Egipto vuelve a recibir ayuda financiera americana

            No faltan razones para criticar la rápida evolución política de Egipto, que recuerda tiempos anteriores, tres años después de la caída de Hosni Mubarak: en el fondo, a pesar de algunas apariencias democráticas, un año después del golpe que derrocó a Mohamed Morsi, el país ha vuelto a un sistema dictatorial, con un retroceso real de las libertades ideológicas. Éstas habrían salido perdiendo, sin duda, con la prepotencia de los Hermanos musulmanes en el poder. Pero hay mucho trecho desde ahí a las numerosas condenas de muerte y a la actual represión de diversos medios informativos.

            No obstante, el nuevo presidente Abdelfatah al Sisi ha conseguido el reconocimiento interno y exterior en relativamente poco tiempo. Así, durante la última semana de junio, asistió a la cumbre de la Unión Africana en Malabo: fue readmitido, después de la suspensión tras el golpe de Estado que depuso a Morsi. En buena parte, se explica porque una de las grandes preocupaciones de la UA es justamente la creciente difusión del extremismo islamista, con manifestaciones próximas a las de Al-Qaeda en diversos lugares del continente. Se extiende el terrorismo y la muerte en el Magreb, en África central, al Este y el Oeste -de Kenia y Somalia a Nigeria-, con nombres diferentes pero cruelmente violentos: Aqmi, Boko Haram, shebabs, Ansaru...

            En ese contexto, y en medio de tantos fracasos diplomáticos, se comprende la actitud de Washington frente a El Cairo. La reanudación de la ayuda militar significa en cierto modo un reconocimiento pragmático de la prevalencia de la estabilidad controlada, frente al albur de primaveras y rebeldías que acaban siendo fagocitadas por los fundamentalistas. Y –no me cansaré de repetirlo  con el recrudecimiento de la persecución y el martirio de los cristianos.

            Se entiende también el dramático llamamiento del arzobispo sirio católico de Mosul Yohanna Petros Moshe a la comunidad internacional: “¡Salvadnos!” La situación de Iraq es muchísimo más grave que en África. La ofensiva de los yihadistas del Estado Islámico de Iraq y del Levante está inundando el país de violencia y muerte. Las recientes palabras del prelado resultan significativas: “es necesario intervenir de inmediato para poner fin al deterioro de la situación, trabajando no sólo a nivel de ayudas humanitarias, sino también política y diplomáticamente. Cada hora, cada día perdido, hace que se corra el peligro de llegar a una situación irrecuperable. No podemos dejar pasar días y semanas en la pasividad. La falta de acción se convierte en complicidad con el crimen y en abuso de poder. El mundo no puede hacer la vista gorda ante la tragedia de todo un pueblo que huye de sus casas en unas pocas horas, llevándose consigo sólo la ropa que tiene puesta”. Los cristianos sólo quieren vivir en paz, trabajando con todo el mundo y en el respeto hacia todos, como han hecho durante siglos.

            En cambio, para los cristianos de Egipto –y a pesar de las agresiones sufridas en los meses anteriores al levantamiento popular de 2011, el presidente Abdelfatah al Sisi supone un motivo de esperanza. El día de su juramento, rindió ya un homenaje al papel desempeñado por la Iglesia copta en el pasado y el presente. En su primer discurso a la nación, en la tarde del domingo 8 de junio, dedicó un pasaje importante a los cristianos, que agradeció expresamente Anba Antonios Aziz Mina, obispo copto católico de Guizeh: “ha dicho que la Iglesia ha jugado un papel importante en la historia de Egipto y ha dado una contribución innegable para salvaguardar la unidad nacional, haciendo frente a quienes fomentaban los conflictos dentro del pueblo egipcio”.

            Se puede y se debe criticar el deterioro de los derechos humanos del actual régimen. La represión no se aplica sólo a los Hermanos Musulmanes, definido como grupo terrorista hace un año. Pero Estados Unidos prefiere la estabilidad egipcia al caos sirio o iraquí, y Obama ha decidido reanudar la ayuda financiera a Egipto. Idéntico clima se respira en Bruselas, dispuesta a dar por buena una normalización política que dista mucho de haberse logrado. Al cabo, Al Sisi constituye un freno contra la expansión yihadista, a pesar de la reiteración de atentados especialmente en la península del Sinaí. El realismo se impone a la democracia y a los derechos humanos. Salvo que el deterioro económico del país -también por el desmoronamiento del turismo, gran fuente de riqueza de Egipto  dé lugar a nuevos movimientos populares de protesta.

 
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