La hipocresía de las tecnologías

Los despidos masivos y la contradicción entre los valores que venden y sus estrategias económicas ponen en duda la narrativa de las grandes compañías

“Quizá no esté de más ahondar en las claves antropológicas de la economía: hay que ganar dinero, pero el mercado es algo mucho más profundo”.
“Quizá no esté de más ahondar en las claves antropológicas de la economía: hay que ganar dinero, pero el mercado es algo mucho más profundo”.

En el debate sobre las nuevas tecnologías a menudo se olvida el impacto de las mismas en la economía. A la hora de maquillar la situación, ciertamente, esas grandes compañías lo hacen de un modo inmejorable. Pero existe una gran contradicción entre los valores que venden y las formas de operar en el mercado, hasta el punto de que nosotros, pobres usuarios, olvidamos que su interés es hacer dinero.

Y eso no está mal, claro está. Es un prejuicio bastante ideológico demonizar el lucro, que tantos bienes y progreso depara; además, en quienes tienen una mentalidad anticapitalista suelen reflotar, de vez en cuando, raptos que evidencian solo una profunda y violenta envidia. Sin embargo, de ahí a pensar que Google o Meta son paladines de la libertad de expresión y de la libertad económica, va un largo trecho.

El mercado digital está lleno de hipocresía y eso afecta principalmente a los usuarios. Hace unas semanas, jóvenes y no tan jóvenes hacían colas infinitas para escanearse el iris a cambio de unas cuantas criptomonedas. Ese consejo, algo ya vetusto, que nos sugería leer la letra pequeña hoy apenas se sigue. Del mismo modo, se olvida a veces que, si en épocas precedentes no había nadie que diera un duro por cuatro pesetas, mucho menos puede seguirse una lógica del don en el contexto turbocapitalista.

La estrategia de muchas empresas es confundir lo político y lo moral con lo económico, a fin de colarnos de rondón sus productos y estimular el consumo. Se nos ofrecen servicios en la actualidad necesarios -cuentas de correo, almacenamiento en nube, aplicaciones…- y apenas somos conscientes de lo que vendemos.

“El mercado digital está lleno de hipocresía y eso afecta principalmente a los usuarios”

No me gustaría exagerar, a la manera de Slavoj Žižek, ni pienso que estemos prostituyéndonos en esta economía de la información, pero hay una evidente falta de ética si se oculta o silencia el rendimiento que se gana a costa de nuestros deseos. Lo preocupante es cómo puede afectar esta dinámica en los más jóvenes, que piensan que en la red todo es gratis.

Hace unos años Occidente sacó los colores a Google, cuando aceptaba las exageradas limitaciones a la libertad de expresión en China. Y en tiempos más recientes, en la investigación que ha emprendido el Congreso de Estados Unidos, se mostró cómo afecta a la salud psíquica de los más jóvenes los chutes de dopamina que se producen como consecuencia del uso de redes. Lo paradójico es que se ponga tanto cuidado por evitar picos de insulina, restringiendo el acceso al azúcar, y se abran todas las puertas cuando de lo que se trata es de vender el alma.

Hace unos siglos, los luditas incendiaron las calles temiendo que las máquinas sustituyeran a los trabajadores manuales. Y así ha sido, pero, como seres inteligentes, hemos podido dedicarnos a otros menesteres. Según los expertos, la amenaza que representan las nuevas tecnologías es más acusada que los peligros que se derivaban de la primera Revolución Industrial.

Por ahí circulan datos sobre el porcentaje de trabajos que la inteligencia artificial puede robar a los seres humanos de carne y hueso. Los cálculos más pesimistas indican que casi el 85% de las tareas laborales serán automatizadas, un porcentaje del que no se salvan ni abogados ni periodistas ni enfermeros. Quizá una lectura algo sesgada de estos datos nos lleve a aconsejar a los más jóvenes que se dediquen a las tecnologías o análisis de datos para asegurarles un futuro ocupado.

 

Pero las noticias del último año apuntan a que el desarrollo de las tecnologías en el propio campo de la economía de la información resulta del mismo modo imparable. El año pasado, en el sector se despidieron a 260.000 personas y los expertos no consideran que sea algo puntual. Eso no supuso un descalabro: todo lo contrario, los rendimientos aumentaron significativamente.

“Quizá, ante la deriva de la economía digital, no esté de más ahondar en las claves antropológicas de la economía y en lo que implica el trabajo para la realización del hombre”

Algunos trabajadores han criticado el modelo laboral tecnológico porque no ofrece seguridad alguna. De nuevo aparece la hipocresía. ¿Han visto alguna vez la sede de estas compañías? Hay billares y cocinas dispersas, sillones para echar una cabezadita, patinetes. Y no se exige que uno acuda uniformado. Ni siquiera seguir un horario fijo. Es todo muy guay, por decirlo así.

Richard Sennett tiene un ensayo profundo sobre la significación del trabajo y los cambios que se han producido en su seno. Se refería el sociólogo americano a la falta de seguridad que aparece como consecuencia de la financiarización del mercado laboral. Su análisis se queda bastante obsoleto si lo aplicamos a estos gigantes de internet.

Se ha hablado de la “vida en licuadora” para hacer referencia a esa agudización de la inestabilidad. Los trabajadores viven en una incertidumbre constante y sometidos a cambios de rumbo rotundos. Al mismo tiempo, hay una sensibilidad a los cambios en el mercado -a la opinión de los usuarios, a las normas, a las directrices políticas e incluso a los cambios de humor del líder- que impiden el sosiego.

Además de los efectos que eso puede tener en el mercado de trabajo, de la precariedad económica y las fracturas psicológicas a las que puede dar lugar, implica una transformación del sentido de la economía y de la dimensión laboral. Quizá no esté de más ahondar en las claves antropológicas de la economía -hay que ganar dinero, pero el mercado es algo mucho más profundo- y en lo que implica el trabajo para la realización del hombre. Sin esa dimensión, nuestras vidas solo tienen un futuro más empobrecido, en el sentido más literal de la palabra.

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