Esperanza, pese a todo

Universidad de Navarra.
Universidad de Navarra.

Estos días el Campus se ha llenado de vida, de color, de sonrisas nerviosas, de ilusión y de esperanza. Miles de chavales han iniciado un nuevo curso en la universidad y este escenario ha alimentado mi reflexión. Queridos jóvenes, van a ser difíciles los tiempos que vienen, en el mundo que os ha tocado vivir.

Siempre he tratado de transmitir esperanza, en mi trabajo, en mi vida social, en mi familia, con mis hijos. No creo incluso que se pueda educar sin ella. Pero mi esperanza no está puesta fuera, en los grandes adelantos tecnológicos o digitales. Me temo que muchos de esos progresos, algunos de gran utilidad y de notables beneficios, puedan ser manipulados por fuerzas destructivas o enajenantes, como siempre ha sucedido en la historia. Y por eso deposito mi esperanza en otra dimensión: en la interioridad, en esa palabra tan desprestigiada y denostada hoy en día, el "espíritu". Estoy absolutamente convencido que si algo salvará al hombre y a la humanidad en general será el espíritu, la conciencia, la libertad interior del ser humano.

San Agustín, el más grande de los pensadores cristianos, dijo que todo en el universo es bueno; incluso lo que parece ser malo es realmente bueno en la medida en que encaja en todo el patrón del universo. Por ejemplo, las flores de diferentes colores son necesarias para la belleza de un jardín y cada flor en particular es buena en su propio lugar, lo que se agrega a la belleza del jardín. Del mismo modo, el mal que se encuentra en el mundo está ahí para hacer que todo sea bueno.

Muchas veces se reconoce a los eruditos porque no son escuchados. Hoy más que nunca es fácil confundir a los falsos con los verdaderos. Nos falta un San Agustín del siglo XXI en estos tiempos tan convulsos, tan enmarañados, tan inciertos, tan acelerados. El desierto avanza, queridos amigos, y a una velocidad impresionante.

Yo sé que vosotros estáis preocupados y ocupados por el cambio climático. Es vuestra lucha como fue la libertad en los ´60, la democracia en los ´70 y ´80, la pobreza en los ´90. Tal vez seáis vosotros y vuestros futuros hijos los últimos que podáis conocer y disfrutar la Tierra tal como la conocemos y amamos hoy: con sus primaveras, inviernos, veranos y otoños estables, claros, distintos. Tal vez vosotros seáis los últimos en escuchar los cantos primaverales de los pajarillos en vuestros jardines. Deteneos a oírlos y no los olvidéis jamás, grabaos los sonidos, los colores, las maravillas y milagros de la Tierra en vuestros corazones y en el disco duro de vuestras memorias. Necesitaréis volver a ellos en tiempos de sequía.

Sabéis que son mis hijos los que todos los días me obligan a reciclar los papeles, separarlos de los plásticos, me hacen tomar conciencia de los pequeños gestos para cuidar este frágil planeta. Mis hijos, maestros míos en muchos sentidos, os confieso que eso no basta. Porque esa desertificación es el resultado de otra, más profunda y muchas veces invisible, la desertificación interior. No sacamos nada con separar la basura reciclable del plástico y materiales tóxicos si no lo hacemos también dentro de nosotros mismos, y esto es una tarea épica, titánica, heroica.

La desertificación interior crece cuando perdemos la capacidad de asombro, cuando no nos maravillamos ante una nube que pasa, cuando no escuchamos el crujir de las hojas en otoño, cuando creemos que todo se puede comprar y vender, cuando a todos le ponemos precio, y el reino de la cantidad es más importante que el reino de la gratuidad. Todavía no le han puesto precio a las estrellas, ni al aire, ni a las sonrisas ni se puede comprar en Amazon abrazos o besos de tus hijos antes de dormir.

Pero mirad a vuestro alrededor, el hombre ya está haciéndose esclavo de sus propios inventos, y lo peor de todo es que cree que es más libre que nunca. En definitiva, hay dos desiertos que avanzan: el de fuera y el de dentro. Pero el de dentro es el que más nos debiera ocupar, porque es muy fácil no verlo. Sobre todo, hoy día, en que pareciera que no necesitamos nada, que lo tenemos todo. ¿Qué pasaría si os dijera que estamos más necesitados que nunca? Muchos me dirían que estoy loco (que tal vez lo estoy, en alguna medida) Pero veo esperanza en la oscuridad, veo la luz que no deja de iluminar. La acabo de mirar mientras recorro el Campus de la Universidad. ¡Y en los rostros puros de nuestros jóvenes acabo de reencontrar la esperanza! ¡Está viva, intacta aún! 

Roberto Cabezas

 

Expert in Higher Education Management, Universidad de Navarra

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