Quiero bailar con alguien que me quiera

Ha muerto Whitney Houston. Las emisoras nos recuerdan sus números uno. Suena Wanna dance with somebody (Who loves me) y pienso en el baile de la vida. Quiero bailar con alguien que me quiera. Escúchala mientras lees estas líneas. ¿Con quién vamos a querer bailar sino con alguien que nos quiera?

Cuando vemos que bailan con amor y pasión, el baile nos trasmite algo más que una buena técnica. En las relaciones interpersonales, como en la canción, buscamos bailar con los que nos aman. Bailar no es fácil. Amar, mucho menos y ser amado hasta es peligroso, te pueden pisar. Bailar, como la vida, el arte del encuentro o de la vergüenza. Cada día tantos encuentros, tantos bailes.

Hay bailes muy difíciles y muy sabrosos como el que montó un amigo que subió hasta la UCI de un hospital, superando los férreos controles de enfermería, para cantarle a una niña de 16 años, hija de una amigo, el himno del Atleti compuesto por Sabina. Con bailes así, resucita la esperanza en la humanidad.

Hay bailes sucios como el que mantenía una chica con una amigo al que relataba cómo había robado un anillo en una tienda del aeropuerto. El chaval le reía la gracia. Con bailes así, tropiezas antes o después.

Estaba en una boda. Comenzó en vals. Nos arremolinamos entorno a los recién casados. Una chica preguntó: “¿por qué se baila? ¿Cuál es la tradición de este vals?” Uno le contestó: “la verdad es que no lo sé, pero se me ocurre que es una buena manera de representar qué va a ser la vida de ahora en adelante.

Este baile sólo tiene sentido si tienes a tu pareja contigo. Tú necesitas de ella para bailar y ella necesita de ti. Es necesario acompañarse, ir al ritmo del otro, adaptarse a sus movimientos y que él se adapte a los tuyos. Con cuidado para no pisar, con la cercanía precisa para seguir el compás. Las manos en el lugar adecuado, ni muy sueltas porque pierdes el contacto, ni apretando demasiado porque haces daño y bloqueas los movimientos. Siguiendo los pasos específicos de la música que suene pero a la vez con flexibilidad para adaptarse a los desajustes que haya por cansancio o tropiezos. La mirada atenta siempre al otro para saber cómo se siente, si es necesario cambiar algo o para trasmitirle lo que necesitemos… en fin, el baile como la vida misma”.

La chica que escuchaba atentamente y disfrutaba mientras observaba a la nueva pareja bailar, se giró y le dijo: “se nota que tú amas”. Amar es como bailar. Hay distintos bailes, músicas, pasos, ritmos… no es lo mismo bailar una sardana en Igualada que un pasodoble en Buenos Aires. Amor filial, fraternal, de amistad, sexual, paternal, a los otros, a la patria, a las cosas, a los animales. Amar…bailar. Distintos amores, distintos bailes. Distintas personas, distintos bailes. A bailar se aprende bailando.

Un amigo que tiene un hermano gemelo me contaba que de pequeños recibió 100 pesetas. Él en forma de moneda, de aquellas que había grandes y plateadas que al tacto te traían a la mente los cofres de la cueva de los 40 ladrones de Alí Baba. Su hermano en un billete, de los marrones con un señor calvo con gafas. Se pusieron a jugar. Fer perdió la moneda. Gran disgusto. Grandes lloros. Su hermano gemelo no lo dudó, cogió el billete, lo partió por la mitad y le dio una parte a Fer.

Un amor fraternal sellado con un gesto que serviría para cualquier amor: nuestra relación tiene valor y sentido pleno si cada uno aporta su parte con equilibrio. Si cada uno se queda con su mitad, no sirve para nada. Como decían otros hermanos gemelos a quienes nos empeñábamos en hacerles jugar al fútbol en equipos contrarios: “es que si jugamos separados, perdemos los dos”.

 

En el baile es necesario el equilibrio. En las relaciones interpersonales también. Entre darse y cuidarse, estar pendiente y no resultar pesado, dejarse cuidar y tener autonomía, trasmitir lo que necesitamos y buscar el bienestar del otro.

Los que vamos a bailar te saludan. Voulez vous danser avec moi?

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