Un año en libros

Son muchos los libros que se leen en un año. En este artículo se recomiendan algunos de los más interesantes del 2022

“Si me piden que confiese cuál es mi libro favorito me invade el mismo sentimiento que de niño cuando me preguntaban a quién quería más, si a papá o a mamá ”.
“Si me piden que confiese cuál es mi libro favorito me invade el mismo sentimiento que de niño cuando me preguntaban a quién quería más, si a papá o a mamá ”.

Hay lugares comunes que son también verdades rotundas, como el que afirma que quien lee inevitablemente vive más. Y eso que, entre las prisas y los recados, en medio de las obligaciones y los días grises de la burocracia laboral, se puede tener la sensación de que leer supone hurtar muchas tardes y noches a la existencia. Como si fuéramos rateros al descabezar dos o tres páginas en lo que va de una parada a otra de metro.

La verdad es justamente la inversa. Sí, no hay que dudarlo: quien lee vive más infinitamente más. Y ve más y conoce más y ama más, cabría decir. Por eso, al terminar el año, quiero recordar aquellos libros que, como los amigos en las interminables sobremesas del verano, han contribuido a ensanchar las horas, estirándolas y estirándolas, transformando cada una de ellas, sin exagerar, en cursos inagotables de tiempo y haciéndome posible, a mí, vivir de forma inagotable y pasear por parajes también inagotables de ideas y de ensueños.

Empecemos por el final, por el enamoramiento más reciente. Mi último descubrimiento ha sido La fábrica de los canallas (Salamandra), un novelón tan bien escrito como duro, en el que un anciano letón, de origen alemán, impedido en un hospital bávaro cuenta con brutalidad y lirismo el trágico acontecer del siglo XX, del que ha sido en gran parte protagonista. Su autor, Kraus Chris, descubre lo que uno es capaz de hacer por amor, aunque no lo sepa, y cómo a veces eso da pie a dramas y tragedias e incluso odios feroces.

Viajemos de Europa a México y de la novela al ensayo. Allí nos encontramos con un intelectual de primera: Enrique Krauze. Spinoza en el parque México (Tusquets) es una inteligente conversación que aclara no solo el ubérrimo panorama cultural del otro lado del Atlántico, sino también las encrucijadas históricas que decantaron -y decantan- los seísmos políticos de Latinoamérica. Krauze explica las dificultades de domeñar los ímpetus mesiánicos y populistas con las bridas de la democracia liberal. 

Al terminar el año, quiero recordar aquellos libros que, como los amigos en las interminables sobremesas del verano, han contribuido a ensanchar las horas, transformando cada una de ellas, sin exagerar, en cursos inagotables de tiempo

Pero si lo que buscan es un diagnóstico de las fiebres que atravesamos, no dejen de leer dos ensayos políticos clarividentes. Eso no significa que uno acepte sus conclusiones porque también sabemos que leer es disentir. Esos libros son el de Moisés Naím, La revancha de los poderosos (Debate) y el de Gideon Rachman, La era de los líderes autoritarios (Crítica). Naím radiografía a los déspotas “populistas” que se aprovechan de la “posverdad” y agudizan la “polarización” -autócratas “3p”-, mientras que Rachman alude a la manera en que los últimos cultivan su fraudulento liderazgo con recetas nacionalistas y, sobre todo, intentando monopolizar la defensa de valores conservadores. Lo importante es que no nos den gato por liebre.

Saliendo del fango de la política, les invito a leer -o releer, el placer más intenso para bibliófilo- una novela oceánica que les reconfortará para siempre con la lectura, si es que han sido infieles a esta última. Se trata de Ana Karenina, a la que muchos consideran, no sin razón, como una de las mejores novelas de la historia.

Yo -qué quieren que les diga- no sabría decirlo porque si me piden que confiese cuál es mi libro favorito me invade el mismo sentimiento que de niño cuando me preguntaban a quién quería más, si a papá o a mamá. Pero no cabe duda de que Ana Karenina tiene todos los ingredientes para serlo: amor, tragedia, mal y bien y esa “conversión” que, según René Girard, es la clave de bóveda de las buenas narraciones. Si no lo han hecho, no esperen a abalanzarse sobre sus páginas.

Hablando de clásicos y de alejarse del barro y las miradas caducas, me vienen a la cabeza dos ensayos muy propicios para abrir boca y elevarnos a cotas y atmósferas más elevadas. Polímatas (Alianza) de P. Burke es un repaso -a veces un poco sesgado- sobre las mentes más lúcides de nuestra historia, desde da Vinci a Sontag. En el libro, sí, son todos los que están, pero no están todos los que son porque es imposible. 

 

Saliendo del fango de la política, les invito a leer - una novela oceánica que les reconfortará para siempre con la lectura: Ana Karenina

En efecto, hay grandes ausencias, aunque la exhaustividad, claro está, no es el objetivo de Burke. Con todo, a medida que uno avanza, va empequeñeciéndose frente a la ambición intelectual y la grandeza de espíritu de esas bestias de la inteligencia que osaron desafiar con genialidad y ánimo generoso el continente de lo incognoscible, haciendo con ello mucho más grandiosa la vida del hombre sobre la tierra.

Como toca hablar de gigantes, nada mejor que aprovechar la invitación que Edith Hall, clasicista en Oxford, nos lanza para familiarizarnos con Aristóteles. Pero no nos engañemos: La senda de Aristóteles (Anagrama) no es una introducción al filósofo de Estagira, sino la aplicación de su actitud inquisitiva e investigadora a los problemas de hoy. Para Hall, lo más aprovechable de las enseñanzas aristotélicas es la ética, pues esta nos conmina a rendir nuestros talentos. ¿Hay algo menos volátil y etéreo para ser alcanzar la dicha?

Acabemos con otro ensayo de acendrado sabor clásico: Pensativos (Encuentro), escrito por Zina Hitz. Siguiendo las propuestas de El ocio y la vida intelectual, de J. Pieper, Hitz explica cuáles son los bienes humanos que florecen cuando nos entregamos ascéticamente a costumbres como el silencio, la lectura pausada, la actitud contemplativa y, por qué no decirlo, la oración, que hoy son explícitamente contraculturales. Con hábitos como esos, sostiene la autora, podemos poco a poco ir descifrando el sentido y el valor inconmensurable de lo que nos rodea.

Y, justo cuando concluía el texto, me llega Lo impensable, de Jamie Raskin, editado por Berg Institute. Tendré tiempo de comentar este texto que mi amigo Joaquín González, que es quien lo edita, como siempre, con la misma devoción y exquisitez con que custodia la amistad, me ha recomendado con tanta convicción. Raskin afronta en él dos catástrofes, una personal, el suicidio de su hijo, y otra política, como fue el intento de toma del Capitolio justo hace ahora dos años. Él estaba allí, asediado como congresista. A la vuelta de Navidad, les contaré, pues indudablemente el libro promete. Felices y librescas fiestas.

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