Fascinación por el agua

Fascinación por el agua
Fascinación por el agua

De María Belmonte, historiadora y antropóloga, había leído En tierra de Dioniso. Vagabundeos por el norte de Grecia (Acantilado, 2021), excelente relato sobre la zona en la que nació Alejandro Magno, un lugar de la antigua Grecia menos conocido que Atenas y su entorno. También en Acantilado, se han publicado Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia (2015) y Los senderos del mar. Un viaje a pie (2017). Su último  libro El murmullo del agua, de la misma editorial (2024, 196 págs.), lleva como subtítulo fuentes, jardines y divinidades acuáticas.

La primera parte (Aguas clásicas) es el viaje por la antigüedad grecolatina. Las ninfas, el dios Pan, Orfeo y otras figuras mitológicas griegas, las fuentes naturales, las cuevas y antros, los ríos subterráneos y el carácter sagrado y misterioso del agua de la cultura griega se transforman, en Roma, en afán de domesticarla con la técnica (fuentes públicas, acueductos, baños, termas...), tanto para la supervivencia y la higiene como para el placer y el poder, hasta el punto de que la capital del Imperio era considerada Regina Aquarum. La autora se fija especialmente en Plinio el Viejo y su sobrino, Plinio el Joven, y muestra también la admiración por Vitruvio y otros destacados arquitectos e ingenieros de entonces.

La segunda parte (Aguas renacentistas) nos conduce al otium nobile de papas, cardenales y de las poderosas familias de la época, en el tránsito de la Edad Media a la modernidad: el platonismo se refleja en los jardines llenos de simbolismo –ámbitos para iniciados–, porque la belleza exterior ha de expresar la interior. Belmonte describe las visitas a los más destacados palacetes italianos de la época, con especial atención a la villa del cardenal Hipólito II de Este (1509-1572), en Tívoli.

La tercera parte (Aguas barrocas) es un recorrido por la Roma de la conrtarreforma tridentina, con las admirables obras de Bernini (l'amico dell'acqua), Borromini, etc., y con especial atención a las fuentes y obeliscos que adornaban la urbe.

María Belmonte logra contagiar al lector su pasión por el agua, este elemento tan misterioso. Con prosa cuidada, la erudición se combina bien con el relato de los viajes de la escritora, en el que no faltan toques de humor ni pinceladas costumbristas. Luis Ramoneda

 

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