Hacia el declive de la profesión periodística

Ser periodista no está muy bien visto. Es una profesión exigente, de difícil aprendizaje y que está viviendo tiempos convulsos. Las listas del INEM están repletas de profesionales de la información que han perdido su trabajo o que han salido de la facultad sin ninguna posibilidad.

No es este el lugar en el que debatir sobre quién tiene la culpa sobre esta situación, empresarios o periodistas. Lo que pretendo es simplemente denunciar la nefasta deriva que está tomando la profesión en este país a la que defiendo habitualmente como “la más bonita”.

Los periodistas somos egocéntricos, egoístas, revanchistas. Nos pisamos la manguera, exaltamos en público los defectos del prójimo y, cuando es necesario, sacamos a relucir un extenso repertorio de insultos y descalificaciones de lo más variopinto y original. Algunos se pasan y acaban en los tribunales.

Ejemplos recientes, por sólo citar algún caso, son el vergonzoso comunicado emitido por la Cadena SER tras la marcha de casi medio centenar de sus antiguos profesionales a la emisora de la competencia o en el editorial que El Mundo publicó hace unas semanas arremetiendo contra ABC. Muy mal, señores directivos.

Pero no debemos cargar la mano sólo contra los jefes y dueños. Ellos son el último eslabón de esta cadena de despropósitos. Los profesionales estamos creando un periodismo fácil, de declaraciones y ‘canutazos’, de preguntas y respuestas, de excesiva opinión. Y vamos por el mal camino.

Los periodistas ya no preguntan el por qué de las cosas, no quieren saber qué hay detrás de la realidad, esos hechos ocultos que pocos saben y que debemos desenmascarar.

Señores periodistas. La ciudadanía, sean jóvenes o no tanto, ya no compran periódicos porque les estamos ofreciendo productos prescindibles. No necesitan un papel viejo, sucio y que es difícil de leer porque hace horas ya que otros soportes lo han contado.

Periodismo de calidad, del que desvela aquello que alguien no quiere que se sepa. Ese que hace daño a los autoritarios y, a la vez, produce una indescriptible gratificación en el profesional. Ese sentimiento ni se paga, ni se cambia por nada.

 
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