Las entrevistas secretas de ZP

Al campeón de la transparencia, al adalid del talante, es decir, a nuestro Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se le ha pillado en los últimos días en dos renuncios de no menor importancia. Se le ha pillado en la ocultación a la opinión pública de dos entrevistas en la Moncloa de indudable trascendencia política dado el rango de sus interlocutores que no eran otros que el Presidente del Euskadi Buru Batzar -máximo órgano ejecutivo del PNV- Josu Jon Imaz y el Presidente de Esquerra Republicana de Cataluña, Josep Lluis Carod Rovira. La primera de esas reuniones, la que tuvo con Imaz, fue conocida gracias a una magnífica exclusiva periodística de este confidencial, que con su publicación, puso de manifiesto, entre otras cosas, que también se puede hacer un periodismo serio, riguroso, fiable, desde los confidenciales que están en la red, a pesar de que algunos de ellos no contribuyan habitualmente a que se tenga una buena opinión de ellos. No es el caso de "El Confidencial Digital", que ha ganado con esta exclusiva periodística, muchos gramos de credibilidad, por lo que no cabe mas que felicitar a su director y a todos los que trabajan en él. ¿Por qué Zapatero quiso ocultar sus reuniones con Imaz y Carod Rovira?. ¿Hay algo de lo que hablaron o pactaron que no deba ser conocido por los españoles?. Cuando un Presidente de Gobierno no quiere que se conozcan este tipo de reuniones, no suele ser por razones de "discreción" como se ha argumentando desde el Palacio de la Moncloa, una vez que se supo de su celebración. No, esa no es la razón. Normalmente, los políticos están encantados de contar lo que hacen, de salir en los telediarios, en las fotos de los periódicos. Por lo tanto, cuando ocultan sus reuniones, siempre hay que ponerse en lo peor. En el caso que nos ocupa, ambas reuniones se circunscribieron a cuestiones muy delicadas. Con Imaz, seguro que el Presidente del Gobierno trató del Plan Ibarretxe; de la posible negociación del Gobierno con la banda terrorista ETA; de la oferta de Zapatero al PNV para iniciar lo que el llama una "nueva etapa" para Euskadi después de las elecciones autonómicas que tendrán lugar el próximo 17 de abril; del posible pacto PNV-PSE tras dichas elecciones. En el caso de Carod Rovira, los temas de los que hablaron tampoco resultan difíciles de averiguar: hasta donde puede llegar Zapatero y el PSOE en el proyecto de reforma del Estatuto de Cataluña; por donde puede avanzar lo que ya se denomina con una pasmosa normalidad en algunos ámbitos políticos la "segunda transición" y, por supuesto, Zapatero le tranquilizaría a Carod Rovira, respecto al nivel de compromiso que adquirió con el líder de la oposición, Mariano Rajoy, en la reunión -esa si fue pública- que habían mantenido en la Moncloa el pasado 14 de enero, y en la que el presidente del PP le ofreció al Presidente del Gobierno todo el apoyo de su partido para hacer frente a cualquier intento secesionista que viniese del País Vasco o de Cataluña. Precisamente por el momento tan delicado que se vive en la política española, con un Plan Ibarretxe que por mucho que se empeñe el Gobierno en decir que tras el rechazo en el Congreso de los Diputados, "ya está muerto", no es así ni mucho menos, como se verá en y después de las elecciones vascas. Porque ETA ha vuelto a reaparecer con fuerza: dos coches bomba en Getxo y Madrid, mas una bomba potente en un hotel de Denia, son muestras claras de que la banda terrorista sigue ahí. Por todo eso, lo que menos necesita España son entrevistas a "hurtadillas" entre el Presidente del Gobierno y los líderes de dos partidos, el PNV y ERC, cuyos objetivos son claramente coincidentes: la independencia de sus respectivos territorios, o dicho de otra forma, romper España. Es el momento para que el principal partido de la oposición y su líder, Mariano Rajoy, no solamente pida o exija explicaciones, sino que advierta a Zapatero que por ese camino de profunda deslealtad no se va a ninguna parte. Mejor dicho, si se va a una: al desastre más absoluto, porque eso es lo que traería una negociación del Gobierno con ETA en el que hubiese concesiones; o el acuerdo de los socialistas con el PNV tras las elecciones vascas, o la aceptación como mal menor de una reforma del Estatuto de Cataluña que desborde los límites de la Constitución, solamente porque así lo decida, con toda la mayoría que se quiera, el Parlamento de Cataluña. El PP tiene diez millones de votos tras de sí, que seguro estarían dispuestos a movilizarse para intentar evitar lo que cada día que pasa parece más evidente: que la insolvencia de un Presidente de Gobierno arrastre a todo un País y lo coloque al borde del abismo.

 
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