El circo de Sol

 

Gracias, pero no. Estoy indignadísimo, pero estoy de vuelta. Muchos perdimos la inocencia en los acontecimientos posteriores al atentado del 11-M. Desde entonces, desconfiamos de la masa enfervorizada. Siempre y en cualquier circunstancia. Y más aún, si esa masa se autoproclama espontánea, como aquellas concentraciones frente a las sedes del PP en la jornada de reflexión del 2004. Lo espontáneo no existe. Y si alguna vez existe, en cuanto se consolida, alguien se lo apropia y lo dirige según sus intereses. Está en los libros.

Lo lamento por el espontáneo masivo José Blanco. Y por el pacifista castrista Willy Toledo. Pero no cuela. Tenemos buena memoria. La manipulación de la sociedad civil no se inventó anteayer. Todo empezó en el Prestige. Como el tiempo ha demostrado, aquella farsa con careta ecologista, que también se vendió como apolítica, no era más que una artimaña electoral para arrebatar el poder a la derecha, pero por las malas. No había otra razón. La preocupación social por la evolución de las crías de cormorán en Galicia cayó a mínimos históricos al día siguiente de las elecciones. Y en cambio, la orquesta preelectoral logró congregar a miles y miles de personas que creyeron en la limpieza de la causa y que aún portan sus pegatinas en el coche, sin reconocer del todo que formaron parte de una comparsa exclusivamente política. Legítima, sí. Pero política.

A mí me parece bien que los indignados quieran acampar y dormir al raso. Cada cual tiene sus gustos. Todo el mundo tiene derecho a una experiencia así. Particularmente creo que la sierra de Madrid ofrece multitud de opciones más atractivas para esta actividad, pero si los apolíticos se empeñan en hacerlo en el centro de Madrid y frente al despacho de Esperanza Aguirre, no tengo nada que objetar. No vamos a pensar mal, pero tampoco vamos a pensar bien.

Llevamos siete años de nefasta política económica. Siete años de mentiras y bombas de humo gubernamentales. Cinco, aproximadamente, sin oposición política. Siete años de anestesia e intoxicación. Y a estas alturas de la fiesta, no vamos a mostrar asombro por los acontecimientos del 15 de mayo. Esta campaña electoral ya la hemos vivido. La derecha está a punto de ganar. Y de pronto, cuando a Zapatero más le interesa dramatizar, empieza el circo de Sol. La agitación callejera. Casual y espontánea. Sabemos de qué va.

Pasando por alto las peculiaridades de algunas de las organizaciones que se han sumado a la acampada de Sol, la mayoría de los españoles podríamos compartir muchas de las reivindicaciones de los manifestantes. El país está hecho un asco. Las cifras de paro son intolerables. Y la actual clase política es la peor de la democracia. El problema es que el objetivo de estas concentraciones no va más allá de la agitación. Una agitación, tan inocente, bienintencionada e ingenua, que no resulta creíble. Ya no.

Me encantaría pensar bien, descender de la colina silbando la sintonía de Heidi y unirme a los espontáneos. Pero al mismo tiempo, comparto la indignación de Sol, de los vecinos de Sol, que no acaban de comprender cómo esa enorme nube de marihuana puede detener la sangría de parados. Que no acaban de entender desde cuándo los que llevan siete años en la oposición tienen la culpa de la situación laboral y económica de España. Y que no acaban de entender por qué en las concentraciones hay más consignas contra los curas que contra el ministro de Trabajo. Que por sus gritos los conoceréis.

 
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