¡Qué bello es soltarse el cabello!

Los Reyes de España asisten a la ceremonia, doña Sofía con la mantilla blanca de las reinas católicas 27/07/2014
Los Reyes de España asisten a la ceremonia, doña Sofía con la mantilla blanca de las reinas católicas 27/07/2014

Bello, necesario y peligroso cuando esconder su brillo es una imposición (con efímeras intermitencias) extendida por el inmenso arco que va desde nuestro vecino Marruecos hasta la antaño Mindanao española, la isla grande del sur de las Filipinas: el mundo musulmán. Archipiélago de unas siete mil islas e islotes que, por si  todavía alguien lo ignora, recibieron su nombre en honor a Felipe II, rey de España y de medio mundo, sobretodo a partir de 1580, con la incorporación de Portugal, el segundo imperio de entonces, rota en 1640. Nada extraño, por lo tanto, que sea el filipino el único estado asiático con el catolicismo como religión oficial, a pesar de la citada Mindanao.

Y más bello sería deshacerse además del trapo que cubre los hermosos semblantes de las musulmanas, desde los menos oprobiosos hasta la mazmorra del burka. La lucha de las iraníes y afganas en 2022, que se han atrevido a salir a la calle, con riesgo de sus vidas, tiene que merecer todo nuestro apoyo. Esta brega,  aún en pañales, debe proseguir en el recién iniciado 2023.

El papel de las democracias, por imperfectas que sean, de Europa y otros ámbitos similares, debería ser el de pedir cuentas a las teocracias islámicas por esta multisecular "invisibilización" física y emocional de la mitad de su población. Sí, porque la obligada ocultación de caras y cabellos, ya cruel en sí, entraña otra peor: la negación de los cálidos efluvios de la vida social para ellas. ¿Ha visto alguien, por ejemplo, en imágenes de manifestaciones de Pakistán, una sola mujer? ¿Dónde están? Peor: ¿dónde las tienen escondidas? En casa, por supuesto.

No comprendo a algunas “super-feministas” españolas cuando proclaman que el velo y demás pañuelos y celdas opresivas son señas de identidad de aquella ¿civilización? Y que protegen a las mujeres.

Tampoco me dedico a insultar, lo mío es diagnosticar, yerre o no. Lo afirmo porque leí a otra botarate (diagnóstico) que no decía lo de la protección, pero sí que también las elegantes y altas mantillas de unas señoras españolas en procesión de Semana Santa son el burka del catolicismo. Muy desafortunada comparación: tales señoras sólo llevan ese estético complemento del vestir en ocasiones solemnes, así que ponerlas al nivel de las infortunadas momias obligadas a sufrir la mazmorra del burka es de todo punto injusto e incorrecto.

Consulten quienes quieran Internet y verán a la mismísima reina Sofía con mantilla saludando desde el balcón del Palacio de Oriente con motivo de la coronación de Juan Carlos I como rey de España en noviembre de 1975. Con ese gesto quiso dar a entender, creo, a pesar de su nacimiento griego y educación germano-danesa e inglesa, su condición de española, por encima de todo lo demás. Y, buena hermana, estos días está supervisando los trabajos de acondicionamiento de la sepultura del destronado rey Constantino de Grecia, recientemente fallecido.

Termino tras el inciso: apoyemos las reivindicaciones de las musulmanas. Ni un cauce como el del Amazonas bastaría para contener las lágrimas que han vertido desde el nacimiento del islam (así, con “i” minúscula) y que hoy continúan derramando.

 

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