Por la boca: Juzgar a Sánchez con objetividad cada vez es más necesario

Pedro Sánchez.
Pedro Sánchez.

Se hace difícil analizar las acciones políticas de Sánchez sin tener en cuenta su chulería impostada, su prepotencia de guardarropía, su falsedad constante, sus deslealtades a unos y a otros, su suficiencia fingida y hasta su pretendida solvencia como dirigente.

Cuando en las encuestas de intención de voto sale eso de la valoración de los líderes, es evidente que esa evaluación tiene una enorme carga de subjetividad y es muy posible que esa subjetividad impida, de alguna forma, hacer un análisis real y objetivo de la gestión de unos personajes públicos que pueden caer mejor o peor a los ciudadanos, en función de unos parámetros alejados de la realidad.

En cualquier planteamiento político, responda a la ideología que responda, la gestión de Sánchez, sus alianzas, sus coaliciones, su visión del problema del separatismo, sus concesiones a los proetarras, sus desvaríos en política económica, sus desafueros con la demolición de las Instituciones básicas del Estado,  incluida la Monarquía, y su errática política exterior, serían  más que suficientes -con una sola de esas actuaciones bastaría- para que Sánchez hubiera dimitido, incluso sin convocar elecciones y dejando paso a alguien del PSOE como partido más votado.

Pero ocurre que todo lo que conlleva un juicio a Sánchez, a lo que Sánchez ha perpetrado y sigue perpetrando, adolece de una gran subjetividad. No una subjetividad del que juzga o valora, que también, sino fundamentalmente una subjetividad del analizado, porque es muy difícil hacerlo sin tener en cuenta su chulería impostada, su prepotencia de guardarropía, su falsedad constante, sus deslealtades a unos y a otros, su suficiencia fingida y hasta su pretendida solvencia como dirigente

Sus declaraciones y comparecencias, sus despilfarros, sus viajes, su nepotismo con familiares y amigos, sus maneras  y hasta su vestimenta (ahora estamos en la etapa de los trajes azul clarito y de las corbatas menos oscuras) han terminado por calar en la opinión pública y, de alguna manera, esas apreciaciones pueden estar impidiendo un juicio sereno y objetivo de lo que debería ser la verdadera preocupación del electorado y de quienes pretenden sustituir a Sánchez en La Moncloa.

Sánchez se hace insoportable y, con independencia de su ideología, cae mal a un número cada vez más creciente de ciudadanos. Por eso es necesario que los votantes, a la hora de decidir, se armen de la objetividad necesaria para darse cuenta de la herencia que dejará Sánchez, con independencia de su persona e incluso de su catadura.

Es necesario analizar serenamente su gestión porque cuando desaparezca de la escena política, habrá que abordar la regeneración completa de un país arrasado en lo democrático, en lo moral y en lo éticamente correcto, con una política familiar, educativa, de convivencia y económica, destrozada y un prestigio exterior más que deteriorado; y esa regeneración habrá que apoyarla necesariamente desde los más variados estamentos de la sociedad y aunando la mayor cantidad posible de voluntades, respaldando, por encima de ideologías más o menos caducas, a quien sea capaz de llevar a cabo la reconstrucción que, cada día que pasa Sánchez en La Moncloa, se hace más urgente y será, en el futuro inmediato más problemática y costosa en todos los aspectos.

Esa ruina será apreciable en todos los campos y la necesidad de levantar el edificio desde todos los puntos de vista resultará ineludible porque además, Sánchez, no ha sabido rodearse de gentes que pudieran ayudarle. Ni los ministros de Podemos o los del PSOE, ni sus asesores, ni sus supuestos fieles en Ferraz, han tenido la menor categoría personal o política, quizás a causa del narcisismo de su jefe.

Siempre ha circulada por la política norteamericana un dicho muy realista: “Un político con malos ministros, deficientes asesores y colaboradores inadecuados, es como una tortuga colocada boca arriba: mueve mucho las patas pero no llega a ninguna parte”

 

A Sánchez hay que juzgarle por lo que ha hecho y por lo que está haciendo y no por lo que dice o por cómo lo dice; por lo que es y no por lo que parece que es. En definitiva se trata de intentar un análisis de su trayectoria política desde unas coordenadas racionales, sin tener en cuenta la baja estofa ni la catadura moral del individuo.

La carcajada. Dice Díaz, afiliada al Partido Comunista: “Los partidos tienen que hacer autocrítica y modernizarse”

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