Volver a empezar

No conocí personalmente a la Madre Teresa de Calcuta pero por lo leído, y oído en directo sobre ella a íntimos colaboradores suyos, vale la pena tenerla como referencia vital. El próximo 5 de septiembre será el décimo tercer aniversario de la muerte de esta gran mujer y el pasado mes de agosto se celebró el centenario de su nacimiento. Por todo ello, me ha parecido oportuno citarla como un contrastado modelo de vida a la hora de comenzar un nuevo curso, en el momento de retomar con nuevos bríos y espíritu de servicio las diversas tareas profesionales, después de las vacaciones.

Seguro que resonarán en nosotros aquellas palabras suyas: “El amor no puede permanecer en sí mismo. No tiene sentido. El amor tiene que ponerse en acción. Esa actividad nos llevará al servicio”. O: “La mayor enfermedad hoy día no es la lepra ni la tuberculosis sino más bien el sentirse no querido, no cuidado y abandonado por todos”.

Realmente la Madre Teresa fue un testimonio de la alegría de amar, de la grandeza y de la dignidad de cada persona humana, del valor de las cosas pequeñas hechas con fidelidad y amor, y del valor incomparable de la amistad.

Sí, creo que para volver a empezar nos va a todos de maravilla mirar contrastados modelos de vida, para enfocar bien ya desde el principio, para afinar en las prioridades, para triunfar y ser eficaces pero no a costa de la felicidad de los demás.

Esas palabras, volver a empezar, nos las repetimos año tras año después del tiempo de vacaciones. Pero no es retomar inercias, ni tampoco comenzar desde cero. Más bien es la nueva oportunidad de servir a los demás, ahora más descansados; es la ocasión valiosísima de hacer grandes cosas, que serán realmente grandes si hemos puesto el mayor de los cariños, la cabeza y el corazón.

Volver a empezar, como el título de aquella magistral película de José Luis Garci, primera producción española en ganar el Oscar al mejor filme en habla no inglesa, que es una historia de amor, no sólo el de un hombre y una mujer, sino también el amor a unos amigos, a un paisaje, y, sobre todo, a la vida.

¿Por qué no intentamos arreglar entre todos tantos problemas que tenemos planteados de justicia social, de erradicación del terrorismo, de consecución de la paz aquí y en todo el mundo, de mejora de la enseñanza, de la vivienda, de trabajo digno para todos, de falta real de libertad, de acogida a los inmigrantes y tantas cosas más?

¿Por qué no reconocemos, de una vez por todas, que el hedonismo tiene como consecuencia inevitable la pérdida de la buena convivencia, el egocentrismo y la indiferencia hacia el bien común? Pero claro, para eso habrá que tener amplitud de miras, renovarse también en diversos momentos durante el año. Retomar fuerzas, pedir consejo, enfocar mejor el “objetivo” que quizás las brusquedades del día a día nos han hecho mover.

Contratiempos los vamos a tener, incluso tal vez alguna decepción o fracaso. Aprovechemos también todas esas difíciles situaciones para crecer en la capacidad de encajar adversidades y superarlas. Nadie es perfecto, ni siquiera la Madre Teresa de Calcuta que también pasó su “noche oscura del alma”. Salgamos de nosotros mismos, aprendamos a ayudar y a pedir ayuda.

 

En esa lucha ante grandes retos, que pueden ser pequeñas batallas cotidianas, cuatro motivos de fortaleza para hombres y mujeres son los señalados en importantes estudios de universidades estadounidenses y europeas:

1)    Experimentar el amor en sus diversas facetas

2)    Tener una misión o deber moral

3)    El propio respeto a la muerte

4)    La determinación de no rendirse ante la adversidad

Para acabar, y como cosa muy práctica, se me ocurre pedir a las autoridades, a las múltiples administraciones públicas, que por lo menos no pongan problemas, y trabajen y dejen trabajar honradamente. No les pedimos que sean hermanitas de la caridad, pero, por lo menos, que con su ejemplo motiven el buen hacer entre las gentes.

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