Por la boca… La lejanía de las noches electorales

Nuestro sistema político y, a mayor abundamiento, nuestra Ley Electoral, supone que los ciudadanos no elegimos ni a los alcaldes, ni a los presidentes autonómicos y, mucho menos, al presidente del Gobierno. Elegimos a quienes serán los que, en definitiva, los designen. Si a eso añadimos la labor de intermediación previa de los partidos políticos, nos encontramos con la realidad: nuestra elección de quienes nos van a gobernar, resulta muy remota.

Se trata de un sistema más en el que la democracia toma cuerpo, pero ni es el mejor, tampoco el peor, ni el que más entusiasmos puede despertar en los ciudadanos.

Cuando se producen mayorías absolutas, el sistema puede que satisfaga a los votantes que ven cómo su voto se ha reflejado en los distintos gobiernos, nacional, autonómico o municipal, pero si el gobierno hay que repartirlo entre minorías y hay que llegar a consensos y coaliciones, la cosa cambia.

En esas estamos.

Si el adelanto de las elecciones andaluzas ha servido para algo, indudablemente, ha sido para reflejar lo que puede pasar en las elecciones autonómicas y municipales y en las nacionales. Si los vaticinios se cumplen, habrá pocas mayorías absolutas y habrá que recurrir a las negociaciones, a los tira y afloja, a las cesiones y a las renuncias. Todo llevará a un cierto desencanto de los ciudadanos que verán cómo su voto, en cierta manera, se ha desvirtuado. Será un voto no otorgado a un candidato concreto –que se aleja de ellos- ni tan siquiera a una lista determinada, sino a un partido político que jugará con ese voto en el terreno de los consensos.

Por ejemplo en Andalucía, tras una campaña agotadora, mítines, acusaciones y promesas, todo se resolverá por la voluntad de Ciudadanos que ni siquiera tendrá que definir su voto de forma explícita, al bastar con la abstención para que gobierne Susana Díaz.

Pero es que además, y siguiendo con el ejemplo, Ciudadanos, al tomar su decisión en el Parlamento andaluz, estará mirando de reojo a otras autonomías, a otros municipios y, por supuesto al Gobierno de la nación. Se tratará de una cadena de decisiones -en cada sitio y en cada circunstancia, seguramente, distintas- que no siempre serán del agrado de sus votantes y que condicionarán el futuro de esa formación política.

No es la primera vez que las coaliciones y los apoyos han costado muy caros a partidos políticos que, en aras de ‘facilitar la gobernabilidad’, han dejado demasiados trozos de piel en el camino de sus apoyos..

Por eso –salvo las mayorías absolutas- resultan tan ridículas las noches electorales, de las copas de cava, de los abrazos, de las comparecencias y del ‘hemos ganado, las elecciones’.

 

Las elecciones, en la noche electoral, solamente las ganan los que consiguen mayoría, absoluta, el resto tiene que esperar, consensuar, ceder y tragar mucho.

Comentarios