José Apezarena

Sánchez desesperado

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, habla ante los medios en Bruselas
Pedro Sánchez habla ante los medios en Bruselas

“Dadles a los camioneros todo lo que pidan y más”. Tal fue la orden de Pedro Sánchez desde Bruselas a las tres ministras negociadoras para que cortaran, como fuera, la huelga de los transportistas.

Ese mensaje desesperado del presidente del Gobierno tenía un trasfondo serio. Iba a presentar a los actores sociales las medidas extraordinarias para hacer frente a la crisis provocada por la guerra de Ucrania, necesitaba un respaldo sin fisuras, y los empresarios se le estaban resistiendo.

Los ejecutivos del país habían trasladado a Moncloa un ultimátum: “No podemos apoyar a un presidente que tiene el país paralizado durante diez días”. Desde algunas grandes empresas se añadió: “Tiene el país completamente patas arriba. Esto no hay quien lo aguante”.

Sánchez necesitaba escenificar ese respaldo el lunes, en el foro ‘Generación de Oportunidades’, organizado por Europa Press y McKinsey, con presencia de los líderes económicos, para aprobar el martes, en el Consejo de Ministros el plan de respuesta a la guerra.

Era una situación límite, y de ahí la instrucción de rendirse a los transportistas. Es lo que hicieron Nadia Calviño, María Jesús Montero y Raquel Sánchez, que se sentaban en la mesa de negociación.

La oferta se cerró en 1.000 millones para el plan de ayudas a los camioneros, que incluye una bonificación de 15 céntimos por litro de combustible, a lo que se sumarán otros 5 céntimos aportados por las petroleras. Y la ministra de Transportes se apeó del burro y aceptó reunirse con la plataforma que inició y mantenía la huelga.

Se aprobó una cláusula secreta, que finalmente se ha conocido, que es la que de verdad ha desmontado el conflicto: el aplazamiento de los peajes en las autopistas.

La fórmula de “dar lo que pidan” la ha aplicado Pedro Sánchez en múltiples ocasiones, siempre que se ha visto apretado por una necesidad seria. Su remedio ha consistido en entregar lo que sea, lo que haga falta, con tal de conseguir el objetivo perseguido. Sin mirar el precio.

Es lo que hizo con Pablo Iglesias cuando necesitó el apoyo de Podemos para formar el Gobierno de coalición con Podemos, y lo ha estado aplicando con los independentistas catalanes, los nacionalistas vascos, los regionalistas...

 

Las contrapartidas han sido de todo tipo. Por supuesto, de dinero. Pero también entrega de competencias, como la transferencia de las prisiones al País Vasco. Cesiones como la mesa de diálogo con Cataluña, en la que Estado y Comunidad Autónoma se sentaron en nivel de igualdad. Se añaden los indultos a los independentistas condenados, el final del castellano como lengua vehicular en Cataluña, los traslados de etarras, indultos a pistoleros...

La lista sería interminable. Introducir una cuota de catalán en la nueva Ley Audiovisual, llevar la televisión vasca a todos los puntos de Navarra junto con la salida de la Guardia Civil de la Comunidad Foral,  carreteras en Teruel y el enlace ferroviario con Sagunto, el Bono Cultural a Podemos y la Ley de Eutanasia, subvenciones a unos sindicatos que por ello se han quedado mudos, subvenciones al mundo del cine...

Todo está en almoneda, si así le interesa. ¿Qué hay que enviar más tropas a la frontera con Rusia? Se envían. ¿Que es preciso cambiar de opinión y mandar armas a Ucrania? Se cambia de opinión y se mandan. ¿Qué hay que aumentar el gasto militar? Se aumenta. ¿Qué hay que traicionar a los saharauis y plegarse a los deseos del sátrapa marroquí, cambiando nuestra política sobre el Sahara? Se traiciona y se cambia. Así sucesivamente.

Pedro Sánchez se ha acreditado como experto en apagar fuegos sobre la marcha, sin importarle que la medida aprobada, la contraprestación, pueda causar a corto o medio plazo otro incendio, incluso mayor. Porque piensa que, cuando estalle, también lo podrá sofocar, sacándose de la manga un nuevo remedio, cuyo precio, por supuesto, lo pagará el país. Un vez tras otra, en una especie de pirámide interminable.

Y, mientras, él sigue en La Moncloa. Aprovechando cualquier resquicio para sostener su imagen, mediante una oportuna ‘venta’ a la opinión pública, algo en lo que se está mostrando maestro consumado.

Sigue y sigue. Superviviente indefinido, cuando no un auténtico Supersánchez.

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