Por la boca…Un “prusés” aquejado de infantilismo

Diada independentista del 11 de septiembre de 2017.
Diada independentista del 11 de septiembre de 2017.

La Diada de la pasada semana es solo un episodio más del infantilismo galopante que padecen quienes han hecho de la independencia y de la afrenta a España su único juguete, un juguete que, como todo los niños, no dejan ni a sol ni a sombra y por el que discuten y hasta se pegan entre ellos.

Pese a la inflación que padecemos, en el censo de políticos actuales no brillan las lumbreras y son pocos los que destacan por una cierta solvencia, pero la pléyade que vivaquea en Cataluña alrededor del “prusés”, está aquejada de un raquitismo político que supera cualquier previsión por pesimista que sea.

Ni los que huyeron de la justicia, ni los que no huyeron y han sido indultados, ni los que se camuflan en Madrid disfrazados de ministros de Sánchez o de diputados, ni los embargados, ni los que se manifiestan ni los que hacen declaraciones desde los ayuntamientos, ni los que han llegado, ni los que zascandilean para llegar, ni los que cobran, ni los que se afanan por cobrar, ni los que quieren cobrar más… No se salva ni uno.

Tarradellas queda muy lejos y además no interesa recordar su figura ni su trayectoria política en favor de Cataluña y de los catalanes. Y hasta Pujol –cada vez menos honorable- queda en el olvido de los que hace no demasiado le bailaban el agua y quién sabe si le jaleaban los “viajes económicos”, también con el maletero del coche como pieza fundamental.

La Diada de la pasada semana es solo un episodio más del infantilismo galopante que padecen quienes han hecho de la independencia y de la afrenta a España su único juguete, un juguete que como todo los niños no dejan ni a sol ni a sombra y por el que discuten y hasta se pegan entre ellos.

Cualquier excusa es buena para intentar adueñarse del juguete. Juegan a ver quién es el más independentista y el más antiespañol y de eso viven en el sentido más literal y crematístico de la palabra. Da lo mismo que sea la Diada, una mesa de negociación, quemar fotos, destruir el mobiliario urbano de Colau, ante la sonrisa boba de Colau, el aeropuerto de Barcelona o las agresiones a la comisaría de la Vía Layetana, ante la sonrisa más que boba de Marlaska. Ellos con su juguete siguen haciendo política de plastilina. Plastilina que pagamos todos los españoles (Sánchez mediante).

Su infantilismo es galopante y su raquitismo patente, de ese del que cualquier pediatra dice aquello de “este niño no crece”. Pasan los años, pasan los referéndums, pasan las algaradas callejeras, pasan las soflamas en un parlamento de teatro de marionetas y hasta las peregrinaciones a Bélgica pero ellos, políticamente, no crecen ni un palmo.

Y como no tienen otro juguete que su odio a España, todos lo quieren y se lo disputan y no dejan jugar a los otros independentistas y se dividen y pugnan para ver quien odia más lo español y quien ama más la república catalana y batallan para ver quién de ellos dice la memez más apropiada para seguir engatusando a los que les votan. Y la gente normal preguntándoles qué es lo que quieren hacer cuando crezcan.

Solamente se ponen de acuerdo a finales de mes para pasar por la ventanilla del Consejo de Ministros, del Parlamento catalán, de las consejerías o de los ayuntamientos. Que es de lo que se trata,

 

Y mientras, Cataluña se desvanece en la placidez de la entelequia de la república independiente y las empresas se marchan y los inversores no llegan.

Y se va achicando y se convierte en el país de Liliput de la política. O sea algo ficticio.

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