Empatía, inteligencia y lenguaje

¿Y si fueron un grupo de hombres los que inventaron un metaverso primitivo con la intención de confundir y dominar a los otros? ¿Podría trasladarse esa situación a nuestro mundo actual?

Empatía, inteligencia y lenguaje. Fuente | IEBS.
Empatía, inteligencia y lenguaje. Fuente | IEBS.

Cuando tratamos con los demás con ánimo de conversar -de comunicarnos-, o de convencer sin ánimo de aprovecharnos, (¡o sí!), ponemos en juego todo o parte del enunciado. Mediante la empatía, tratamos de ponernos en el sitio del otro, en el estado mental que vive en ese momento nuestro interlocutor. No es tan sencillo. Necesitamos echar mano de nuestra experiencia, de nuestro “conocimiento de la vida”, e identificar una situación similar que hayamos vivido: dolor, duelo, alegría, amor, familiaridad, enfrentamiento, sumisión, o empoderamiento, enumerado sucintamente. 

Ejemplos los podemos encontrar en una escena o secuencia teatral o cinematográfica. Los actores, nos hacen vivir los trasuntos de sus conversaciones, de sus emociones: truculentas o plácidas, dramáticas o cómicas; sin darnos cuenta de que es el autor quien les hace hablar y sentir de esa manera. Necesariamente debe ocurrir así, para que la obra teatral o la película sea exitosa: que los espectadores nos sintamos identificados con lo que está ocurriendo en la escena. Es la misma catarsis del teatro griego clásico: mientras que estamos centrados en la obra o la película se opera una “limpieza” de nuestra mente, al punto que podremos experimentar ciertos beneficios o maleficios emocionales al salir del teatro o del cine.

Asimismo, cuando hablamos o nos hablan, esa conversación puede operar en nosotros o en el otro, lo mismo que puede ocurrir a los espectadores en el cine o en el teatro. De hecho, es la conversación lo que nutre nuestro cerebro y nos mantiene en el estado de vigilia, aunque sea banal y cotidiana. Hay que vigilar, sin embargo, que, aunque cotidianas y familiares, las conversaciones pueden llevar carga tóxica, y ello no beneficia a nuestra mente o cerebro.

Otro ejemplo es el cotidiano intercambio de escritos o videos por WhatsApp. Recibimos y mandamos flases cómicos, denunciantes, o alarmantes, y para tan breve intercomunicación elegimos, o nos eligen, para despertar una carcajada, un lamento, o rabia. No es un ejercicio tan intelectual o meditado, aunque conlleva una selección del receptor. Tenemos que conocer sus gustos o lo que rechaza, para despertar la emoción o respuesta sobre lo que el mensaje encierra. 

Por otra parte, hay redes sociales no tan inocentes,que buscan la manipulación de las emociones y crear estados de opinión con sus mensajes. Es otra forma de conversación que busca beneficiar, o perjudicar, a quienes se dirige.

Claro, la empatía tiene que ayudarse de la inteligencia y el lenguaje. No sólo de la inteligencia emocional, que discurre por las mismas o en paralelo con las vías de la empatía. Sino también de la otra inteligencia, definida como la capacidad para resolver problemas sin previo conocimiento de estos, sean de lógica o aritméticos. Este tipo de inteligencia puede ser útil a quien trata de ponerse en lugar del otro. Le puede ofrecer una solución de sus problemas o coincidir con la forma de resolverlos, con lo cual el otro se siente apoyado, y le reconocerá con su amistad o sus ganas de hablar con él o con ella. Es una inteligencia que en filosofía se ha dicho que viene acompañada de la bondad. 

Todo lo contrario, con las personas obtusas, que no tienen habilidad alguna, y además pueden ser malintencionadas y dominantes. En un panorama así, en el que los menos inteligentes y preparados dominaran, entraríamos en una etapa de confusión, malestar y desordenes sociales. Volveríamos a la Torre de Babel, cuya simbología, si repasamos el tema en Wikipedia, nos encontramos que no sólo afectó al pueblo judío tras el Diluvio, sino a otros pueblos geográficamente muy separados. Curiosamente, en todos (así lo he entendido) fue la arrogancia de los hombres retando a (su) Dios lo que lo enfureció y los castigó creando lenguajes incomprensibles entre ellos.

Pero, ¿y si fueron un grupo de hombres los que inventaron un metaverso primitivo con la intención de confundir y dominar a los otros? ¿Podría trasladarse esa situación a nuestro mundo actual?

Bien es verdad, también se cita, que la intención de Dios fue el nacimiento de las lenguas que nos identifican a los numerosos pueblos del mundo. ¿A alguien se le ha ocurrido pensar lo ventajoso que sería que todos los pueblos nos pudiéramos entender en la misma lengua? 

 

Volvamos al principio: lo interesante sería que pudiéramos “comunicarnos” entre todos independientemente del léxico usado. Y, además, con la noble intención de hacernos entender, empatizando los unos con los otros, construyendo una anti-Babel. Me atrevería a decir que ese sería el camino que nos llevaría al verdadero bienestar y progreso de todos. ¡No de unos pocos! que se empeñan en ir en sentido contrario

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