No te olvides de vivir, por favor

Ordenador.
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Tengo una tesis: la mayor parte de nuestras neurosis, frustraciones, rabias y falta de sabiduría para vivir nacen porque nadie nos ha enseñado a envejecer y a morir. Salvo el otoño y sus hojas. Para ser contempladas, para crujir bajo mis pies, para arremolinarse ante mi paso al ritmo de los suspiros del viento, danzando sin descanso, para jugar con ellas. Las hojas del otoño desafían nuestros intentos de tener todo bajo control. Innumerables hojas amarillas, rojas, marrones, caen y caen sin tregua, como diciéndonos que todo cae, pero caer es hermoso. 

Quedan pocos días para comenzar el otoño y ya he visto hojas en las aceras. ¡No barramos las hojas de este otoño, dejémoslas el máximo tiempo posible acompañarnos en nuestro fugaz paso por esta tierra! Si los niños no pisan las hojas de otoño desde temprano, ¿qué tipo de adultos serán mañana? 

Creo que somos una hoja de nuestro propio otoño, batida por el viento, déjate caer. Somos pasajeros. Destellos en la noche. Pensamos que aceptar eso con resignación significa asumir una humillante derrota, la derrota ante la finitud y la muerte. Pero es el mismo otoño, pudoroso maestro de las estaciones, el que asume la responsabilidad de enseñarnos a vivir, a envejecer y a declinar siendo conscientes de lo bello y maravilloso que es. 

Con el comienzo del curso las ciudades despiertan colapsadas: ¡colapsadas antes de empezar el curso! Y cada uno de nosotros entrará en un activismo no siempre eficaz, pero sí vertiginoso. Cada vez más vertiginoso. ¿El tiempo se acelera o nosotros nos aceleramos en esta sociedad que a veces nos agota. La llamo la sociedad del cansancio, donde la contemplación, la experiencia de la presencia física se vuelve cada vez más escasa o definitivamente una práctica en vías de extinción? 

Los antiguos sabían vivir en el presente. Goethe lo llamaba “la salud del momento”, es decir, en lugar donde no se permite perderse en la nostalgia del pasado o en la incertidumbre del futuro. Nostalgia por las vacaciones que ya pasaron, nostalgia por las vacaciones que vendrán. Nostalgia por la jubilación o por vivir pensando cuándo nos jubilamos. ¿Y mientras tanto qué hacer? Sobrevivir y “echarle palante”, como dice la expresión popular. Y ojo, vivir el presente no tiene que ver con desinhibirse o dejarse llevar por los impulsos del momento. ¡Viva la slow life como acción de protesta a este ritmo de vida insostenible! 

En todo caso tengo la impresión que pocas veces reflexionamos sobre el presente, sobre la actualidad temporal, sobre la aquí y el ahora y tampoco sobre la proximidad espacial. Muchas veces lo que está al lado o al frente nuestro, en nuestras propias narices, no lo vemos, no lo valoramos y no le damos la importancia necesaria. La presencia es lo que esos dos olvidos o distracciones (el temporal y el espacial) pueden hacernos que nos perdamos en este mundo tan volátil y cada vez más superficial. 

Hace algunos días estuve con mi mujer tomado algo en una terraza. Al lado nuestro un matrimonio con tres niños. Cada uno de los integrantes de esta familia, incluidos los padres, estaban sumergidos en las pantallas de sus móviles. Ensimismados, abstraídos, absortos en el cibermundo. Hoy en día, prácticamente todo el mundo vive conectado a la red. Forma parte ineludible de nuestras vidas, y eso provoca todo tipo de nuevas situaciones y estados emocionales. Algunos son claramente positivos: el acceso a la información, las nuevas posibilidades de comunicación, la optimización en los procesos de trabajo, etc. Pero, a la vez, la vida online se ha convertido en una clara fuente de insatisfacción, trastornos y problemas para mucha gente. excesos que se cometen en nombre del progreso digital y tecnológico. Una excesiva y tramposa interconexión en la que podemos quedar atrapados si nos volvemos adictos al scroll infinito o nos obsesiona la exposición narcisista en las redes sociales. Me surgen tres preguntas claves para alimentar la reflexión, ¿todo esto merece la pena? ¿Qué has ganado y qué has perdido por el camino? ¿Prefieres seguir conectado?

En tiempos nihilistas, como el que vivimos, pedir una pausa para detenerse para disfrutar de un bello instante es un acto revolucionario y transgresor. Nos hemos entregado de rodillas ante la búsqueda del éxito, hemos pactado con él para sobrevivir e intentar ser ganadores en esta época sobregirada, muchas veces a costa de sacrificarnos a nosotros mismos. 

El silencio reina en esta noche calurosa y repleta de grillos en la que escribo. Presencia: ¡cómo te escapas cuando te busco, ¡cómo apareces cuando te había olvidado! Presencia, no eres una palabra, un sustantivo, una abstracción. Eres simplemente, sin pretensión, ni vanidad ni cálculo. Un poco de aire en tiempos de asfixia, un poco de luz al caer la tarde o al empezar el día. Desde el pasado (irremediable, ya sido), un ausente que nos susurra al oído: ¡no te olvides de vivir, querido amigo!

 

Roberto Cabezas, Expert in Higher Education Management, Universidad de Navarra

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