El silencio sobre la drogadicción, gran enemigo de la ecología humana

Consumo de drogas.
Consumo de drogas.

         Tal vez los comentarios sobre los resultados electores agoten la curiosidad informativa de la mayor parte de los lectores. Es lógico. Pero he preferido abordar un tema muy serio, que lógicamente no suele aparecer en las campañas, menos aún si son regionales o locales. Porque ciertamente es un problema universal, que ocupa también la atención de Naciones Unidas, aunque por desgracia con demasiada tendencia al derrotismo.

         La drogadicción, como tantas cuestiones de nuestro tiempo, tiene demasiadas facetas. Desde luego, afecta cada vez más a todos. Fue en su origen costumbre suave de algunas culturas, como la coca, el opio o el tabaco: cómo no recordar aquellas películas del Oeste, con indios por medio, que terminaban con la pipa de la paz... Hoy está en todas partes, hasta en los rincones más apartados de esa que ha dado en llamarse España vaciada.

         En cierto modo, ha llegado ya a la agenda de los políticos, por el impulso de movimientos más bien antisistema. El consumo juvenil recibió el primer gran impulso en los años sesenta y estuvo ya más presente entonces en los sucesos de Berkeley que en los de París. Con el tiempo, irá apareciendo tímidamente en programas, sea en términos de prevención como, sobre todo, despenalización.

         No se afrontará más a fondo hasta que los sondeos indiquen que promesas en otra línea pueden incrementar los votos.  Algo semejante a lo sucedido con las cuestiones medioambientales y climáticas, que han dado lugar al nacimiento de partidos específicos y a la atención no exclusiva en los demás, con sus matices propios. Pero resulta cada vez más insoslayable enlazar con la ecología humana, con la defensa de la naturaleza de la persona, que tiende a quedar reducida a pura libertad, con lo que, en rigor, produciría la paradoja de justificar la anulación de toda política ambiental coercitiva. 

         Me han motivo a escribir estas tres noticias recientes. La primera se refiere a Siria, que acaba de ser readmitida en la Liga Árabe, tras su expulsión en 2011, a condición –entre otras- de que Damasco erradique la producción y comercialización del captagon, droga sintética, que sería gran fuente de financiación del Estado sirio. Se ha disparado como consecuencia de la demasiado larga guerra civil y es la preferida por la gente joven del Golfo.

         La segunda noticia se refiere a un informe inédito del ministerio del interior francés, que resume Le Monde el 22 de mayo, sobre la prematura edad de autores y víctimas de los ajuste de cuentas en el narcotráfico, y no sólo en Marsella. Algo más del 60% de las personas heridas o muertas en crímenes relacionados con el narcotráfico desde principios de 2023 tienen menos de 25 años. En concreto, de las setenta y tres víctimas registradas en 2023, nueve tenían menos de 18 años, treinta y cinco tenían entre 18 y 25 años y veintinueve tenían más de 25 años. Se generaliza un modus operandi  brutal, dominado por el empleo de las armas automáticas en esas peculiares y terribles guerras por controlar territorios. Los sicarios se reclutan en las bandas de adolescentes de barrios donde el tráfico de armas se solapa con el de las drogas.

         En fin, un nuevo trabajo científico, publicado en la revista Psychological Medicine, confirma que el consumo abusivo de cannabis aumenta el riesgo de esquizofrenia, sobre todo en varones jóvenes. Científicos de los servicios de salud mental en Dinamarca y del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de EEUU examinaron las historias médicas de casi siete millones de daneses de entre 16 y 49 años, desde 1972 a 2021. La cuestión sigue siendo candente desde el primer estudio del psiquiatra Jacques-Joseph Moreau (1804-1884), sobre la locura provocada por el hachís. Se trata de un trabajo muy técnico, de difícil intelección para un profano, pero parece claro que el principio activo del cannabis actúa sobre las zonas del cerebro implicadas en las patologías psiquiátricas, en particular en las regiones donde la plasticidad es importante durante la adolescencia. El cannabis puede alterar ciertos circuitos cerebrales importantes para la cognición, la reflexión y la regulación de las emociones, con las consiguientes repercusiones en el trabajo escolar, las relaciones y los trastornos de ansiedad.

         Obviamente, la información sobre efectos negativos de los comportamientos no suele ser disuasoria por sí misma en el plano personal. Pero supone un serio toque de atención para legisladores y gobernantes, demasiado conformistas cuando no ven en peligro su continuidad en el poder.

 
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