Periodistas, divulgadores y expertos

Los profesionales de los medios de comunicación se informan en fuentes y expertos y eso es lo que hace posible confiar en la información

"Que un periódico acuda a investigadores serios y reputados revela que todavía podemos confiar en los medios serios"
"Que un periódico acuda a investigadores serios y reputados revela que todavía podemos confiar en los medios serios"

La última polémica que enfrenta al periodismo con el mundo académico tiene que ver con Haití. Al parecer, el New York Times no reconoció su deuda con los historiadores del país en el especial que le dedicó. Los redactores del mismo contactaron con académicos e investigadores para hacer su trabajo, pero los nombres de los que colaboraron brillaban por su ausencia.

Cierto es que el periódico publicó una lista de libros sobre Haití, pero los docentes universitarios se consideraron agraviados por la falta de reconocimiento público. La cuestión de las fuentes se ha convertido un gran problema hoy porque vivimos en sociedades en la que la información abunda y parece que uno puede adueñarse de ella, sin necesidad de especificar de dónde procede.

“En la sociedad contemporánea contamos con infinitos canales de comunicación, lo que exige extremar el celo para que no nos den gato por liebre”

La relación entre periodismo e historia nunca ha sido cómoda, pero ambos se necesitan. El cronista acude a los libros para explicar un acontecimiento pasado, mientras que el historiador cuenta con los reportajes de la prensa para precisar los hechos. Se prestan, pues, ayuda recíproca.

Pero el suceso del New York Times con Haití pone de manifiesto el problema de la divulgación y la coexistencia de diversas esferas públicas. En la sociedad contemporánea contamos con infinitos canales de comunicación, lo que exige extremar el celo para que no nos den gato por liebre. Por otro lado, ha aparecido el gorrón comunicativo, que es quien abreva datos en un canal gratuitamente o no para, después, divulgarlos en otro y lucrarse.

La honradez exige que cada uno reconozca dónde ha obtenido lo que transmite; de ahí esos kilómetros de citas que aparecen en los artículos académicos, cuando no sucumben a la tentación del plagio. Pero eso no ocurre en la divulgación, donde las notas molestan al lector, que quiere le sirvan la información sin aditivos. El caso es que, como se ha indicado en alguna ocasión, todo lo que sabemos lo hemos recibido y es posible que también en el momento en que más originales nos creemos estemos simplemente copiando a otro. Ya saben eso de D’Ors: lo que no es tradición es plagio.

Según comenta Chris Daly, el problema es que la óptica del periodismo y la de la academia son distintas. Explica que, mientras los medios lo que buscan es sorprender con alguna historia para conseguir llamar la atención de los lectores, los expertos escriben para sus pares, tanto para demostrarles los preparados que están, como para lograr, mediante la cita correspondiente, su aquiescencia.

“Mientras los medios lo que buscan es sorprender con alguna historia para conseguir llamar la atención de los lectores, los expertos escriben para sus pares”

Hay dos cosas que nadie negará: en primer lugar, que no abundan los lectores de las revistas ni de los trabajos académicos y, en segundo término, que normalmente quien abre una de ellas al azar lo hace buscando su nombre entre la bibliografía empleada. El engolamiento académico y los caminos de la acreditación han creado un mercado de citas y referencias recíprocas que no creo que tarde mucho en saltar por los aires.

 

Si el académico llama la atención del gran público es porque, de repente, su tema de investigación, que no interesaba hasta ese momento a nadie, se convierte en asunto de interés mediático. La última pandemia ha llevado a investigadores desconocidos que se dejaban los ojos clasificando patógenos de nombres rarísimos hasta los noticiarios. Quizá el sueño de todo experto sea verse reclamado en algún momento del futuro por un periodista.

Este es quien tiene el olfato para identificar lo que interesa al que consume las noticias. Lo que debería preocupar no es tanto la posibilidad de que quien escribe en los medios supla u obvie al investigador que le proporciona la información, sino que el gran público emplee canales oficiosos para saber lo que sucede a su alrededor.

Cualquiera puede convertirse en cronista de la contemporaneidad porque viajamos por el mundo armados con un móvil. Ni siquiera se exige hoy que superemos el analfabetismo, ni que seamos diestros con la pluma. En su momento se pensó que la esfera virtual difundiría la información y, en efecto, lo ha hecho, pero también han aumentado exponencialmente las posibilidades de la manipulación.

Todo, al fin, tiene que ver con las mediaciones, que es justo lo que la red ha conseguido arrebatar. Uno puede formarse con tutoriales en YouTube y prescindir de los maestros; o informarse en una cuenta de Instagram de un influencer, pero no hay modo de asegurarle la veracidad de lo que engulle. Por eso, citándolos o no, que un periódico acuda a investigadores serios y reputados revela que todavía podemos confiar en los medios serios.

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