Salvar a "mi henmano"
Al Gobierno no le llega la camisa al cuerpo. Es que no da una. Los trenes que no funcionan; el apagón; la Confederación Hidrográfica del Júcar, que no alertó del desbordamiento del barranco del Poyo, causante principal de las inundaciones de la Dana; de nuevo movilizaciones contra las agresiones de migrantes a mujeres; y, por si le faltara algo, el escandalón de los pulseras para maltratadores.
La señora Irene Montero ya iba a pasar a la historia por su éxito con el ‘solo sí es sí’, pero ahora ha rematado ejecutoria con la novedad de que dejó desprotegidas a cientos de mujeres amenazadas, solo porque las pulseras protectoras eran de fabricación israelí. Y la ministra Ana Redondo anda ahora ahogándose.
En medio de todo eso, el hermanísimo, David Sánchez, convertido en la nueva estrella de la corrupción familiar.
Resulta que se escondía en Moncloa, en lugar de residir en Portugal, a donde había trasladado el domicilio fiscal con el fin de pagar menos impuestos. Y su señora esposa al menos en dos ocasiones utilizó un vehículo medicalizado de Presidencia para sus revisiones ginecológicas. Junto con el parking gratuito de la autocaravana durante dos años en el recinto presidencial.
Hablando de los desastres gubernamentales, hay algo que sí le funciona al Gobierno como máquina bien engrasada: el aparato mediático. Actúa rápida y eficazmente, poniendo en marcha sincronizadamente todos sus mecanismos, que no son pocos. Por eso se suele hablar de “la sincronizada”.
Los ministros, perfectamente instruidos tras recibir a primera hora el argumentario, salen a la palestra uno tras otro y sueltan ante los micrófonos el mensaje acordado. Con idénticas palabras. Los medios que dependen del Gobierno, y los que son ‘amigos’, se esfuerzan por darles máximo eco. Y los tertulianos en nómina rematan la operación. Todo eso lo hacen estupendamente.
Pues bien. Lo del hermanísimo debe de estar muy mal, porque sobre las últimas revelaciones se está produciendo un enorme silencio.
Los ministros no han saltado en equipo a intentar justificar lo que sucede, los medios callan, los tertulianos, si pueden, se abstienen de entrar en el asunto.
El problema le afecta, en primera persona, a don Pedro Sánchez. Va a tener que ingeniárselas para intentar justificar las hazañas de “mi henmano”.
Con esa expresión traigo a la memoria el llamado “caso Juan Guerra”, que envolvió al hermano del entonces todopoderoso vicepresidente del Gobierno don Alfonso Guerra.
El ‘hermanísimo’, descrito como “un pícaro conseguidor con despacho oficial” acabó en el banquillo por utilizar su despacho en la Junta de Andalucía para hacer negocios. O sea, que no era ningún ‘descamisado’, como llamaba su hermano en los mítines a los votantes del PSOE, sino que tenía conexiones con un centenar de sociedades con importantes activos inmobiliarios.
En aquellos tiempo hizo fortuna la expresión “mi henmano” porque, por lo visto, así hablaba de él Juan Guerra.
A Alfonso Guerra le costó el cargo.
Ahora, cuando saltaron las primeras investigaciones judiciales sobre su esposa, Pedro Sánchez se tomó cinco días de permiso presidencial para reflexionar sobre cómo afrontar la situación. Y los aprovechó bastante bien. Fue entonces cuando, entre otras medidas, se puso en marcha a Leire Díez, la fontanera del PSOE.
Entre paréntesis. Cuando ella compareció en el Senado, dijo que era periodista. Le preguntaron si había publicado algo y respondió que no. Afirmó que se dedicaba al periodismo de investigación. Le preguntaron si había publicado algún libro y dijo que no.
En fin. ¿Cómo va a salvar Pedro Sánchez a “mi henmano”? ¿Y cómo se salvará él? ¿La hiperactuación sobre Gaza y contra Israel es uno de los remedios, siquiera sea para tapar momentáneamente el escándalo?
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