Palabras, eufemismos y Orwell

« […]Así, en un momento determinado, el odio de Winston no se dirigía contra Goldstein, sino contra el propio Gran Hermano, contra el Partido y contra la Policía del Pensamiento; y entonces su corazón estaba de parte del solitario e insultado hereje de la pantalla, único guardián de la verdad y la cordura en un mundo de mentiras ».

1984. George Orwell

I. Palabra y realidad

Los pensadores griegos equiparaban lenguaje y razón.  Hablar descubría la inteligencia del hombre y permitía describir el universo entero.  No se trataba de interpretar el mundo sensible, sino de comunicar una realidad visualizada u oída. Lenguaje y realidad sobre cosas o pensamientos, desde estos primeros atisbos de racionalidad, se encuentran en una constante reciprocidad.  

Platón, en su diálogo Crátilo, expone las dos concepciones filosóficas sobre el lenguaje que aún hoy permanecen vigentes:   o los nombres están relacionados con las cosas que representan, o los nombres son convenciones o pactos que se dan a las cosas con independencia de su entidad. Entre ambas posiciones, Platón opta por la rectitud de los nombres, por su integridad y precisión en la descripción de la cosa o persona o pensamiento.

Este criterio es revelado a través de las palabras de Crátilo para quien «existe por naturaleza una rectitud de la denominación para cada una de las cosas, y que esta no es una denominación impuesta por algunos […] sino que existe una rectitud natural de las denominaciones, la misma para todos, tanto para griegos como para bárbaros […]».

Encontramos otras concepciones del lenguaje a lo largo de los siglos, estudiándolo desde perspectivas históricas, lógicas, gramaticales, lingüísticas, pero en cualquier caso la simbiosis lenguaje-realidad es el fundamento de su existencia. Un lenguaje que comunica al otro lo que se ve y lo que se piensa. Esa utilidad del lenguaje es la causa de su existencia.

II. Lenguaje para todos en su significado

El lenguaje es social en su esencia e independiente del individuo, declara Darío Villanueva. Desde este criterio no cabe asumir la tesis de Wittgenstein para quien el lenguaje no es una trama de significaciones independientes de la vida de quienes lo usan: es una trama integrada con la trama de nuestra vida. Es decir, el lenguaje pierde sustantividad y se subjetiviza con la persona que comunica.

 

Desde mi punto de vista diletante en esta disciplina, lo decisivo es que el lenguaje opere no en la trama de una vida personal, de un círculo cerrado y reducido de individuos, sino en una colectividad amplia, en la sociedad.

Nuestro Diccionario de la Real Academia, define   lenguaje, en su acepción 1.ª, como la facultad del ser humano de expresarse y comunicarse con los demás a través del sonido articulado o de otros sistemas de signos. Precisamente en esta definición el empleo de la expresión «con los demás» delata esa dimensión social amplia y general. Se habla para participar a otros de nuestra voluntad y criterio y con ello fomentar una acción social, como recoge Halliday, que desempeña un papel fundamental en la construcción de la realidad.

Alcanzamos en este punto la explicación de por qué algunos regímenes políticos en distintas épocas y en diferentes contextos políticos han expropiado el lenguaje de facto acomodándolo a intereses más particulares.

Este fenómeno ya fue detectado por diferentes autores, como Víctor Klemperer, en 1947, en su obra Lenguaje del Tercer Reich; Primo Levi, en su trabajo Si esto es un hombre, de 1947, y Alexander Solzhenitsyn, en su libro Archipiélago Gulag, en 1973.

Es recogido especialmente por Orwell en una parte sustancial de su obra literaria: Rebelión en la granja, publicada en 1945 y 1984, publicada en 1949.  Ambas producciones muy influenciadas por sus experiencias personales en la España republicana como militante del POUM frente a los miembros del partido comunista dirigidos por la Rusia soviética de Stalin.  Estas vivencias son redactadas en su obra Homenaje a Cataluña y en todas las obras citadas se recoge la estrecha conexión entre lenguaje y política.  

Encontramos lecturas y escuchamos declaraciones en donde las palabras son despojadas de su significado original y comúnmente aceptado; se implanta otro distinto, más particular e interesado. No es difícil, entonces, permitir defender lo indefendible; solamente se trata de elegir el significado adecuado, el tiempo verbal y el predicado correctos. Como contrapunto a esta tentación hallamos la reflexión de Darío Villanueva en su obra Morderse la Lengua, para quien las palabras no crean, son creadas. Precisamente por esto asirse a su significado auténtico   es lo que nos salva de ser succionados por un viento sin dirección conocida y confiable.

Un ejemplo de esta transformación lingüística se encuentra en la neolengua, que   Orwell describe   en la obra 1984. En ella, el eufemismo es desafiante e intrépido. Entre las muchas expresiones escritas, metáforas, metonimias, oxímoros, destacamos las siguientes, algunas ya conocidas por todos:

«La guerra es la paz»; «La libertad es la esclavitud»; «La ignorancia es la fuerza»; «Policía del Pensamiento»; «Enemigo del Pueblo»; «El Gran hermano te vigila»; «Ministerio de la Abundancia» que se ocupa del hambre»; «Ministerio de la Paz» que se ocupa de la guerra; «Ministerio del Amor» que se ocupa de las torturas»; «Ministerio de la Verdad», que se ocupa de las mentiras. «Vaporizar», «nopersona» o «abolido», es ejecutar y borrar toda huella de la existencia de una persona y olvidarla so pena de grandes calamidades. «Dos minutos de odio», práctica diaria contra el Enemigo del Pueblo, siempre el mismo personaje que había manchado la pureza del partido; «alteración» es el cambio de criterio o cambio en la historia, la novela declara que diariamente y casi minuto a minuto, el pasado era puesto al día…

En la obra Rebelión en la granja, el cerdo Squealer exhibe una gran elocuencia con el resto de animales domésticos que no dominan y que no entienden completamente el lenguaje. Se llama reajustamiento a la reducción de comida que les será entregada. Se utiliza un vocablo soft o blando para simular una privación de alimento que es dramática.  Podría decirse que una miseria presentada con estética es menos miseria.

III. Alteración del lenguaje y antecedentes

Pero el procesamiento interesado del lenguaje, su manipulación, no es un recurso novedoso.

En el libro III de la Historia de la guerra del Peloponeso, Tucídides decide un cambio en el lenguaje como factor de desestabilización en la deficiente democracia de Atenas para que involucione hacia la tiranía y la anarquía. Como resultado de ello, la gente empezó a definirlo todo a su voluntad y el significado normal de las palabras colapsó.

Hay otros ejemplos en la historia. En la crisis romana de Catilina en el 63 aC, Salustio recrimina a Catón el Joven el mal uso del lenguaje por la escisión entre la palabra y el significado aceptado por todos.  Catón responde, entonces, que la sociedad ha perdido la vera vocabula rerum, es decir, el verdadero nombre de las cosas. Ese uso quebrantado del lenguaje es considerado como una seria amenaza al Estado.   

Contemporáneamente, la manipulación a través de la lengua se ha manifestado de modo más estentóreo en la Rusia soviética, con la intervención inestimable de Münzenberg y en la Alemania nacionalsocialista, con   Goebbels.

Más próximos en el tiempo han sido   las aportaciones de la Escuela de Fráncfort y la Asociación Americana de Antropología, como expone el Prof. Casado Velarde, quienes han defendido un cambio de la realidad a través del cambio del significado de las palabras. Aplican la visión crítica del discurso marxista a realidades que estiman incómodas para ser alteradas.

De este modo, la relación palabra-verdad, que confiere confiabilidad y seguridad al lenguaje, se quiebra y rompe. Se altera la semántica, como estudio del significado de las palabras, con una finalidad extraña a su propósito de comunicar.  Pero esta herramienta, esta estrategia lingüística, tiene un precio y es resaltada por Mark Thompson: es uno de los motivos que precipita a las democracias hacia el despotismo, porque la eficacia del factor emocional desplaza y anula el debate racional polarizando el pensamiento a posiciones inflexibles.

Produce además otra consecuencia que afecta a la historia: al cambiar el significado de las palabras se oculta la causa de los hechos y dificulta su estudio y análisis, ya lo expresó Martin Heidegger en su estudio sobre Nietzsche, en 1961: Las palabras son a menudo en la Historia más poderosas que las cosas y los hechos.

Hoy asistimos al movimiento cultural 2.0 o movimiento woke o despertar que emplea estrategias restrictivas de la libertad de pensamiento, de cátedra y de opinión sobre postulados neomarxistas, una de ellas, la alteración de las palabras. Persigue, como señala el Prof. Quintana Paz, deconstruir nuestra herencia civilizadora para sustituirla por otra más inclusiva, nada opresiva, más diversa, menos «hetero patriarcal-colonialista-racista-homófoba-especista-antiecológica».

La cancelación, el lenguaje políticamente correcto, las noticias falsas… los eufemismos que de nuevo nutren nuestro presente encierran viejas políticas fracasadas que separan a dos concepciones opuestas del mundo.  Muy distintas, pero con unos resultados muy distantes en uno y otro caso: unos fracasaron y otros estimularon el crecimiento y el desarrollo humano.

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