Construir nuestro interior para afrontar la barbarie

La escritura le sirvió a Etty Hillesum para encontrar fuerza espiritual y seguir viviendo

"No podemos construir nada perenne si antes no edificamos algo con sentido en nuestro propio interior".
"No podemos construir nada perenne si antes no edificamos algo con sentido en nuestro propio interior".

Ante el dolor y el mal existen dos opciones igualmente válidas. Tomemos, por ejemplo, lo sucedido en Alemania con la experiencia de la Shoá. Para algunos, después del exterminio y los campos de concentración, la única posibilidad era el silencio. Otros intentaron, en cambio, poner nombre a lo que se resistía a la comprensión.

Estaría equivocado quien supusiera que los testimonios de aquella época han perdido valor porque, incluso en situaciones acomodadas como las que vivimos hoy, constituyen una fuente de espiritualidad, casi como una avalancha de sentido, de autoayuda, pero de la buena.

“La poesía indaga en esa parte de la sombra que somos porque la forma más conveniente de expresar la barbarie es mediante alusiones y símbolos".

Paul Celan no apostó estrictamente por el silencio; tampoco estuvo preso, pero la deportación y posterior muerte de sus padres le condujeron hasta los confines del lenguaje. Sabía, en efecto, que la poesía indaga en esa parte de la sombra que somos y que la forma más conveniente de expresar la barbarie y la indefensión de las víctimas es mediante alusiones y símbolos.

Su poesía es difícil, críptica, escueta, pero por ello mismo al leerla uno tiene la impresión de que está viajando a través de la palabra en dirección a lo profundo. Sus padres murieron y él tenía la impresión de que su salvación fue azarosa. Que tenía cierta responsabilidad por haberse salvado. “Estábamos muertos y podíamos respirar”, escribe en un poema, lo que expresa lo que es vivir extenuado por la culpa.

Además, el poeta, de origen rumano, tuvo siempre la conciencia de estar de prestado en el lenguaje: era también en lo poético un desterrado. No desconocía la fuerza del mal y llevó sobre sus espaldas la pesadumbre por el destino aciago del ser humano. Finalmente terminó arrojándose al Sena.

Fuga de la muerte, quizá su poema más conocido, es capaz de conmocionar al lector como muy pocas obras y es una buena oportunidad acercarse a ella ahora que está en cartelera ‘La zona de interés’.

Etty Hillesum poseía una fuerza interior avasalladora, capaz de poner buena cara y afrontar situaciones terribles y descorazonadoras. Es una lástima que, con las lecciones que cabe extraer de sus diarios, sea tan poco conocida. Lo que escribió tiene mucho valor y acercarse a sus textos es, desde un punto de vista espiritual, terapéutico.

Si muy pocos han oído hablar de esta holandesa asesinada en 1943, quizá muchos menos sabrán que para llegar a esbozar en un papel pensamientos y consideraciones de tanta profundidad tuvo que atravesar antes el camino de su propia conversión. Que no se entienda mal: Hillesum era judía, pero no practicante, y nunca llegó a bautizarse, pero poco a poco, tras una crisis interior, fue adaptándose al compás de Dios e intimando con Él.

 

“Hillesum era judía, pero no practicante, y nunca llegó a bautizarse, pero poco a poco, tras una crisis interior, fue adaptándose al compás de Dios e intimando con Él”.

Podríamos decir, pues, que estamos ante una mártir laica. Sus cuadernos, que aparecieron en 1981, demuestran la posibilidad de seguir hallando belleza cuando todo alrededor se derrumba o enturbia. Hillesum tuvo una adolescencia algo problemática: tenía montones de amigos, aficiones, éxito… pero vivía en un vacío interior inabarcable.

Se acercó por este motivo a un discípulo de Jung, J. Spier, que se había afincado en Ámsterdam y que fue quien puso un poco en orden su alma. Gracias a su consejo, tomó la pluma y empezó una introspección tan honda que le llevó hasta allí donde se descubre la voz de Dios.

Cuando condujeron a Etty y a su familia a Auschwitz, ella estaba ya preparada. No perdió las ganas de vivir; afirmó que siempre encontraba restos dispersos de bien porque en el fondo seguía siendo niña. No le faltaba razón.

Aceptó el destino y se dio cuenta de que debía ser “un bálsamo para las heridas de los demás”. En otra parte de sus diarios, señala: “Sólo podemos hablar de las cosas últimas, de las cosas más serias de esta vida, cuando las palabras brotan de nosotros simple y naturalmente, como el agua de una fuente. Si Dios deja de ayudarme, seré yo quien tenga que ayudar a Dios”.

Hillesum se tomó su terapia en serio y decidió sentarse cada mañana en su mesa a escribir sus pensamientos y oraciones. Se dirige a ese Dios que todos conocemos: le expone sus dudas, sus frustraciones, sus desganas. Pero también muestra una disposición que hoy nos falta: la de estar siempre atenta, a la escucha, consciente de que no podemos construir nada perenne si antes no edificamos algo con sentido en nuestro propio interior.

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