Ramírez, el Aquino español

Hoy, cuando la filosofía está preñada de ideología, es bueno recordar a uno de los grandes filósofos españoles del siglo XX

"Que nadie piense que la superficialidad filosófica, siempre acompañada de una pátina o toque culturalista, es lo mismo que reflexionar".
"Que nadie piense que la superficialidad filosófica, siempre acompañada de una pátina o toque culturalista, es lo mismo que reflexionar".

Hace unos años se publicó un libro muy atinado; se trataba de un ensayo de un filósofo francés, Braunstein, titulado La filosofía se ha vuelto loca (Ariel): en él se repasaban los principales dislates de los posestructuralistas o, mejor dicho, de sus herederos. Si los primeros destruyeron cualquier atisbo de objetividad, quienes han seguido su ola han acabo por sacar al pensamiento de su quicio.

Braunstein ha vuelto a sacar un libro -La religión woke (La Esfera de los Libros)- que, según me dice mi amigo Nacho, incide en lo mismo, aunque ahora pone nombre y apellidos a la paranoia filosófica. Para el francés, lo woke amalgama las patologías de la razón, mezclando victimismo, racialidad, justicia social y género. Lo peor es que la ideología ha terminado afectando al campo de la ciencia, de modo que las investigaciones -y los fondos y la repercusión- no pueden salirse del carril marcado por los nuevos valores.

La filosofía se ha vuelto loca o, al menos, eso parece. Tendríamos que preguntarnos si eso que se acostumbra a hacer ahora es realmente filosofía o consiste en regurgitar ocurrencias, como cuando algo se nos atasca en la garganta y hemos de hacer un esfuerzo para expulsarlo. Llevo años intentando explicar la diferencia entre el pensar filosófico -metódico, riguroso, exigente- y esa forma de autoayuda que espolvorea citas de Séneca o Schopenhauer para que uno indague más en uno mismo y cure su falta de autoestima.

Que nadie piense que la superficialidad filosófica, siempre acompañada de una pátina o toque culturalista, es lo mismo que reflexionar. Quizá sea peor cultivar la afición por una filosofía espuria que regodearse, por ejemplo, en el género del True Crime: al menos, este último no tiene trampa ni cartón.

“Tendríamos que preguntarnos si eso que se acostumbra a hacer ahora es realmente filosofía o consiste en regurgitar ocurrencias, como cuando algo se nos atasca en la garganta y hemos de hacer un esfuerzo para expulsarlo”

Hay pocos remilgos entre los intelectuales del hoy, muchos de los cuales se autodenominan filósofos. He pensado esto a raíz de la traducción al italiano que han hecho unos amigos de la obra de un filósofo español cuyo nombre seguramente no hayan nunca oído nombrar: Santiago Ramírez. El padre Ramírez eran dominico y se caracterizó tanto por su potencia metafísica como por interpretar, como muy pocos, a Santo Tomás. Escribió en latín en la mayoría de las ocasiones -la escolástica obliga- pero es posible espigar aquí y allá en español algunos textos -sobre la doctrina política, el bien común o la propia obra en conjunto del Aquinate.

Ramírez fue una estrella: defendió su tesis en Roma, enseñó en el Convento de San Esteban de Salamanca, donde vivieron, por ejemplo, e hicieron lo propio Francisco de Vitoria y Domingo de Soto; fue profesor, nada más y nada menos, que en Friburgo, donde dejó buenos recuerdos y relevantes discípulos. También estuvo encargado del Instituto Luis Vives de Filosofía.

Hay un hermoso ensayo de Vicente Marrero -otra figura a recuperar- recordando su vida y su obra. Sería excesivo entrar en sus aportaciones; lo es, en verdad, teniendo en cuenta que, para él, la filosofía no era un cuento infantil para aprender a ser buenos. De Ramírez sobresale su profundidad para hacer que, en el seno de la escolástica, se combinara en su justa medida fe y razón. Quiere esto decir que se cuidó mucho de no ampliar la primera para acabar con la segunda, pero también fue preciso a la hora de defender los derechos de la racionalidad frente a cualquier ataque fideísta.

Acostumbrados a la filosofía como género literario, nos hemos olvidado del estilo lógico de las grandes Sumas. Pero este último no está exento de belleza. Por otro lado, la desgraciada suerte que ha corrido Ramírez ha sido consecuencia de dos factores: por un lado, como hemos indicado, la liviandad filosófica en que vivimos y, de otro, la polémica con Ortega y sus discípulos.

 

“La desgraciada suerte que ha corrido Ramírez ha sido consecuencia de dos factores: por un lado, como hemos indicado, la liviandad filosófica en que vivimos y, de otro, la polémica con Ortega y sus discípulos”

El discurso filosófico contemporáneo, especialmente a partir del existencialismo, casa mal con los profundos y abstrusos temas del tomismo. Lo difícil es siempre menos atractivo y, por tanto, dominar las categorías y las sutiles distinciones entre esencia y existencia o preguntarse por la analogía son montañas algo costosas de trepar. Ahora bien, una vez se introduce uno en el universo de la metafísica auténtica, es difícil desengancharse de él.

Sin embargo, al olvido de Ramírez ha contribuido sobre todo su crítica a la filosofía de Ortega, que escribió a petición de sus superiores en la orden. El libro no tiene desperdicio: somete a un análisis muy preciso la obra de Ortega -si algo era Ramírez es concienzudo-, pero le afea sus posiciones filosóficas, incoherencias y puntos oscuros. Al libro de Ramírez le sucedieron las protestas encendidas de Laín, Aranguren y Marías. Como buen escolástico, Ramírez ejerció la contrarréplica.

Ramírez detecta en Ortega, por ejemplo, un agudo relativismo. También afirma que, con la frase de la circunstancia, se separa del realismo y obstaculiza el acercamiento del hombre al ser de las cosas. Como era católico, su argumentación entra evidentemente en el ateísmo de Ortega, lo que en el contexto de la época escoció todavía más.

Para darse cuenta de la talla de Ramírez, que propuso una filosofía del orden y ahondó, como los grandes seguidores de Tomás, en el problema principal del método -la cuestión de la analogía-, sugiero dos ejercicios. Primero, acercarse a la introducción a la filosofía de Santo Tomás que publicó la BAC; segundo, leer al alimón sus reflexiones sobre el bien común y La tiranía del mérito de M. Sandel, el filósofo americano que en los últimos años ha defendido la noción. Verán que las diferencias entre la filosofía profesional y la amateur son iguales que las que hay entre un buen vino y el alcohol de garrafón.

Cuentan que Ramírez explicó una vez en clase la virtud de la prudencia, señalando con precisión la actitud del hombre virtuoso y bueno, sus atributos más sobresalientes y la prestancia de su espíritu. Los alumnos se miraron consternados y emocionados: se habían dado cuenta de que, sin quererlo, estaba hablando Ramírez de él mismo: de su finura intelectual, de su compromiso y vocación al servicio de la verdad.

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