad, te guste o no, con la que sus nacionales, hooligans o no, han crecido y se han identificado a lo largo de su vida. Lo cortés no quita lo valiente. 

Y, precisamente, su disuasoria presencia y bravo protagonismo me han llamado gratamente la atención cuando una asociación nacional de estos supporters ingleses ha tocado a rebato ante las continuas muestras de infamia vividas en el Reino Unido con motivo de las protestas y concentraciones del #BlackLivesMatter, el eslogan de marras que, sin apagarse los ecos de destrucción de la COVID-19, se ha colado en el guion de la hoja de ruta de este diabólico nuevo orden mundial. Lo de la distancia social y mascarillas, si eso, lo dejamos para otro momento. Y, ¡ojo!, que de destrucción, del desastre humano, los políticos ingleses también tendrán que rendir cuentas a sus Brits. Aquí y allí, cada palo que aguante su vela.

Tampoco es que quiera entrar en detalles de ese Dutch Courage que, con toda seguridad, ha dotado de una fuerza artificial y suficientes arrestos a los denominados thugs (matones) por un indigno alcalde de Londres al que nuestros "protagonistas", con el apoyo de los veteranos de guerra, no han tardado en acusar de "traidor integral" ante el ataque frontal de los grupos antifa o antirracistas y la infame y sectaria cobertura de una "ilustre" BBC que, posicionándose de perfil, se ha caído con todo el equipo sin salir al terreno de juego. Lo de la doble vara de medir. Ya sabes.

Por otro lado, no se te ocurra pensar que lo de la manipulación de los medios es exclusivo de la Pérfida Albión. Por estos lares, también sufrimos sobredosis de millonarias subvenciones gubernamentales a nuestros serviles medios, además de los millones de euros que nutren a apesebrados, colectivos y vividores de las infames inyecciones económicas que reciben. 

Sin ir más lejos, las "exhibiciones" de damnatio memoriae a las que la sesgada Ley de Memoria Histórica nos ha acostumbrado últimamente bien han servido para dejar a Domiciano en mera anécdota tras proceder a la celebración de una "Apoteosis" sui generis entre los miembros de dóciles y prestos comisionados de una historia customizada al gusto de sus instigadores.

Y han sido las imágenes de traición, sumisión y ausencia de valentía las espoletas que han detonado el espíritu de los que verdaderamente sienten los valores identitarios de su nación, su verdad histórica. Como muestra, un botón: actuaciones policiales huyendo en desbandada ante los "vandalizadores" de estatuas; la ausencia de manu militari por parte de unos bobbies ridiculizados por sus acosadores; las rodillas en tierra de esos agentes del orden ante los "pacíficos" manifestantes; el asalto a periodistas que desarrollaban su trabajo; el ultraje a monumentos y memoriales de guerra erigidos en recuerdo de sus héroes o el tibio posicionamiento y cómplice silencio de unos regidores que han dado la espalda a los que dieron su vida por la patria. Ante éstos, los caídos, no podrás negar que toda nación ha de arrodillarse como proclaman los auténticos y genuinos herederos de su legado; muchos de ellos, veteranos curtidos en conflictos y mil batallas dentro y fuera de sus fronteras.

 

Además, en esa particular y exclusiva memoria que ahora corre como la pólvora, tanto en las Islas Británicas como al otro lado del charco, se echa de menos alguna que otra muestra de respeto, alguna voz discordante que sirva de guiño al sentido común opuesto a la latente radicalizacion de nuestra sociedad. Coincidirás conmigo que los sprays grafiteros, el vandalismo y las decapitaciones distan mucho de cualquier merecido tributo a esos héroes elevados a la élite histórica de su nación.

Lo peor, la supina ignorancia que, como anticipaba Orwell en su ahora más que nunca resurrecto "1984", se ha convertido en fuerza destructora, capaz de revertir historias de estatuas como la del abolicionista Matthias Baldwin en Filadelfia, el icónico Winston Churchill en Londres, el navegante Cristóbal Colón en Boston o el heroico escocés Robert the Bruce en las inmediaciones de Stirling. No lo olvides, "la ignorancia es la fuerza". Y recuérdalo para lo sucesivo. Por desgracia, su viralidad y efecto dominó no eximen a España de futuros padecimientos. Cuando las barbas de tu vecino veas pelar...

Y entre el oprobio y la hemorragia de cobardía, han irrumpido estos patriotas que, bajo el principio de "acción-reacción", tienen todo el derecho del mundo para preservar su identidad, defender sus valores y plantar cara a un enemigo que, incluso desde dentro, se encarga de generar odio y provocar la fracción social sobre la que, de manera sibilina, se aposenta la complicidad de todos los subordinados de este flamante y nuevo imperio del caos, el de ese orden mundial que mueve los hilos a su antojo. A golpe de talonario, se estila la promoción de marionetas, de agitadores profesionales que han hecho de estos oscuros ingresos un atípico modus vivendi cuya provocación no está exenta de la necesaria dosis de toxicidad para generar la tensión que el villano precisa en su intento de difamar y derrocar al héroe del pedestal de su estatua.

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