A favor de Platón (o contra Popper)

La crítica de Popper a Platón, a quien acusa de tendencias totalitarias, parte de una lectura sesgada de ‘La República’ y no tiene en cuenta las transformaciones políticas ocurridas a la lo largo de la historia

“Decir que Platón es totalitario es como sostener que Cristo fue el primer comunista”
“Decir que Platón es totalitario es como sostener que Cristo fue el primer comunista”.

Whitehead tiene el mérito de haber pasado a la historia no por sus propias contribuciones, sino por una brillante mención a Platón. Y eso es mucho decir porque escribió, nada más y nada menos que junto a B. Russell Principia Mathematica, uno de los libros más relevantes del siglo XX.

Pero si todos sus logros palidecen frente a lo que dijo -aquello de que la historia de la filosofía es, al fin y al cabo, una nota a pie de página de Platón- es porque en esa afirmación encontramos el tono blanco y brillante de la evidencia.

¿No hubo antes de Platón filósofos? Sí, claro. Ahora bien, lo que echamos de menos en Tales o en Pitágoras es la certidumbre apasionada de la vocación, la valentía de un discípulo aventajado, con arrojo para subirse a hombros de su maestro, con insolencia para ver más allá de él.

¿Se acaba la filosofía con el autor de El Banquete? Ni mucho menos, pero el filósofo que ha nacido después de que vieran la luz los diálogos no ha tenido más remedio que confrontarse con el heredero de Sócrates.

La historia de Platón es la historia de una incomprensión. Se le ha acusado de intolerante y retrógrado por haber defendido la expulsión de la poesía, a él, que estaba convencido de que el saber filosófico colindaba, e incluso a veces se confundía, con el mito. Se le ha tachado de elitista, de comunista, de tiránico. Y si se salva de la misoginia es porque sostuvo que algunas mujeres podían recibir la misma educación que los hombres.

Es sabido que el que con más inquina arremetió contra el proyecto platónico fue un dechado liberal, Karl Popper, que calificó al fundador de la Academia de “precursor del totalitarismo”. Popper afirmó que la república ideal era un esbozo político completamente antitético al de la sociedad abierta que él propugnaba.

Platón era, pues, el enemigo al que aludía el título de su famoso y voluminoso ensayo, publicado en 1945, justo cuando las sociedades abiertas -una expresión que tomó prestada de H. Bergson- habían vencido en la batalla a un totalitarismo -el otro tardaría todavía un tiempo en caer-. A uno le extraña, sin embargo, que Popper, tan avispado e inteligente para vencer al positivismo lógico reafirmando el valor de la falsación, leyera de un modo tan sesgado la obra, poética y profunda, de Platón.

Porque hay cosas que no cuadran. Decir que Platón es totalitario es como sostener que Cristo fue el primer comunista o colocar a san Francisco en el altar ecologista al lado de Greta Thunberg. Pero mal termina lo que mal empieza, ya que a menudo los que embisten y se abalanzan sobre el Estado ideal de Platón ignoran que La República es un tratado no tanto político como antropológico.

“Decir que Platón es totalitario es como sostener que Cristo fue el primer comunista o colocar a san Francisco en el altar ecologista al lado de Greta Thunberg

 

Estamos, además, y culturalmente hablando, tan lejos del contexto en que fue escrito que su sentido nos resulta, para nuestra desgracia, cada vez más oscuro.

¿Significa eso que no cabe disentir de lo que defiende Platón? En absoluto. De hecho, al optar por el diálogo como género y por la dialéctica como método, este filósofo se presenta como el maestro de la réplica. Lean, por favor, sus diálogos, especialmente los primeros, los aporéticos, en los que no se alcanzan conclusiones tajantes y los temas se quedan sin resolver, tan abiertos como la sociedad preconizada por Popper.

Platón no pudo escribir acerca del Estado ideal por la sencilla razón de que vivió en el marco de la polis, cuando no existía esa estructura mastodóntica y soberana que nació más tarde. Si se acerca uno a La República sin anteojeras, se puede dar cuenta de que lo que se debate no es la organización del poder, sino la estructura espiritual del ser humano. Sintonizamos poco con esas ideas porque hemos perdido de vista el trasfondo ético de la vida comunitaria.

“Si se acerca uno a ‘La República’ sin anteojeras, se puede dar cuenta de que el tema no es la organización del poder, sino la estructura espiritual del hombre”

Aristóteles, que, al parecer, fue un alumno contestón e insolente, echó en cara a Platón haber confundido la polis con una familia. La comunidad de bienes, de hijos y de mujeres reducía tanto la pluralidad consustancial a la política que hacía casi imposible distinguir el orden comunitario del doméstico, es decir, la dimensión de la vida del horizonte de la vida buena.

Y precisamente es este el marco del que se aleja la concepción política liberal. En la sociedad abierta de Popper solo existen individuos con preferencias, sujetos autónomos, para los cuales el poder político, en efecto, constituye una amenaza. Para leer a Platón, nada mejor que partir de la diferencia que, de acuerdo con Constant, existe entre la libertad de los modernos -la nuestra- y la de los antiguos. Popper se aproximó a Platón buscando un fundamento para la primera, cuando si algo interesaba al ateniense era la segunda. Quizá sea esto lo que explique la incomprensión.

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