Occidente aplica un doble rasero a Orban y Erdogan

            En la actual crisis de la prensa occidental, influye mucho el peso de estereotipos que le restan credibilidad, con la consiguiente pérdida de lectores. El futuro del periodismo, a mi entender, no está en el evidente e imparable avance tecnológico, sino en la capacidad de analizar lo que sucede y contarlo con profundidad y claridad.

            Digo esto porque me asombra la capacidad de juzgar con diversas medidas a líderes como Viktor Orban y Recep Tayyip Erdogan, que acaban de obtener resultados positivos en las correspondientes consultas electorales de Hungría y Turquía. Por paradoja, a más contundente triunfo, más crítica paradójicamente democrática. Ciertamente, la victoria de Orban es más importante por tratarse de comicios políticos generales, y por haber obtenido una abrumadora mayoría. Erdogan gana en las municipales turcas, pero nota el peso de la creciente impopularidad doméstica, aunque es mejor valorado en el exterior.

            Desde que Viktor Orban promovió la reforma constitucional húngara, que sancionó lo que su partido consideraba tradiciones patrias en temas delicados como la concepción del matrimonio o la referencia pública a las creencias religiosas, no deja de recibir ataques en Occidente. Recuerda, a sensu contrario, el fenómeno histórico de Gorbachov, jaleado por la prensa del oeste, mientras perdía fuste político en su propia nación.

            Ciertamente, el líder húngaro ha contado con un especial apoyo de los medios de comunicación oficiales. Pero esto suele suceder donde pervive ese tipo de medios, que más bien provocan un efecto bumerán en los países de tradición cultural, como es el caso de Hungría. No parece que sea como para cuestionarse de nuevo la permanencia en la Unión Europea: se planteó ya –sin éxito‑ hace cuatro años, cuando Orban retornó al poder. Entre otras razones, porque si Fidesz es una formación política conservadora, tiene aún a su derecha otro partido extremista –el Jobbik, antisemita y antiroms‑, que superó el 20% de los votos el pasado 6 de abril. Le ha arañado votos, pero sin evitar que el partido en el poder mantenga dos tercios de los escaños en la Asamblea. Al cabo, la economía mejora y se controla la inflación y el déficit, aunque siga existiendo mucho desempleo (casi el 10%).

            La dureza crítica respecto de Orban, contrasta con la relativa tolerancia hacia el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, tras la victoria municipal de su partido, el también conservador AKP, confesionalmente islamista, y cada vez más autoritario. Como se recordará, llegó a bloquear Twitter. Erdogan no aceptó de buen grado la sentencia en contra del Tribunal Constitucional de Turquía. Sigue obsesionado con la independencia del poder judicial, y no entiende libertades básicas que deberían equilibrar el predominio de su formación política. Obviamente, la democracia es mucho más que elecciones cada cuatro años. La carencia de reformas que contribuyan a construir un estado de derecho le alejará cada vez más de Bruselas, aunque se mantengan alianzas estratégicas con la OTAN.

            Apenas se recuerdan hoy las protestas –y la dura represión‑ de la plaza Taksim durante la pasada primavera, o las sospechas de corrupción. Pero no es posible olvidar la violenta reacción de Erdogan la noche electoral contra sus oponentes, tras una jornada con demasiados incidentes e irregularidades, además de la muerte de ocho personas.

            Ahora lanza sus acusaciones desde la televisión contra las redes –Twitter, YouTube y Facebook‑, cauce importante de la oposición, especialmente entre los más jóvenes: las presenta como “empresas internacionales creadas para obtener beneficios”; además, amenaza con medidas administrativas contra Twitter, por razones de fraude fiscal… En realidad, Erdogan no le perdona que distribuyera grabaciones piratas de conversaciones telefónicas relacionadas con un serio escándalo de corrupción.

            A diferencia de Hungría, AKP pierde crédito en las ciudades y entre la gente más joven. Aunque no sea del todo comparable el comportamiento ciudadano en elecciones locales y generales, el partido en el poder sólo consiguió el 30 de marzo el  45% de los votos, mientras que la oposición ‑muy  dividida‑ llegaba al 51%. No será fácil proseguir una política autoritaria, para revitalizar una situación económica frágil, avanzar en la solución del problema kurdo o, en fin, impedir nuevos riesgos desestabilizadores en un entorno regional turbulento.

            Pero la vida pública de Hungría y Turquía va a depender cada vez menos de la opinión pública occidental, más aún si se reflexiona sobre la incapacidad de su diplomacia para poner coto a los desmanes que se producen en lugares próximos, como Ucrania o Siria.

 
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