La guerra en Oriente Próximo: una gran lección para Israel y el resto del mundo

Hoy, ni el más audaz optimista se atreverá a dar este conflicto por finalizado. Probablemente sería más correcto decir que en la guerra de Oriente Próximo sólo cambian las apariencias, la realidad habla de su larga trayectoria y un final que ni tan siquiera se vislumbra. Ninguna de las partes en conflicto está dispuesta a aceptar la paz. De ello dan testimonio las recientes declaraciones de Nasralá, líder de Hezbollah, quien ha dicho que no se puede ni hablar del desarme de su grupo. Por su parte, el primer ministro de Israel, Ehud Olmert, aseguró que “seguirán persiguiendo a los líderes de Hezbollah en cualquier momento y en cualquier lugar”. Así, hoy en el frente se observa sólo una tregua relativa.   A mi modo de ver, la aportación de la ONU no es grande, aunque todos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, tras una avalancha de críticas, tienden, naturalmente, a destacar sus propios méritos. Al fin y al cabo, en cualquier guerra, incluso bajo el fuego más fuerte del enemigo, el soldado necesita tiempo para dormir, comer, cambiar el vendaje, completar municiones y, aunque sólo sea someramente, esbozar el futuro plan de operaciones. Esta guerra ha extenuado tanto a Israel como a Hezbollah, cuyas heridas siguen sin cicatrizar. Razón por la cual resultó tan oportuno, aunque no muy eficiente, el llamamiento de la ONU.   No obstante, aunque en terreno tan estéril no podrá cultivarse una paz duradera, una tregua sí será posible (en determinadas condiciones). Muchos comentaristas y politólogos ya han destacado esas condiciones. Y aunque no es necesario enumerar todas las dudas que surgen, voy a recordar las principales. La tregua será posible si la fuerza de paz llamada a servir de barrera infranqueable entre los enemigos, siempre bajo el mandato de la ONU, es capaz de separar a los enemigos, y si tiene el deseo y la voluntad de cumplir el mandato. Si comienza el desame real de Hezbollah (que, en principio, no parece probable). Si el Líbano se hace independiza totalmente de Irán y Siria (lo que no entra en los cálculos). Si Israel manifiesta paciencia y discreción. Etcétera, etcétera. Resulta difícil enumerarlas todas. Pero si el éxito de la tregua no está garantizado, de una paz firme ni hablamos.   Por lo demás, aprovechando la pausa en el conflicto bueno será hacer un resumen de lo ocurrido, y sacar algunas conclusiones.   El primer resultado es que en la última fase, no hubo vencedores. Israel no resultó vencedor porque no logró neutralizar a Hezbollah. Hasta cierto punto, esa sensación es consecuencia de todas las victorias anteriores, demasiado brillantes e irrefutables, de las armas israelíes. Esta vez ni los diplomáticos israelíes, ni el ejército israelí, ni los servicios secretos de Israel han hecho alarde de sus capacidades. Este último se ha visto indefenso ante la nueva versión de la vieja guerra de guerrillas. Israel entró en combate con anticuados conceptos de guerra, sin tener en su arsenal el armamento adecuado, ni un conocimiento exhaustivo de su rival actual. Al parecer, el servicio de inteligencia israelí no sabía nada sobre el arsenal de Hezbollah, ni sobre su posible táctica, ni sobre sus bases. El resultado está a la vista.   La deducción es obvia. Si Israel quiere sobrevivir, tendrá que utilizar la tregua para subsanar todos estos defectos. Si Israel no estudia los recientes acontecimientos desde una óptica crítica, si no saca de ellos con sangre fría conclusiones sensatas, su futuro será deplorable. Naturalmente, la paz firme es preferible a la guerra. Por eso la diplomacia ha de trabajar con redobladas energías, pero, lamentablemente, la paz es poco probable. Será mucho más probable que, al cabo de cierto tiempo, sobre Israel caigan misiles mucho más modernos, de mayor potencia, precisión y distancia de vuelo.   A propósito, no me asombraría que Israel, tras haber recibido tan amargas lecciones, se dirigiera al mercado ruso de armas. Allí precisamente podrá encontrar los sistemas más efectivos de defensa antimisil. El sistema portátil de misiles antiaéreos ruso Iglá-S es capaz de derribar los proyectiles reactivos Grad que tanto daño han causado, cosa que no pueden hacer los Stinger norteamericanos que se hallan en servicio en Israel. El misil antiaéreo ruso Tor-M1 también es capaz de abatir tales proyectiles, eso sin hablar de los misiles tácticos y balísticos, logros que no están al alcance del misil antiaéreo norteamericano Patriot-3 del que también dispone Israel. Hay que tener además en cuenta que, ahora, los misiles de Hezbollah vuelan a una distancia de 70 km., pero mañana llegarán aún más lejos. No dudo que la salida de Israel al mercado ruso de armas no será del agrado del CIM norteamericano, pero eso dependerá de la eficacia de la diplomacia israelí: si Israel quiere proteger a sus ciudadanos contra el “granizo”, ya sabe dónde se venden tales “paraguas”.   Naturalmente perdió el Gobierno del Líbano, que se mostró su absoluta incapacidad. Si el Beirut oficial quería guerra, ¿por qué el ejército libanés no hizo un solo disparo?; si el Beirut oficial quería paz, ¿por qué no dio un solo paso para oponerse a Hezbollah cuando sus milicias se armaban preparándose para la guerra, y cuando provocaban la muerte de habitantes civiles disparando contra los israelíes parapetados tras las mujeres y niños? La respuesta es obvia: no pudo. Hubo falta de voluntad e impotencia. Procede señalar que esa impotencia reduce a nada todas las esperanzas de una tregua duradera. El Gobierno libanés, del que forma parte también Hezbollah, es simplemente incapaz de oponerse a Nasralá y, con mayor razón, de desarmarlo.   En opinión de muchos, el ganador fue Hezbollah. Yo no lo creo, aunque hoy existe un sinnúmero de argumentos a favor de esta afirmación. Los principales son el júbilo de la calle árabe y el acrecentado prestigio del líder de Hezbollah. Hoy Nasralá se ha convertido en un Che Guevara, pero al estilo de su mercado. Sus retratos, camisetas con su imagen y colgantes gozan de gran demanda tanto en Occidente como en Rusia. Los atentados terroristas en EEUU, Madrid, Londres, Beslán, etc. dejaron indiferentes a todos esos individuos que lucen a Nasralá en las orejas, la nariz, el pecho o la barriga. Alguien diría que se trata del infantilismo político, pero debo decir que el infantilismo también puede ser mortal. Todo desastre, obra del ser humano, va precedido por el verbo y el símbolo, y por eso el inocente colgante con Nasralá no es tan inocente como pudiera parecer.   Naturalmente, Nasralá no es más que un doble barato del Che. El líder de Hezbollah no se parece en absoluto al verdadero Che. Guevara jamás secuestraría a dos soldados norteamericanos de la base de Guantánamo, consciente de que semejante provocación acarrearía la muerte de miles de cubanos y la destrucción de la mitad de la isla de la Libertad. Como revolucionario, él apreciaba la vida humana. Sin embargo, Nasralá y sus partidarios no valoran la vida humana. En una entrevista a Euronews, uno de sus admiradores, exaltado, decía rebosante de alegría: “No importan las pérdidas. Lo principal es que la victoria es nuestra. ¡Viva Nasralá!”. Si ése es el sentir del pueblo libanés, las grandes desgracias no se harán esperar. A mi juicio, cuando amainen las pasiones, el verbo se impondrá. Y, por consiguiente, el ilusorio triunfo de Hezbollah devendrá su rotundo fracaso. Los extremistas demostraron una excelente organización, y que saben sostener una guerra de guerrillas moderna; al mismo tiempo, mostraron su desprecio por el pueblo libanés. A la hora de reconstruir lo destruido y calcular los daños causados por la guerra, el hombre sensato pondrá en un platillo de la balanza los dos soldados israelíes secuestrados; en el otro, todo cuanto le rodea. El resultado no será favorable a Hezbollah.   Hezbollah podrá quedarse en el mapa político del Líbano solamente en un contexto de vacío absoluto, contando con un Gobierno como el actual, totalmente inepto, y con la debilidad de otras fuerzas políticas. La primera fuerza política sensata o incluso un líder que apueste por la auténtica soberanía del Líbano, quitarían a Hezbollah la mayoría de sus partidarios. No ayudará siquiera el dinero de Irán. Así que echando el día de mañana, Hezbollah también figurará con el signo menos. En el día de júbilo de Nasralá sobre las sepulturas de sus conciudadanos, el asfalto de Beirut será perforado por los brotes hasta ahora invisibles de la futura derrota de Nasralá. Posiblemente, esto no será mañana, sino pasado –depende únicamente de la sensatez de los libaneses-, pero ya hoy la sombra de la derrota comienza a cubrir a Nasralá. Y nada podrá ayudarle.   La ONU ha mostrado por enésima vez su impotencia. El Consejo de Seguridad dio a luz una resolución que no contiene más que interrogantes. No está claro quién, cómo y cuándo va a poner orden en la región. Mientras la ONU no sea más que un organismo de persuasión, seguirá siendo tan ineficaz como hasta ahora. Existe el concepto de paz obligada. Mientras la ONU no se haga cargo de esa tarea, mientras los cascos azules de Fiji sean el único garante de la paz, mientras el Consejo de Seguridad no comprenda que hay situaciones que requieren medidas drásticas, la paz en Oriente Próximo y en cualquier otra región del mundo seguirá siendo un cáliz de cristal. La ONU confunde evidentemente sus funciones con las de la Cruz Roja. La humanidad no necesita una segunda Cruz Roja, pero necesita, y mucho, una ONU eficaz.   Perdió EEUU. La imagen del líder de la civilización occidental se vio deteriorada a no poder más. Hace mucho que la conclusión es obvia, pero la Casa Blanca sigue desdeñándola: si EEUU no quiere convertirse en un país marginado, tendrá que reprimir sus pasiones y prestar oído a la opinión de otros miembros de la comunidad internacional.   Perdió Europa. De nuevo la unidad europea fue sometida a sobrecargas extraordinarias y tampoco esta vez pasó la prueba. Se dividió: parte de Europa siguió a Francia, otra parte, a EEUU. El resultado es también evidente. La ampliación demasiado rápida y mal pensada de la UE quebranta la unidad europea. Es imposible e insensato construir un piso tras otro sin haber asegurado sólidamente los cimientos del edificio. Hasta ahora tales cimientos no existen.   Está claro que se podría ampliar esta lista de perdedores; pero no la de ganadores, pues no existen. 

 
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