El rey falso y los inútiles del Parlamento

Uno de los países limítrofes con Rusia, Georgia, se ha sumido en un nuevo escándalo, con los subsiguientes cambios de personal: la ex embajadora de Francia en Tbilisi, Salomé Zurabishvili, ha sido cesada como ministra de Asuntos Exteriores de Georgia, a pesar de que, en su día, fue el presidente Mijaíl Saakashvili en persona quien suplicó al mismísimo Jacques Chirac para que la diplomacia gala cediera a su «dama de triunfos» al Gabinete georgiano. Es un caso curioso y, probablemente, sin precedentes. Hija de una familia de emigrados georgianos, Zurabishvili aceptó aquella oferta, adquirió la doble ciudadanía y empezó a trabajar para Georgia, y siguió percibiendo, quizá como recuerdo, la remuneración que solía cobrar en el empleo anterior. Son cosas que pasan, como vemos. Eso sí, su sueldo como ministra era, para los cánones georgianos, verdaderamente astronómico. Pero Salomé Zurabishvili se lo ganaba a pulso: según las encuestas, el 70% de los georgianos la consideraba como la mejor ministra del Gobierno. Ahora, a raíz de su destitución, han surgido dos versiones, y son radicalmente contrarias, como sucede con frecuencia. De acuerdo con una, Salomé Zurabishvili es culpable de haber deteriorado totalmente los contactos con Rusia y de impedir que el presidente georgiano estructure unas relaciones normales con el Kremlin. «El vector de la política exterior georgiana ha cambiado del oeste al norte –declara a este respecto David Gamkrelidze, dirigente del partido opositor La Nueva Derecha-. La figura de Zurabishvili impedía este cambio, así que el presidente decidió sacrificarla a Moscú». La otra versión está en el polo opuesto. El nombramiento de Zurabishvili fue interpretado, desde un principio, como demostración de la línea pro occidental aplicada por el presidente de Georgia; había incluso quienes veían en la nueva ministra a una guía ideal, capaz de conducir a Georgia hacia la integración en la Unión Europea. La destitución, según esta gente, se debe a que la política de Zurabishvili no ha sido, en opinión del líder georgiano, lo suficientemente antirrusa. Me tomaré la licencia de esbozar una tercera hipótesis. En realidad, todo se reduce a un conflicto entre el profesionalismo de Salomé Zurabishvili, efectivamente orientada hacia el modelo europeo y occidental de democracia, y el escaso nivel profesional de los revolucionarios de ayer, para quienes la democracia no es más que una consigna cuyo significado jamás han entendido a fondo y tampoco comprenden hoy. Como persona de formación occidental, la ministra sentía el rechazo natural hacia la escoria que había aflorado en Georgia a raíz de la revolución, el populismo y la demagogia combinados y la despreocupación total ante los intereses de los conciudadanos. En reiteradas ocasiones, esa aversión se manifestó en las declaraciones públicas –muy críticas con el Parlamento– y en acusaciones de corrupción. Zurabishvili exigía que la actual asamblea legislativa fuera disuelta, por incapaz, y que se convocasen elecciones anticipadas. Estas diatribas feroces contra el actual régimen han sido la verdadera causa del cese de Zurabishvili, la mejor ministra del Gobierno georgiano. Los diplomáticos rusos, con quienes Zurabishvili negoció la retirada de las bases militares del territorio georgiano, tuvieron la oportunidad de sentir en carne propia su estilo severo pero absolutamente profesional. Fue una negociación nada fácil, entre profesionales que siempre se empeñan en salirse con la suya pero también toman en cuenta los problemas y las posibilidades reales de sus contrarios. El plazo de la retirada militar rusa desde Georgia ha sido reducido considerablemente en el transcurso de este diálogo, y es, sin duda, mérito de Zurabishvili. Al mismo tiempo, ella no entendía esa suerte de histeria antirrusa desatada en Georgia después del ascenso al poder del Señor Saakashvili. Forzar un deterioro de las relaciones con el vecino, especialmente cuando los vínculos de amistad se han mantenido a lo largo de siglos, le parecía absurdo a esa ministra de criterios occidentales. Zurabishvili realmente ha tenido problemas, pero éstos rebasan el marco de las relaciones ruso-georgianas. Estaba en un lugar inapropiado, en un momento inoportuno y, encima, mal acompañada. Los demagogos seudo-democráticos han devorado a una demócrata de verdad. Nada más que eso. A juzgar por sus recientes declaraciones, la ex ministra no piensa abandonar Georgia. Por el contrario: Salomé Zurabishvili ha renunciado oficialmente a su sueldo francés y, al parecer, se ha propuesto debutar en la política georgiana a lo grande, como oponente de Mijaíl Saakashvili. Muchos dirán que es una aventura, y que la señora francesa no entiende del todo las realidades de la situación interna configurada en Georgia. Ya veremos. No descarto que sea totalmente al revés, y que en el fondo de todo esto haya una personalidad realmente fuerte, no un simple afán de aventura. De ser así, Salomé Zurabishvili volverá a ser noticia en el futuro.

 
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