El futuro se está infiltrando en el presente

Nunca he tenido una gran afición por la tecnología. Siempre he sentido que voy más lento de lo que está sucediendo en este ciber mundo. Cuando logro comprender algo, ya pasó mucho tiempo de eso. Pero ahora está pasando algo más preocupante: hemos perdido la capacidad de pensar sobre el futuro, porque se está infiltrando en el presente a un ritmo que todavía no entendemos. Yo no entiendo. El futuro llega de infiltrado, silencioso. Se cuela en la normalidad de manera invisible y terroríficamente doméstica. Vivimos una especie de analogía extraña, una sensación de estar viviendo un futuro que ya llegó. Y que está invisible, como en las buenas películas de ciencia ficción, porque estamos en un mundo tan complejo que es absolutamente imposible saber o adivinar lo que viene. 

Recuerdo que hace algunos meses, más de mil líderes e investigadores del mundo de la tecnología se unieron para redactar un comunicado, en el que instaron a frenar los acelerados avances en programas de inteligencia artificial como ChatGPT, entre otros. Entre los ilustres suscriptores estaba el cofundador de Apple, Steve Wozniak, y el magnate de SpaceX, Tesla y Twitter, Elon Musk, quien paradójicamente acaba de fundar una empresa de IA a la que bautizó como X.AI. Lo curioso es que prácticamente no existe regulación y, lo peor, es que da la impresión que a nadie le preocupa mucho, salvo a algún filósofo reivindicativo o un par de ciberactivistas entre los que me incluyo. Parece que estos temas importantes, que podríamos catalogar incluso como “peligros existenciales”, no llaman la atención de los políticos, de las autoridades, de los medios y de la sociedad en general. No existe un soporte de reflexión ni tampoco está en la agenda. Nadie dice nada y todos miramos estos avances desde la barrera.

Y ni hablar del metaverso, que es como una interfaz de entrada donde se penetra con la visión de cada uno en un universo inmersivo digital. Hoy esa interfaz son unos cascos incómodos, pero en dos telediarios serán unas mini gafas o un microchip que se implantará en el cerebro humano con neurolink, intentando lograr una simbiosis con la inteligencia artificial. Y esto que nos parece ciencia ficción ya ha sido experimentado en monos. ¡Una locura!

Me da la impresión que nos enfrentamos a desafíos que pueden colocar en jaque la democracia, la educación y la convivencia entre nosotros. ¿Nos entregaremos a esta nueva realidad, sin hacernos, al menos, algunas preguntas, sin cuestionar sus posibles consecuencias para nuestra sociedad e incluso para toda la humanidad? Porque, ¿cuánto tiempo queda para que seamos reemplazados por la tecnología y la inteligencia artificial? ¿Seremos reemplazados? ¿Cuánto tiempo queda para que la inteligencia artificial se apodere en definitiva de la cultura, de la educación, de nuestras relaciones, de nuestra vida, de aquello que ha sido lo que ha definido a lo humano en su paso por este mundo? Probablemente, muy poco. Incluso vosotros mismos, legítimamente, podríais dudar que detrás de este artículo no haya ninguna persona, sino una inteligencia artificial. Ellos -las nuevas máquinas pensantes- se apoderarán de las conversaciones, de los relatos, de nuestros trabajos, de nuestras relaciones. En gran medida se apropiarán de nuestras vidas, ¿tendrán el control sobre ellas?

Esto que te estoy diciendo no es ciencia ficción, es realidad que ha ido más rápido que la ciencia ficción en estos días. Escribiendo estas líneas me he acordado de la película “Blade Runner”, basada en la novela de Philip Dick, un escritor profético, a la luz de lo que está pasando hoy. En ella, aparecen los replicantes, un tipo de humanoide, androides de última tecnología con apariencia humana, casi indistinguibles de los hombres, creados por otro androide de avanzada inteligencia artificial, Reese, que deseaba tenerlos como sus propios juguetes. Sólo se les da una vida de 4 años para que no desarrollen una inteligencia empática o emocional.

Se me ocurre que tal vez tengamos que resistir y preparar una respuesta humanista ante la entrega ingenua e irresponsable de nuestra civilización ante su nuevo “becerro de oro”. Heidegger, el filósofo alemán, en su famosa conferencia “Serenidad”, pronunciada en 1955 en la ciudad de Messkirch, afirmaba que la técnica debe ser pensada. Que el ser humano debe conservar la libertad para decir hasta donde se debe dejar que ella entre y actúe en nuestra intimidad.

Ojo, no se trata de involucionar a una etapa pre-tecnológica, se trata de preguntarse a tiempo si este nuevo salto tecnológico no significará un retroceso a una era de las cavernas disfrazada de esplendor digital. Vivimos con tecnología “mágica” que nos supera que nos dice dónde llegar, a dónde ir, qué tenemos que comer, qué leer, qué películas ver, qué tenemos que hacer, en definitiva, y todo esto es sumamente peligroso. ¿No os parece? ¿Esto es bueno o es malo? ¿O no es ni bueno ni malo? No nos cuestionamos nada, pero, ¿cuál es el riesgo de todo esto?

Este artículo no ha sido escrito con ayuda de ChatGPT como un primer acto de resistencia de los muchos que habrá que hacer para evitar que perdamos nuestra humanidad.

 

Roberto Cabezas

 

Expert in Higher Education Management

Universidad de Navarra

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