No somos niños, todavía

Con la pandemia hemos aprendido a que nos traten como niños pequeños, pero eso no cuela con la educación. Eso de que ‘te voy a dar un cachete si sales de casa a tal hora, sin mascarilla, para juntarte con más de seis amigos’, ha sido aceptado con resignación por la mayor parte de la ciudadanía, a pesar de los bandazos en la política sanitaria del Gobierno. Sin  olvidar el ‘salimos más fuertes’ de la presunta desescalada primaveral hacia un verano feliz que se hizo horrible, ni el aparcamiento del estado de alarma hasta después de la manifa feminista. A pesar de todo nos hemos portado bien, la mayoría como gente biencriada.

Pero las manifestaciones de ayer contra la ley de educación impuesta, han revelado el hastío de una multitud transversal hacia el toquiteo de una cosa tan sería como la educación de los hijos. No ha sido una cosa partidista, de este partido o del otro, sino una efusión multilateral de padres, colegios, sindicatos de enseñanza, patronales y un largo etcétera de organizaciones sin animo de lucro, por todo el país, a favor de una educación más concertada, no impuesta por el corralito de una señora, sino dialogada y transparente para encontrar entre todos las mejores soluciones que no impongan una idea predeterminada e infantiloide acerca de un asunto tan serio como la educación.

El modo de solucionar todo como la pandemia ha dado frutos insospechados de infantilismo, como la propuesta de Podemos acerca de un referendum en el Sáhara, que ha motivado la apertura por parte de Marruecos de las compuertas para una emigración desbordante hacia Canarias. Lo que ha llevado a que el ministro Marlaska saliera corriendo hacia Rabat, para desmentir esa ocurrencia inoportuna, fruto de un mal sueño infantilizado e inoportuno, como tantas cosas de la Ley de educación.

 
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