El alegato

Usted se levanta sosegado. Desayuna. Lee la prensa. Acude al trabajo. Come. Toma un café con los amigos. Contempla cómo se duerme la tarde. Cena una sopita mirando de reojo la televisión. Y se vuelve a la cama. Sí. Vive tranquilo. Vive ingenuamente tranquilo. Ignora que durante su plácido sueño, gobiernos de todo el mundo conspiran desde un búnker con un pernicioso objetivo: el genocidio. El horror. Preparan una guerra mundial. Pero no una guerra mundial cualquiera. No. “La guerra mundial contra los gatos”. Así, al menos, reza (sic) el titular de una primicia del diario Público.

Según el periódico de Roures, “gobiernos de todo el mundo han comenzado casi en silencio una ofensiva letal contra los gatos”. Aterrador. “Es una guerra secreta”, insisten, “en la que vale casi todo: trampas, perros adiestrados para matar, pescado envenenado, ratas emponzoñadas, liberación de virus felinos e incluso disparos”. Enmudezco y se me hace un nudo en el zapato. Reparen en el detalle: ratas emponzoñadas. Pero qué asco. E incluso disparos. Estos tipos no tienen corazón. Hablamos de sicarios gatunos. El hampa dedicada al vulgar trapicheo de contenedor. Persecución xenófoba en toda regla. Maltrato animal masivo. Terrorismo de estado contra Gardfield y los suyos.

Nunca es tarde en el periodismo. Público ha descubierto los GAL. Los Grupos Antifelinos de Liberación. Su reportaje, esclarecedor. Lástima que el redactor de la noticia, tal vez untado por Hello Kitty, culmine su alegato contra el gato traicionando a los lectores entusiastas que, como yo, habíamos encontrado en su artículo nuevos motivos para maldecir a los felinos. “Una vez más”, escribe, “la culpa no es de ellos [de los gatos], es nuestra por llevarlos y soltarlos”. “Porque las mascotas, donde mejor están es en casa”, concluye, obviando que en general los bichos donde mejor están es en el campo y en los álbumes de cromos de Panini.

Investigo y descubro que, después del hombre, el gato es el segundo depredador que más especies ha extinguido. Según Público, en Canarias, al gato se le acusa de haber acabado con “la codorniz gomera”, y “el lagarto gigante”. Y el caso del chochín de Stephens no contribuye precisamente a mejorar su fama. En la isla neozelandesa de Stephens, el gato del farero descubrió un extraño pájaro nocturno parecido a un chochín. Pero lo descubrió comiéndoselo. Un invierno fue suficiente para acabar con todos los ejemplares de chochín de Stephens, un pájaro extinguido que ningún humano ha visto vivo fuera de la boca del gato del farero.

Los lectores más veteranos de esta tribuna conocerán mi enemistad hacia los felinos. Albergo serias dudas científicas sobre la posibilidad de que el gato sea realmente un animal. Considero más justo encuadrarlo en el submundo de las bestias. Como animal doméstico, deja mucho que desear. El gato araña, maúlla, ladra, salta, muerde, y miente. El gato siempre niega los hechos. Además, el gato suelta pelos. Los niños se comen los pelos que suelta el gato. Los niños se infectan de enfermedades rarísimas. A usted le aparecen unas extrañas ronchas y arañazos. Se le atasca el desagüe de la ducha. El motor de la aspiradora huele a queratina chamuscada. Y Catwoman en realidad no existe. Sí. Todo son motivos para tenerle gato al gato. Lo único preciso que se ha escrito sobre ellos es que tienen siete vidas. Y todas ellas molestísimas.

Considerar al gato una mascota es como considerar al jilguero un ave de presa. Las mascotas llevan un agujero para las pilas, y el gato no. Las mascotas no ven la televisión, y el gato pasa horas con el mando entre las garras, viendo documentales selváticos. Y, por último, las mascotas no se comen a otras mascotas, y el gato es especialista en comerse aquello que no le pertenece, y dejar llorando a uno o varios niños al mismo tiempo.

Mi rechazo a las piruetas que hace Público para cargarle también al hombre las muertes y felonías del gato. Y mi respaldo incondicional a estos GAL. A saber. Sólo ha habido en la historia de la humanidad un gato fiel, ingenioso, y respetable. Se llamaba Silvestre y dedicó su vida a la encomiable tarea de comerse al cursi de Piolín. Y sólo ha habido en la historia de la humanidad un marciano inteligente y simpático. Se llamaba Alf. Y quería comerse al gato. Hoy, bajo el cielo estrellado de esta noche helada, hinco la rodilla en el barro, agacho mi cabeza, y aprieto mi sombrero contra el pecho por los dos. Por Alf y por Silvestre. Donde estén. Héroes caídos en la contienda. Y brindo por la guerra mundial contra los felinos.

Me gustan los animales. Por eso aborrezco a los gatos.

Itxu Díaz es periodista y escritor. Sígalo en Twitter en @itxudiaz

 
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