¿Una nueva cultura laboral?

El coronavirus no solo ha tenido efectos en la salud; también está cambiando la forma en que afrontamos el trabajo

“Se requiere es una nueva forma de ver el trabajo, recuperando que no es solo una manera de ganar dinero”.
“Se requiere es una nueva forma de ver el trabajo, recuperando que no es solo una manera de ganar dinero”.

Richard Sennett explicó hace bastante tiempo que la cultura laboral del nuevo capitalismo repercutía negativamente sobre el hombre. En concreto, se refirió a la dificultad de sobrellevar una biografía coherente sin contar con puntos de apoyo estables. El dinamismo económico y los vaivenes del mercado laboral no es quizá el entorno propicio para el arraigo.

A pesar de la “corrosión del carácter” que descubría Sennett -y que en su libro documentaba a través de entrevistas con altos ejecutivos, por ejemplo-, el objetivo de su estudio no era impartir lecciones morales, sino apuntar sobre todo que, si el individuo contemporáneo no cuenta con el sostén del trabajo para configurar su identidad, ni crear comunidad, tendrá que emplear su imaginación para buscar reemplazos, antes de caer en una orfandad radical.

Hoy tendemos a pensar que el trabajo es solo una actividad con la que satisfacemos necesidades. Pero Sennett demuestra que no es así: es un lugar en que nos humanizamos o deshumanizamos y que ocurra una cosa u otra no estriba en el salario. O, al menos, no únicamente. 

El trabajo no es solo una actividad con la que satisfacemos necesidades. Es un lugar en que nos humanizamos o deshumanizamos y que ocurra una cosa u otra no depende únicamente del salario

Desgraciadamente, se ha leído poco el ensayo de Sennett. Incluso mucho antes de que el coronavirus empujara la puerta de nuestra intimidad con los apremios laborales, obligándonos a instalar la oficina en el salón, la obsesión por la productividad que se refleja en el mercado de aplicaciones informáticas indicaba ya el problema ocasionado por una concepción individualista del trabajo y la preocupación por el éxito económico.

Tal vez el alienado no sea hoy el trabajador de cuello azul, sino el nuevo proletariado de cuello blanco. Durante el confinamiento, se llegó incluso a hablar de un nuevo síndrome, el del Zoom, provocado por la exposición constante a reuniones virtuales. Si se ubica el despacho en la alcoba, es muy difícil separar el tiempo dedicado al trabajo y el invertido en la familia.

El cambio de trabajo constante en busca de un mejor sueldo es comprensible, pero también puede convertir a quien se propone al mercado en una suerte de objeto de consumo. Y, de hecho, para dar visibilidad al CV sirve una de las redes sociales más empleadas hoy, LinkedIn. Muchos de sus usuarios no tienen un interés prioritario por cambiar de trabajo; es posible que estén satisfechos, pero se dejan caer por allí con el fin de ser tentados por ofertas más suculentas. Para Sennett la situación llegaba a tomar tintes grotescos porque se producían continuas idas y venidas entre trabajadores de firmas en competencia.

Según estudios recientes, la pandemia ha transformado el cambio de trabajo en la principal prioridad de muchos empleados. Se calcula que hoy en Estados Unidos el 25% de los trabajadores está buscando activamente cambiar de empleo. Y los expertos indican que estamos sobrecapacitados y, por tanto, salimos en busca del mejor postor, casi como mercenarios.

Lo preocupante es transmitir una idea equivocada del trabajo, como si fuera un modo de explotación que no hay más remedio que aceptar. Si las cosas funcionan así y todo trabajo es una forma de abuso, lo más inteligente es obtener el mejor rédito posible. Está desapareciendo tanto el sentido vocacional del trabajo como esa idea, tan humana, de que el trabajo contribuye a cincelarnos y nos ayuda a formarnos. Gracias a él, el individuo construye su identidad, presta su contribución al entorno social y establece lazos comunitarios.

 

Lo cierto es que trabajar desde casa durante el confinamiento ha posibilitado detectar con más precisión determinados inconvenientes que antes nos pasaban desapercibidos. Por ejemplo, constatamos ahora mejor el tiempo perdido en trayectos, gastos innecesarios en los que incurrimos, incomodidades que antes pasábamos por alto, etc. 

Está desapareciendo tanto el sentido vocacional del trabajo como esa idea, tan humana, de que el trabajo contribuye a cincelarnos y nos ayuda a formarnos. Gracias a él, el individuo construye su identidad, presta su contribución al entorno social

Esto está obligando a las empresas a adaptarse a nuevas exigencias si no quieren perder plantilla. Se han publicado recientemente algunos ensayos que, precisamente, ofrecen consejos para acomodar los espacios de trabajo a las demandas pospandémicas, lo que pone de manifiesto que en un futuro no muy lejano los departamentos que miden el rendimiento y la comodidad de la plantilla alcanzarán mayor importancia.

Las nuevas divisiones para garantizar el bienestar del empleado tendrán que velar por que existan espacios en el que se cultiven las relaciones humanas; por instituir sistemas que promuevan la empatía. La tendencia es flexibilizar las estructuras, disminuir el horario, atender a la salud de los empleados o incorporar enfoques que, siempre que sea posible, combinen la asistencia al lugar donde se desarrolla el empleo y el teletrabajo siempre que sea posible.

Las medidas pueden tener su importancia, pero en el fondo lo que se requiere es una nueva forma de ver el trabajo, recuperando que no es solo una manera de ganar dinero, sino también uno de los caminos por los que discurre nuestra realización.

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