Libertad y verdad

La libertad y la verdad son los bienes más preciados de cualquier ciudadano. Vivir en libertad y, desde esa libertad, poder decidir –por los cauces legales previstos- el cómo y el qué de las cosas que a todos atañen, es la gran aspiración del ser humano desde los griegos. Sin libertad y sin verdad no hay democracia.

En nuestro tiempo se habla mucho de libertad, se habla mucho de democracia pero se habla poco de verdad que queda relegada a un segundo plano o, al menos, a un plano teórico.

En el mundo político -o por mejor decir en el mundo en el que se mueven los políticos- faltar a la verdad es algo habitual. Se supone que todos damos por sobreentendido que el político engaña por definición.

Lo que está ocurriendo estos días en Cataluña -y muy concretamente las declaraciones y los planteamientos de los independentistas- es un ejemplo palpable de una sistemática falta de verdad. No se trata de argucias políticas, de argumentos más o menos retorcidos o de eslóganes producto de un marketing político en el que la exageración, las medias verdades y hasta las tergiversaciones están, desgraciadamente, admitidas.

Escuchar a personajes como Carlos Puigdemont, Oriol Junqueras, Carmen Forcadell, Rufián o Tardá, es dar oído a falsedades sin cuento en las que están basando, desde hace años, sus apetencias independentistas.

La mentira debería ser el gran pecado mortal de cualquier político. Pero el engaño y la simulación, el tono melifluo de Carmena o Colau, las arengas callejeras y hasta los debates parlamentarios, están sembrados de mentiras.

Ante la gravedad de lo que está ocurriendo en Cataluña, se buscan culpables. Se señala a unos y a otros por acción o por omisión, por un exceso de prudencia o por un desprecio a las leyes vigentes y en todo eso hay una cuota de culpabilidad, pero cuando un político usa sistemáticamente la mentira es porque sabe que hay quienes le creen y quienes creen en la mentira y esos crédulos también tienen su parte de culpa por cuanto o no se informan o se dejan engañar.

Pero no se puede desconocer que hay mentiras que, por venir de auténticas autoridades en la materia, hacen dudar de su veracidad. Es lo que ocurre, por poner un ejemplo, cuando Pablo Iglesias afirma sin ruborizarse que en España hay presos políticos. Ante eso cabe la duda, porque el aserto procede de una auténtica autoridad en la materia.

 
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