Cataluña: una campaña retro

Continúa la campaña electoral catalana que comenzó hace meses, cuando Maragall dijo que se iba y Zapatero se quitó de encima de la mesa del Consejo de Ministros a Montilla. También pudo haber comenzado cuando llegó Mas a La Moncloa, y entre el Presidente del Gobierno y el “capo” de Convergencia se sacaron de la manga los artículos suficientes para desatrancar el Estatuto de Cataluña.   El caso es que la campaña ya es oficial y han perpetrado los políticos la bobada esa de los carteles y han llevado sus coronas y adornos florales a la tumba de Companys hasta con antorchas.   Y ya tenemos a todos en liza. Una campaña “retro” basada en lo que unos y otros han hecho en el pasado y nada alusiva a las ofertas que, unos y otros, hacen al electorado diciéndole cómo van a gobernar en caso de poder hacerlo.   Está visto que los españoles –incluidos los catalanes- no nos merecemos casi nada. No nos merecemos un Gobierno que mienta; tampoco nos merecemos –por lo que se ve- un Gobierno que nos diga la verdad y no nos merecemos una clase política que, en plena campaña electoral, nos diga qué piensa hacer con nuestros votos y que no se enzarce en analizar el pasado ya sea con vídeos o con SMS.   Las encuestas dan pocas posibilidades de sorpresas. El desencanto del electorado tiene, tradicionalmente, dos salidas naturales: una es la abstención, la otra la indiferencia que lleva a votar “lo de siempre”. Y por eso, en España, cambian tan poco las cosas –salvo cataclismos-  desde hace varias elecciones, tanto autonómicas como generales.   Lo único que puede cambiar en Cataluña son las coaliciones postelectorales, que es a lo que se aplican todos los políticos. Aunque traten de poner buena cara y decir que van a ganar, y por mayoría absoluta, todas las fuerzas catalanas saben perfectamente dónde están y –lo más evidente de todo- dónde van a estar el día después. En consecuencia todos se afanan –no tanto por la conquista del voto con propuestas de futuro- por conseguir las mejores posiciones de negociación en futuras coaliciones y lo hacen, preferentemente, a base de descalificar el pasado del adversario.   Así las cosas, pocas salidas le quedan al elector catalán. Si CIU no logra la mayoría absoluta, Carod Rovira se dejará querer por uno u otro lado y volverá a tener poder en la Generalidad.   Una coalición PSC-CIU parece impensable –aunque nunca se sabe- y el Partido Popular -además de ser casi residual en Cataluña- lo tiene difícil para pactar con nacionalistas de izquierdas o de derechas.   Una vez más, el árbitro puede ser Carod y sus antorchas.   Mientras, todos miran hacia atrás con más o menos ira.

 
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