Ucrania hasta 1991: una nación entre imperios

Un breve repaso a la historia de Ucrania durante el siglo XX

Ucrania.
Ucrania.

Ucrania estuvo integrada en el imperio de Polonia-Lituania desde el s. XIV hasta el siglo XVIII. El imperio colapsó en 1795 y sus territorios repartidos entre Rusia, Prusia y Austria. Polonia desapareció como nación y Ucrania fue repartida entre estas tres potencias en el s. XIX y durante la primera parte del s. XX.

Después de la revolución bolchevique rusa de 1917 y hasta la finalización de la Primera Guerra Mundial, los territorios ucranianos integrados en Rusia, situados en la zona del río Dniéper y los ubicados más al oeste, se encuentran bajo un vacío de poder. Aprovechando esta coyuntura declaran la independencia con el nombre de República Popular Ucraniana.

En noviembre de 1918, los territorios de Galitzia o Galicia de los Cárpatos, pertenecientes a Austria desde 1772; Transcarpatia o Zakarpatia, desde el s. X, unida a Hungría, y Bukovina, perteneciente a Austria, junto a Volinia y Podilia, declaran la República Popular de Ucrania Occidental.

Es una república con una cultura occidental indubitada con influencias directas del humanismo europeo.

Alemania y el imperio austrohúngaro se rinden a los aliados mediante tres tratados de paz: Versalles, de junio de 1919, para Alemania; Saint Germain en Laye, de septiembre de 1919, para Austria, y el de Trianon, en junio de 1920, para Hungría.

Una de sus cláusulas promovió la creación de un estado polaco. Incluía territorios de la llamada República Popular de Ucrania Occidental y su importante ciudad de Lviv Lemberg, en italiano, Leópolis.

La finalidad de las potencias vencedoras fue crear un estado intermedio entre sus naciones y la nueva república soviética que surgió de la revolución bolchevique de octubre de 1917.

Se emplea la antigua línea del frente ruso-alemán de 1918 para delimitar las fronteras polacas. Un conflicto bélico con los soviéticos en 1921 permitió a Polonia ocupar 150 km más al este en lo que es territorio ucraniano.

Ambas Ucranias se unifican mediante el Acta de Unificación de Ucrania, firmada el 22 de enero de 1919, también conocida como Ley Zluky, leída en la plaza de la catedral de Santa Sofía de Kiev.

Una parte de esta acta decía:

«[…] El territorio de Ucrania, dividido a lo largo de los siglos, que incluye Galicia, Bukovina,
la Rutenia de los Cárpatos y el Dniéper de Ucrania, se convertirá ahora en una gran
Ucrania unida. Los sueños, por los que los mejores hijos de Ucrania lucharon y murieron,
se han hecho realidad […]».

Este fragmento del discurso exterioriza los extensos tiempos de sufrimiento del pueblo de Ucrania. Carlos Foster, en su obra de 1850, se percata de un género musical llamado Dumka (sueños). Canción popular eslava, de ritmo lento y contenido épico. Es una composición elegiaca. Melodías tristes y afligidas que se elevan como un himno de dolor hacia el cielo. Un canto misterioso cuyo lenguaje exterioriza las lágrimas de una resignación ante la opresión extranjera, ante la pérdida de una libertad secularmente anhelada.

Pero la independencia del país, simbolizada en la Ley Zluky, pronto generó reacciones entre las naciones vecinas.

Polonia, recién constituida, declaró la guerra a la República Popular de Ucrania Occidental por los territorios antes pertenecientes al imperio austrohúngaro. Se desarrolló entre los años 1918 y 1919 con la derrota de las tropas ucranianas. Polonia, Rumania y Checoslovaquia ocuparon todo el territorio ucraniano.  

Por la resolución de la Conferencia de Paz de París, integrada por Wilson, presidente de EE. UU.; Georges Clemenceau, primer ministro de Francia; David Lloyd George, primer ministro de Gran Bretaña y Vittorio Emanuele Orlando, primer ministro de Italia, decidieron transferir las tierras de Ucrania occidental a la recién formada Polonia.

La Rusia comunista y los bolcheviques ucranianos, por su parte, declararon la guerra a la República Popular de Ucrania. El conflicto se extendió desde 1917 a 1921, su finalización causó la creación de la República Socialista Soviética de Ucrania, de carácter autónomo, una ficción de autogobierno como reflexiona Carlos Taibo. El país
Intervino en 1922 en la creación de la URSS.

El anhelo ansiado por Dostoyevski de convertir a Rusia en la «gran Iglesia universal en la Tierra» se transformó en un movimiento comunista mundial que rechazó, como
apunta Kissinger, todos los conceptos de orden existentes

Una de las aportaciones de Lenin en 1917, señala McMeekin, fue la de crear una estrategia consistente en convertir una guerra imperialista en una guerra civil.

La Ucrania polaca, es decir, la última Ucrania libre, fue anexionada por la URSS en 1939. Se invadió Polonia sin una declaración previa de guerra. 4000 carros de combate soviéticos y una numerosa aviación, penetraron por el este del país aquel 17 de septiembre de 1939. Varsovia y ciudades como Lublin, Vilna, hoy de Lituania o Leópolis, hoy integrada en Ucrania, resistieron algo más de tiempo, pero un poco más tan solo.

La guerra de independencia de Ucrania ofreció sucesos inenarrables, un caos bélico entre distintas facciones en contienda y de otros, oportunistas, que se unían a uno u
otro bando según interés. El rencor y el odio, la iniquidad de lo más primario, produjo las consecuencias propias de un ser despojado de toda humanidad contra todo y contra todos, sin distinción alguna…

En 1921 se originó la primera gran hambruna de Ucrania. La situación de extrema necesidad fue advertida por la comunicación que realizo el Comité Judío para la Distribución Conjunta a organismos extranjeros de ayuda humanitaria, entre ellos, a la Administración Estadounidense de Socorro (ARA)- promovida por el presidente Hoover-. Esta organización socorría a once millones de rusos. En Ucrania se desplegaron en 1922 comedores sociales en el Sur y Este del territorio, también en Crimea.

Se denunció por estas entidades benéficas lo incomprensible de un gobierno que, ante semejante carestía, exportaba alimentos a terceros países y vendía oro y joyas para adquirir armamento.

En 1923 la hambruna parecía controlada y llegó el momento de las reflexiones, de buscar respuestas a una gestión humanitaria tan calamitosa. Miles de muertos en Ucrania exigían una explicación. Las sospechas soviéticas que motivaron una represión letal sobre los campesinos demandaban una corroboración. Los datos arrojaban un indicio. No hubo ocultamientos de grano ni alimentos. Los obstáculos impuestos por Moscú obedecían a motivaciones políticas: el sur de Ucrania fue bastión de los cosacos y de líderes antisoviéticos. Pero concurrían otros motivos, la proletarización de los medios de producción y la ideología condicionaron toda organización económica abocándola al fracaso.

Transcurridos unos años se produjo la segunda hambruna que fue negada sistemáticamente por la URSS hasta 1991. Se la llamó Holodomor, palabra de origen ucraniano compuesta por hólod (hambre) y mor (exterminio) o «exterminio por hambre» . Permaneció desde 1932 a 1933.

El gobierno soviético exigió a los campesinos la entrega de todos los víveres. Sospechando que los escondían, se ordenó el registro casa por casa, buscando y confiscando todos los víveres y animales.

Coetáneamente, se dicta por Stalin en 1932 una orden por la que los campesinos deben abandonar sus hogares y tierras e incorporarse a granjas colectivas. La colectivización forzosa fue acompañada por otra medida inédita, cercar pueblos y aldeas para impedir la huida de las gentes.

La granja y la propiedad de la tierra eran un elemento esencial en la memoria colectiva de Ucrania, de su cultura secular. Moscú era consciente de ello, pero impuso la decisión tan impopular como extraña a la naturaleza ucraniana. La propiedad de las tierras sustentaba el respeto hacia el padre dentro de la familia, jerarquizaba las relaciones familiares y la consideración social.

Por todos estos hechos y por la penuria, la profunda escasez, la necesidad de vivir… se impusieron y muchos optaron por unirse a las granjas colectivas, era cuestión de
vida o muerte o de deportación a los Gulags siberianos.

Entre 1930 a 1933 se deportaron a más de dos millones de campesinos. Muy pocos regresaron a sus aldeas.

No se pidió ayuda internacional. El mundo tuvo conocimiento de esta angustiosa situación a través del periodista gales Gareth Jones, que llegó a Járkov en la primavera de 1933. Lo que vio lo contó en Berlín en una conferencia ese mismo año, y de allí fue publicado por varios medios internacionales. Gareth Jones publicó sus artículos en el Evening Standard de Londres, el Daily Express y el Cardiff Evening Mail.

Pero la presión sobre Ucrania permanencia.

Se acordó por el gobierno de Moscú una campaña de rusificación. Todos los intelectuales y líderes ucranianos fueron detenidos. Todo el que hubiera escrito sobre la historia de la nación fue recluido. Se desarrolló una estrategia dirigida a destruir la cultura y memoria histórica de Ucrania en todos los ámbitos.

También el lenguaje fue objeto político. Se exigía el dominio del ruso en detrimento del ucraniano para acceder a cargos y puestos públicos. No se enseñaba la historia de la nación en las escuelas, lo que vaciaba de referentes a los estudiantes. Sin embargo, el ucraniano, precisamente por esa persecución, se convirtió en un elemento promotor del nacionalismo desde 1920 hasta en la actualidad.

La cifra de muertos se elevó a cinco millones de personas.

Todos los hechos que acaecieron tuvieron un resultado: el movimiento nacionalista ucraniano se volvió imperceptible, el silencio bajó el telón de su ideario, aunque su presencia nunca desapareció del todo.

La concepción territorial de Lenin sobre las repúblicas soviéticas de Rusia sufrió una transformación extrema. Destacados autores sostienen esta metamorfosis ideológica: de creer con firmeza en el centralismo, de defender que las características nacionales debían integrarse en un Estado unitario, giró hacia la inevitabilidad del federalismo y con ello, el reconocimiento del elemento nacional, étnico y cultural de los territorios.

Stalin, sin embargo, fue persistente en el carácter centralizado de la URSS, heredera de la Rusia zarista, única e indivisible.

En una nota remitida a Lenin el 12 de junio de 1920 le comunica que las nacionalidades de los pueblos de Rusia nunca fueron estados y, si lo fueron, desaparecieron tiempo atrás. Se defendía el centralismo de la Federación Soviética integrado por las autonomías de Ucrania, Polonia, Finlandia, Crimea, Turquestán, Kirguizia, Siberia y el Trascaucásico. Pero autonomía, enfatizaba, no implica independencia y no supone secesión.

En 1922 Stalin declaró estados independientes a Ucrania, Bielorrusia y los estados transcaucásicos, vinculados contractualmente por una serie de convenciones firmadas
con Rusia. Se regulaban distintas áreas esenciales de la actividad económica, política y social, con una policía política dependiente de Moscú. Una obra de ficción tan solo.

Es posible que todas estas opciones ideológicas hubieran sido muy diferentes si el imperio ruso hubiese sido permeable a las corrientes de pensamiento europeas. La Europa del Renacimiento, la Europa Moderna, impulsó la ideología individualista, el espíritu crítico y la libertad de opinión, la tolerancia… El humanismo promovió una cultura abierta, libre y dinámica. Polonia es ejemplo de ello y de cómo los ideales renacentistas pervivieron en sus territorios, en sus gentes y en su cultura desde el s. XV. Territorios que alguno de ellos forman parte de la Ucrania de 2022.

Rusia quedó anclada en el tiempo e impidió, con ello, una apertura que hubiera significado un avance en la economía y una reducción de las muchas carestías que siguieron perviviendo a lo largo de muchos decenios más. En este sentido, la llegada del leninismo no alteró los resultados y, en muchos casos, la situación empeoró porque la ideología condicionó la dignidad de todo lo humano.

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