Dignidad e indignidad en Auschwitz

"Cuando el ser humano es sometido a la barbarie es probable que se embrutezca y pierda los últimos restos de cordura moral".
"Cuando el ser humano es sometido a la barbarie es probable que se embrutezca y pierda los últimos restos de cordura moral".

Hay pocos testimonios tan conmovedores como el de Primo Levi, el joven químico deportado a un campo de concentración por su condición de judío. Levi encontró en el deber moral de contar lo que ocurrió en los barracones atestados y en las cámaras de gas un motivo para sobrevivir, incluso tras la tragedia. Murió ya a finales de los ochenta, en extrañas circunstancias; no se sabe muy bien si se suicidó o tuvo un accidente fatal.  

Para que Si esto es un hombre viera la luz tuvo que superar las resistencias de los editores. Finalmente, el éxito -qué paradoja- le llegó gracias a Einaudi, que se hizo cargo de la difusión de la obra, convirtiéndola en un auténtico best seller. En su libro narra -con unas formas expresivas muy limpias y casi siempre desgarradoras- su itinerario, desde que le sorprenden en sus tareas de partisano hasta que llega al campo de Monowice, aledaño al complejo de Auschwitz.

“Las condiciones en los campos convulsionaban tanto la existencia que exigían una transformación, una convulsión parecida del lenguaje”.

“Pensad que esto ha sucedido, grabad estas palabras en vuestros corazones, al estar en casa, al ir por la calle, al acostaros, al levantaros, repetídselas a vuestros hijos”, escribe en el frontispicio de su obra. Escribir, pues, fue para él tanto el fin o motivo que le permitió soportar lo insoportable como una terapia.

El objetivo que se propuso no era fácil: si algo se manifiesta a lo largo de su estremecedor testimonio es que lo sucedido en medio de esa zona gris y helada de Polonia era tan inhumano y resultaba hasta tal punto extraordinario que era muy difícil hallar las palabras para transmitir la experiencia.

“Escribo aquello que no sabría decirle a nadie”, afirma en un momento dado. Las condiciones en los campos convulsionaban tanto la existencia que exigían una transformación, una convulsión parecida del lenguaje. Lo que se vivió allí no era hambre; tampoco tenían lo que llamamos nosotros “frío”. Porque los términos quedaban sin significado, incapaz el lenguaje de cobijar experiencias tan desoladoras y dolorosas.

“Lo que convertía los campos en infiernos inimaginables era la voluntad por desarraigar al ser humano del espíritu”.

A diferencia de otros ejemplos de literatura concentracionaria, el relato de Levi no está jamás edulcorado. Es como si no concediera tregua a la desesperanza: certero, seco, expone las condiciones inhumanas que padecieron los que se opusieron a la insania de los nazis. Sin remilgos, perfila esa bajada al abismo de la indignidad, una comedia demoniaca, dantesca, en la que el mal intentó expoliar a las personas de su dignidad.

Levi tuvo suerte: tenía buena complexión y conocimientos. Otros, menos agraciados, fueron conducidos directamente a las cámaras de gas o morían de inanición. ¿Cómo escapar cuando hay un ojo que todo lo ve y el recinto está rodeado de vallas electrificadas? Explica el italiano, además, que, junto a la debilidad, existían otros factores que desaconsejaban arriesgarse: si capturaban a quien deseaba huir, podían sufrir sus compañeros o sus familiares.

 

Llevados a la animalidad, había poca oportunidad para el heroísmo. Entre los condenados, había más enemistad, más rivalidad que compañerismo. No es bueno dar una imagen sesgada sobre lo que allí ocurrió. Así, aunque hubo grandes muestras de entrega, de desinterés -y de ellas da cuenta el propio Levi-, cuando el ser humano es sometido a la barbarie es probable que se embrutezca y pierda los últimos restos de cordura moral.

Pero ¿en qué consiste el embrutecimiento? A través de una lectura atenta de la experiencia de Levi se puede concluir que lo que convertía los campos en infiernos inimaginables era la voluntad por desarraigar al ser humano del espíritu. ¿Cómo conseguían los lugartenientes de Hitler sus propósitos? Había tres pasos, tres peldaños que llevaban la dignidad al cadalso: en primer lugar, la desintegración de lo personal, de modo que quedaba solo la epidermis flácida del ser humano.

Esa despersonalización se producía tratando al hombre como un medio, una fuerza de carga, una bestia. En segundo término, como consecuencia, se llevaba a cabo la desposesión de la razón. La máxima era la cancelación del pensamiento porque la maldad de los nazis los había ciertamente llevado a la enajenación más absoluta, pero les quedaba todavía un resto de chispa para saber que el pensar es liberador.

En tercer y último lugar, en el Lager se multiplicaban las prohibiciones. Dice muy acerbamente el propio Levi: “En este lugar está prohibido todo, no por ninguna razón oculta sino porque el campo se ha creado para esto”. La limitación era, por tanto, tan absoluta que quienes residían allí, entre el frío, el sueño y las alambradas, según Levi se deshumanizaban.

Pero la conculcación de la dignidad humana es como un boomerang. Eso quiere decir que el autor se equivocaba en una cosa: las heridas, las laceraciones, el dolor y la muerte no herían la dignidad de los judíos y, en realidad, de ninguna víctima. Sucede todo lo contrario: con cada latigazo, con cada penuria, se resalta el valor y la nobleza del ser humano. Es la indignidad lo que vuelve, como un daño autoinfligido, contra todo verdugo y todo culpable, contra todo el que viola el deber sagrado de proteger y cuidar la vida.

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