Manifiestos en vano: porqués

Como la tribuna que acoge estos escritos proclama ser libre –y lo es sin matices–, el arribafirmante ha decidido infiltrar en ella su poco de ánimo agitador. Durante las próximas semanas se limitará a lanzar manifiestos, a tomar partido a favor o en contra, pero no respecto de causas grandes o pequeñas, evidentes o dudosas, hacederas o perdidas. Serán causas de suyo absurdas las que desfilen por estos textos reivindicativos. Reivindicativos ¿de qué? De la más grande fruslería: movilizarse por algo semejante a nada.  

Entiéndase como una cosa distinta de la frivolidad. No es que se niegue la importancia de las grandes proclamas, de las declaraciones solemnes inspiradas por un alto designio. Legítima será siempre la angustia por la licuefacción de los casquetes polares, y legítimo el deseo expresado por escrito de que el proceso se detenga adoptando las medidas consideradas pertinentes. Respetable sin duda será la indignación de una comunidad de vecinos por el proyecto de aparcamiento subterráneo bajo su edificio, y respetable su texto vibrante para que termine por no ejecutarse. Casquetes, sosiego vecinal, innumerables motivos pueden conducir al manifiesto como llamada pública de atención y concurso de voluntades en un mismo sentido.

Aquí, en cambio, vaciaremos el manifiesto por el mero placer de situarlo en una dimensión acaso más pura, la que nace de someterlo a paradoja. Cuando el manifiesto no manifiesta porque sólo especula, cuando no tiene vocación normativa porque se limita a divagar, cuando se desprende de la servidumbre finalista porque lo hemos arrancado de la realidad posesiva, urgente y absorbente para ubicarlo en una esfera autónoma, cuando no se buscan adhesiones porque la única adhesión necesaria es la de quien lo redacta, cuando el lector no tiene por qué sentirse interpelado pues su participación o su indiferencia no dirimen ningún asunto de calado, cuando no es posible lanzar un contramanifiesto que se oponga con saña a lo primeramente dicho porque todo en el fondo es juego, entonces la soflama se convierte en un género hasta grato por el simple deleite de ir juntando las palabras.

Se irán, pues, encadenando manifiestos en vano las semanas venideras. Manifiestos con inmunidad garantizada, cobardes si se quiere –según la concepción al uso–, manifiestos de agitación, pero de agitación de mansas aguas, manifiestos no comprometidos realmente con nada que no sea su lúdica mismidad, manifiestos al margen de los grandes principios, no porque los nieguen, sino por el atisbo de que quizá hallen mejor resguardo en otra parte. Aquí están mis porqués, lector querido, y si en tu fuero interno vas pensando «pues menuda tontería, vaya pérdida de tiempo», esa es justamente la señal de que voy logrando lo que busco.   

 
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