Funcionó la campaña del miedo y ataque

El presidente del Gobierno y candidato del PSOE a las elecciones generales, Pedro Sánchez, en un acto de campaña en Santander.
El presidente del Gobierno y candidato del PSOE a las elecciones generales, Pedro Sánchez, en un acto de campaña en Santander.

A falta del recuento definitivo, incluido el voto del exterior CERA y ERTA, que podría cambiar algún escaño, los resultados del 23J son de sobra conocidos: la “amarga victoria del PP”, con 136 escaños que no llega a la mayoría absoluta con los 33 escaños de Vox, y la “dulce derrota” del PSOE, con 122 escaños, dispuesto a reditar un Gobierno con el voto afirmativo de Sumar, que se queda en 31, ERC (7), PNV (6), BNG (1) y EH-Bildu (6) y la necesaria abstención de Junts (7). El PP obtuvo más de 8 millones de votos y se quedó a muy pocos de obtener escaño en Girona, Albacete, Cantabria, Madrid o Lleida. Con poco más de 20.000 votos, el PP se podría haber ido a los 140 escaños. Pero la gran sorpresa de la noche fue el resultado del PSOE, que mejoró su resultado de 2019 en un millón de votos.

Por primera vez en unas generales, quizá el ganador no gobierne. La gestión de las post-elecciones será extraordinariamente compleja, porque los apoyos a Pedro Sánchez se encarecerán, y la repetición electoral es un escenario plausible. Pero más que en los resultados y sus consecuencias, me centraré en las estrategias electorales de los dos principales partidos. Porque parece claro que el PSOE ha sido capaz de movilizar a todo su electorado en el último tramo de la campaña electoral y atraer el voto útil de la izquierda con el discurso del miedo a Vox y la apelación afectiva a la memoria identitaria de ese espacio ideológico con el “no pasarán”. El PP no pudo desactivar o confrontar este relato, quizá porque lo daban por amortizado tras la experiencia de pasadas elecciones en Andalucía, Madrid y Castilla y León. Tampoco supo capitalizar la crítica a los acuerdos y cesiones del gobierno socialista con ERC y EH-Bildu ni trasmitir un claro proyecto de gobierno.

Las campañas electorales importan, influyen, y mucho. El Partido Popular entró en campaña con unas elecciones municipales y autonómicas recién ganadas, un ciclo de victorias claras y las encuestas a su favor. Pedro Sánchez acertó con el adelanto electoral, al alterar el tablero de juego y poner en el primer plano de la agenda pública la negociación del PP con Vox para la formación de Gobiernos autonómicos. Estos partidos se enredaron innecesariamente en la gestión de los acuerdos. El PP desdibujó su mensaje y sembró dudas tanto en el centro izquierda como en el electorado de derechas. No fue tanto el resultado como el proceso, embarullado y no fácil de explicar. Con el resultado final, el PP podría ofrecer una amplia gama de opciones para la negociación nacional, con Vox en el Gobierno (Valencia), con acuerdo de legislatura (Baleares), sin Vox (Cantabria). Pero la rapidez y falta de contenido político del acuerdo en Valencia fue percibido como fácil cesión y, sobre todo, el caso de Extremadura, con el virulento ataque a Vox de María Guardiola y la posterior rectificación, presentaba al PP como un partido sin palabra, sin fiabilidad, precisamente una de las principales líneas de ataque contra Sánchez.

El Partido Popular planteó una campaña de perfil bajo, intentado ocupar la centralidad y con un mensaje explícito de derogar el sanchismo. Teniendo como referente la campaña en Andalucía, lo importante era no cometer errores. No parecía mal planteamiento, más allá de las ocurrencias del verano azul o el Falcon simulado poco coherentes con el perfil serio y solvente que se quería trasmitir del candidato Alberto Núñez Feijoo. Sin embargo, no es lo mismo una campaña así desde el Gobierno que desde la oposición y Pedro Sánchez no es Juan Espadas. El PSOE inició su campaña centrada en Sánchez. Podía no parecer lo más acertado pues el 28M se interpretó como un plebiscito contra Sánchez y ahora él ocupaba todo el espacio, presentándose como víctima de los medios de comunicación y de los poderes económicos. Apenas atendió la campaña tierra y se centró en las redes y, sobre todo, en los medios de comunicación.

De forma paradójica, el punto de inflexión llegó en el debate televisivo cara a cara. En él, Pedro Sánchez se mostró demasiado agresivo y nervioso, con continuas interrupciones, entrando en muchos de los marcos y temas del adversario. Feijóo, poco conocido para muchos españoles, mostró un perfil presidencial, más moderado, tranquilo pero incisivo, y también entró en las interrupciones, en menor medida y con distinto tono. La sensación fue de clara derrota de Sánchez mientras Feijóo logró, aunque sin brillantez, trasmitir el perfil deseado.

Tras el debate, el PP se veía más ganador y enfrió su campaña. El PSOE reaccionó, cambió la estrategia y pasó a la ofensiva total contra Feijóo, creando el marco de político mentiroso, capaz de cualquier cosa para obtener el poder (echarse en manos de la ultraderecha) e incluso amigo de traficantes (con una foto de hacía más de treinta años con Marcial Dorado). Sonaba desesperado, pero el PSOE retomaba la iniciativa y no tuvo contundente respuesta del PP. Sánchez cedió protagonismo a Zapatero en los medios, canceló entrevistas como la de Susana Griso, y apareció en los mítines de provincias donde se jugaban escaños como Huesca, San Sebastián y Lugo. Se apelaba a la épica de la remontada.

Además, el PP cometió el error no forzado a cuatro días de las elecciones. Sirvió de preaviso el debate de los portavoces parlamentarios, donde Cuca Gamarra dejó malas sensaciones y Gabriel Rufián y Oskar Matute protagonizaron el debate con continuos enfrentamientos con Espinosa de los Monteros. Como había anunciado, Feijóo renunció a participar en el debate a cuatro de RTVE. Las excusas podrían ser entendibles, pero la experiencia muestra que la “silla o atril vacío” en los debates electorales generalmente penaliza, en España tenemos el caso de Javier Arenas en las andaluzas de 2012, y parece que esta no fue la excepción. Los partidos no se ganan por incomparecencia porque se transmite miedo o prepotencia. Para los Populares, el error lo forzó Abascal al aceptar. En cualquier caso, un Sánchez cansado se manifestó más tranquilo y cedió la ofensiva más vehemente a Yolanda Díaz, que fue de menos a más en la campaña. El ausente Feijoo fue el candidato más mencionado, y tanto Sánchez como Díaz lo identificaron con Abascal, a quien atacaron cohesionados con el doble de tiempo.

Nunca sabremos cuánto pudo influir este debate, o el debate sobre el debate en medios y redes sociales, a los más de cuatro millones de telespectadores que lo siguieron. Lo cierto es que si el PP hubiese obtenido 140 escaños hoy estaríamos en un escenario poselectoral distinto. El debate escenificó el cambio de estados de ánimo en una última semana en la que el PSOE estableció la agenda, porque los pactos PP-Vox fueron el tema recurrente en toda la campaña, impuso su marco con el miedo a la ultraderecha por los pactos PP-Vox, sembró las dudas sobre la solvencia de Feijoo y controló el relato de la épica remontada coherente con la mítica resiliencia de Sánchez. Sin duda, funcionó la campaña del miedo a Vox y de ataque al líder de los populares.

Jordi Rodríguez Virgili

 

Profesor de comunicación política 

Universidad de Navarra

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