Por la boca… ¿otras elecciones ‘raritas’?

A veinte días de las elecciones comienzan a surgir una serie de acontecimientos ajenos a los comicios que, con la ‘destreza’ que caracteriza a nuestros políticos, pueden determinar los resultados electorales. Como no sería la primera vez, no estaría de más que esas circunstancias no se utilizaran ni para el fuego graneado contra los otros, ni como asidero propio para intentar auparse a posiciones más favorables de cara a las urnas.

Desde los gravísimos atentados terroristas y el miedo subsiguiente, hasta la cumbre de París sobre el cambio climático, pasando por la situación de Cataluña o los juicios pendientes por los casos de corrupción, comienzan a proliferar las manifestaciones en contra de esto y de aquello que si no están orientadas y dispuestas a enrarecer el ambiente pre-electoral, que venga Dios y lo vea; tampoco es extraño que surjan amenazas de huelga en sectores estratégicos y se azucen conflictos más o menos ‘oportunos’.

Dada la forma en la que nuestros partidos políticos entienden las campañas electorales, estas algaradas y esta forma de aprovechar todo lo que se tercie para degastar al de enfrente, no debe de extrañar a nadie; pero una cosa es que estemos acostumbrados y otra muy distinta que no haya que denunciarlo y decir que ese no es el camino, ni en el fondo ni en la forma.

Para algunos todo es electoralismo. Ningún dirigente nacional, autonómico o municipal, puede mover un solo pie sin que se le acuse de electoralismo. Es como si durante los meses previos a las elecciones, la vida en todo el país tuviera que paralizarse y no se pudiera gobernar para no ser acusado de electoralista.

Casi todo en la política española es absurdo y, en campaña electoral, ese absurdo alcanza cotas insospechadas y, como siempre estamos en campaña, el absurdo permanente está servido y más que asegurado.

Los mismos que organizan una manifestación o una huelga para desgastar a un gobierno nacional, a una corporación municipal o a quién ostenta el poder en una autonomía, acusarán de electoralismo la inauguración de un mercado, el asfaltado de una calle o la reforma del comedor de un colegio.

Todo ello contribuye a desvirtuar una campaña que no se caracteriza por la serenidad ni por la normalidad en el intercambio de ideas o en la confrontación de programas.

Por si los votantes no tuvieran bastante con decidir a quienes van a votar, ahora tienen que separar la paja de los acontecimientos externos, del hipotético grano de los programas electorales.


 
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