La vivienda, entre la ideología y las leyes económicas

La nueva ley de vivienda, que se tramitará durante las próximas semanas, constituye un ejemplo del dislate que es solucionar un problema económico con la magia de la ideología

“Invertir en vivienda ha sido uno de los principales medios de ahorro de los ciudadanos en España”.
“Invertir en vivienda ha sido uno de los principales medios de ahorro de los ciudadanos en España”.

Aunque se dice que el papel lo aguanta todo, en ocasiones los despropósitos son tan exagerados que lo extraño es que las cuartillas no acaben por prender hasta consumirse. Del mismo modo sucede en política, ese solar desnudo a disposición de los ideólogos que, al igual que los buenos jefes de obra, derriban paredes y construyen muros con pasmosa desenvoltura, pero que, a diferencia de ellos, nunca se preguntan ni cómo ni por qué. El problema viene después, cuando los ciudadanos tienen que atajar los efectos de su locura creadora.

La dificultad estriba en que no cabe adoptar las decisiones políticas con escuadra y cartabón. Mucho menos lícito resulta jugar con los ahorros de todos para solventar los desacuerdos en el seno del gobierno, donde uno imagina que los ministros se interrumpen, se enzarzan e incluso tal vez se encaraman a esa mesa pulida, luciente e infinita que tantas veces hemos visto en la televisión, para enganchar a otro titular de otra cartera del gaznate. La política es tan peligrosa como un combate de boxeo, pero mucho menos bella y noble.

El último naipe que se ha intercambiado la coalición que convive en Moncloa ha sido la vivienda, cuya ley está a punto de fermentar en el horno y que, con toda seguridad, se despachará dentro de unas semanas en el Consejo de Ministros, antes de iniciar el preceptivo trámite parlamentario. La moneda de cambio han sido los presupuestos. Al parecer, Sánchez ha sucumbido a la presión más radical de su socio de gobierno y aunque ha corrido a matizar algunas de las supuestas medidas que, según la prensa, se contemplan en el texto legal, lo cierto es que desde el anuncio del acuerdo muchos ciudadanos hemos estado tentados de echarnos las manos al bolsillo

Es difícil, en efecto, despertar el martes con esperanza, pues los mensajes que salen de Moncloa tienen casi siempre los visos de un atraco. Y aunque somos ya descreídos para ilusionarnos con lo que nos puede dar el Estado, todavía mantenemos encendida esa llama liberal que confía en que, al menos, no nos perjudiquen en demasía los caprichos de los prestidigitadores públicos. 

Además, el aire que se respira en el Congreso y en esos parlamentos de grillos que son las redes sociales está enrarecido, viciado. Creíamos que intensificando nuestras relaciones y disponiéndonos a salir al encuentro de quien piensa diferente podríamos estrechar nuestras manos, mirarnos a la cara y emprender el futuro juntos, sin abandonar lo que nos separa, pero no contábamos con los ideólogos profesionales, que son, en realidad, quienes embarran el camino y atizan la lumbre de la confrontación

Aunque somos ya descreídos para ilusionarnos con lo que nos puede dar el Estado, todavía mantenemos encendida esa llama liberal que confía en que, al menos, no nos perjudiquen en demasía los caprichos de los prestidigitadores públicos

Ante el ruido de la efervescencia ideológica, unos deciden atrincherarse, bien para tomar el fusil, bien para guarecerse de la metralla. Muy pocos, lamentablemente, ondean pañuelos blancos. Y es eso, sin lugar a dudas, lo más pernicioso de la ideología: no solo que obliga a todos -incluyendo a quienes, hace mucho tiempo, decidimos ser espectadores, renunciando al protagonismo o abdicando con generosidad del servilismo que implica- a ponerse de nuevo el quepis que enterramos en la buhardilla, sino que desmiembra el cuerpo político, obligándonos a elegir con quién estamos en esta lid violenta e incesante: si del lado de los buenos o de los malos, de los nuestros o de los otros; si encontramos nuestro hueco en la fila de los santos o buscamos espacio en la de los pecadores. En fin, si somos de esos afortunados que han elegido el lado correcto de la historia o nos vemos condenados, sin remisión, a residir de por vida en el flanco equivocado. 

Otro de los inconvenientes de la mirada ideológica -¿o deberíamos decir ceguera?- es su simplicidad. El radical es como el niño que hace trampas jugando al cubo de Rubik, pensando que la forma más inteligente de cuadrar los colores es pintando a su antojo las seis caras del poliedro. Pero hasta un pequeño sabe lo fácil que es descabalgar uno de los laterales con un movimiento fallido. En el ámbito económico ocurre lo mismo: un poco de presión en un sitio, puede alterar la situación en otro. Y los recursos no son infinitos.

Según el borrador, la nueva ley pretende intervenir el precio de la vivienda -limitándolo en el caso de los grandes propietarios y congelándolo en el de los pequeños-, así como imponer un recargo hasta del 150% en el IBI de los inmuebles vacíos. Mejor tener okupas. El mensaje que así se lanza es mortífero porque en España invertir en vivienda ha sido uno de los principales medios de ahorro de los ciudadanos

 

Lamentablemente, bajo el paraguas de las ideologías, seguimos anclados en la dialéctica decimonónica de la lucha de clases, sin despertar del relato marxista que trasmuta al coco de las leyendas infantiles en un despiadado y huraño capitalista. La nueva ley desea expatriar del mercado a los ogros usureros, pero la mayor parte de los propietarios no son como esos financieros taimados que confabulan en las películas, sino como nuestro vecino del barrio que se aprieta el cinturón cada mes para dejar una hucha más o menos rebosante a su progenie.

Lamentablemente, bajo el paraguas de las ideologías, seguimos anclados en la dialéctica decimonónica de la lucha de clases, sin despertar del relato marxista que trasmuta al coco de las leyendas infantiles en un despiadado y huraño capitalista

Además, por la ley de la oferta y la demanda, que algunos olvidan que es tan inexorable y despiadada como la de la gravedad, sabemos que la fiscalización de los precios puede tener, justamente, el efecto contrario, encareciendo, por falta de inmuebles disponibles, los que salen en venta. Es lo que se deduce de lo ocurrido en otros lugares del mundo. Lo más eficaz no es poner palos en las ruedas de quien quiere vender o alquilar, sino aumentar la oferta disponible.

Hasta que no dejemos de anteponer la ideología a la política, a la auténtica política, nos enfrentaremos a problemas cada vez mayores. Y desgraciadamente será este el legado que dejaremos a las futuras generaciones. 

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