De aquellos mimbres, estos cestos

Un niño tarda en adaptarse a la rutina escolar entre una semana y un mes

Secuelas del confinamiento en niños y adolescentes

Hay cosas que se quedaron en el tintero, cosas que ocuparon la lista de pendientes, cosas que parecieron congeladas… Hay otras cosas que nos arrollaron como un tsunami, recogiendo la fuerza de todo lo acontecido y no expresado, durante todos estos meses, en los que ya nada ha vuelto a ser normal.

En educación, quedaron graduaciones sin graduados, festivales sin salón de actos, viajes sin tránsito ni movimiento, fiestas sin invitados, celebraciones sin público, discursos sin auditorio… Y pasó y lo aceptamos y parece que hasta lo integramos. Pero vuelven las noticias, los datos, las estadísticas que se presentan como un deja vu y nos transportan a vivencias que vivimos y no queremos repetir.

Para muchos niños y adolescentes, de los que vivieron el tiempo de confinamiento como unos héroes y unos campeones, hoy es un tiempo en que la incertidumbre, la inseguridad y los miedos, hacen que brote como una gran bola todo lo que vivieron y pareció que lo hicieron con aparente normalidad y capacidad de adaptación.

¡Con lo bien que estuvo en abril y ahora todo se le hace cuesta arriba!, dicen algunos padres, sorprendidos por cómo ven a sus hijos. Son los rescoldos que quedan, las secuelas invisibles, las emociones no exteriorizadas.

¿Cómo acompañar estas situaciones como padres o educadores?

  1. Acoger y aceptar las emociones. Sin juzgarlas, sin luchar contra ellas, sin ofrecer recetas mágicas para su manejo, que no las hay. Hoy, ahora, me siento así, lo identifico y sé que pasará.
  2. Acompañar, que es sinónimo de ‘estar’. Muchas veces, nuestros niños y adolescentes solo necesitan de nuestra presencia silenciosa, acogedora, táctil, si puede ser. La caricia, el gesto, la mano tendida, el consuelo del abrazo tienen un valor incalculable, mucho más que las palabras.
  3. Poner el foco en lo caminado con éxito y desenfocar lo no caminado o aquello en lo que no se ha conseguido lo que uno quería. La mente tiende a poner en primer plano lo segundo y esto hace que la visión de la realidad sea negativa e insuperable. ¿Qué tengo hoy o a quién tengo hoy, por lo que estar contento, feliz o satisfecho?
  4. Ser conscientes del aquí y del ahora, hoy más que nunca esta es nuestra única y más valiosa posesión cierta. No hacer un exceso de pasado ni un exceso de futuro, la depresión y la ansiedad tienen su puerta de entrada por ahí. El hoy lo tenemos y podemos vivirlo, el mañana no le está prometido a nadie.
  5. Servir de espejo. Porque nosotros, adultos, también nos sentimos perdidos, inseguros, con miedo. Normalizar lo que se siente, le da un lugar legítimo y global. Es normal sentir lo que sientes, muchos nos sentimos igual.
  6. Ser agradecido. Todos los días hay algo que agradecer. Mañana, quizá, hasta agradezcamos cierta tristeza o desesperanza del hoy si la misma nos ayudó a reconstruir, a avanzar, a mejorar.
  7. Ocupar la cabeza y el corazón en uno mismo y desde ahí salir al otro. La solidaridad, la relación con los demás, la apertura al mundo y a otras realidades y necesidades, nos hacen salir de espirales personales en las que, a veces, uno se siente atrapado.
  8. Tener los ojos abiertos. Como adultos, nuestra atención debe estar despierta para captar, para ver, para intuir, para anticipar qué le está pasando al niño o al adolescente. Ellos tienen muchas formas de mandarnos mensajes, no siempre por los canales habituales de comunicación, pero siempre claros y contundentes. A veces, ni imaginamos lo que ellos están viviendo por dentro.
  9. Crear espacios de encuentro y diálogo. Hablar, escuchar, preguntar… tender puentes para dejar espacio a la expresión de emociones, de pensamientos, de situaciones. Las preguntas abiertas que generen respuestas donde el niño o el adolescente puedan explicarse, divagar, contar, expresar… son una buena forma de estar con ellos.

Nada de lo sucedido hasta ahora en el mundo, en nuestra sociedad, en nuestro entorno, es gratis para nadie. Solo se trata de que el precio a pagar sea justo y no desproporcionado. Por otro lado, a veces, las cosas que tienen un precio también tienen un valor. Sin duda, toda experiencia vivida tiene un gran valor en el crecimiento y desarrollo de las personas.

De aquellos mimbres, estos cestos, ojalá que sean los mejores cestos.

Dori Díaz Montejo

 

Psicóloga Educativa

Colegio Montpellier, Madrid

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